domingo, 24 de marzo de 2019

Parker y las cosas sencillas

Jacek Malczewski


Parker parece un viejito cándido con la camisa arrugada flotando por encima del pantalón. Usted lo ve desde fuera y es un abuelo tierno, alguien que no tiene quién le aconseje cómo vestirse. Nadie sospecharía de él como un ladrón de ostras en Arcachón, vagabundo en los trenes de Renfe, ingenuo buscador de oro en las Médulas, corresponsal de un periódico de provincias (en Burgos concretamente). Además de lo que alguno sabe.

Para Parker escribir es más importante que vivir, piensa que somos más lo que escribimos que lo que somos, en eso está de acuerdo con Enrique Symns, aún cree en la palabra, en su carácter transformador, su potencia de invención, conjuro, exorcismo. Vete. No. Quizás. Podemos ser amigos. Mierda. 

Ahora toca lo de volver a publicar ciertos textos, ciertos nombres, ciertas músicas, poner en circulación ideas que pueden ser fecundas aunque  este no parece ser el mejor momento lector. Para equilibrar comparte fotografías, colores básicos, elementos propios del principio, imagina que todo empieza de cero. A. Todo. Él. "Solo hay yo". Yo.

Marcuse dice que la cultura es “aquello que debe ser afirmado indudablemente”. Parker dice que la cultura es sí y que el arte es no, negar precisamente lo que se sabe, buscar en lo oscuro. No encontrarlo. Arte. No la industria de la Cultura, no a su ministerio. Arte. Cuando se vende es mercancía. Parker no vende solo porque nadie le compra. Lo sabe. Arte.

Ahí va, mientras avanza más problemas descubre para describir cosas sencillas.

Un día, esperando para comprar el pan suena el teléfono y Parker ni se inmuta. “Te llamé y no contestaste”. “No sabía si era el mío”. En resumen, la vida está llena de teléfonos que suenan sin que nadie conteste. Arte. Todo. Solo hay yo. Mierda. Yo. Parker.


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