lunes, 4 de marzo de 2019

Parker se numera.



Parker olvidó la poesía y tiene el número 16.444 guardado dentro de una caja de zinc. 16.444, lo repite  como mantra, como liberación, lo invoca, entra en él, es y no es el número, no quiere serlo, es un orgullo y una condena, una cadena, nubes rojas, caminar al amanecer, jazz y leer bajo la parra un libro de Quignard.

Al compás de ese número glorioso, 16.444, deja bajo la piedra una secreta corriente de estrellas del sur, de almanaques rotos, de probetas y amianto, de odios y luchas, descubrimientos que se le incrustaron en una esquina del alma, que encendieron la perversa lámpara del desconsuelo. Parker sabe que es demasiado pronto y deja de jugar con la alquimia  y el azafrán, se asoma al balcón y mira el cielo, en el monte arden los bosques y en la ciudad hay un crimen cada 16 minutos. Llueven manzanas y jilgueros pero no es suficiente para apaciguar su espíritu, quizás sea mejor esperar.

Espera.

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