Señora
mía, tú y yo sabemos que todo esto que te escribo es mentira pero a nadie más
que a nosotros le importa. Además esas botas altas y el pantalón de cuero negro
no me excitan, al contrario, la risa me impide centrarme en tus urgencias. No
es mi edad, no lo creo, pero convendrás conmigo que el espejo nos devuelve una
delatora imagen de pervertidos pasados de moda, de buscadores de placer
trasnochados por calendarios apilados en la esquina de esta habitación llena de
frío y viento y soledad acompañada. (ay, hemos empezado demasiado tarde).
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