lunes, 11 de abril de 2016

Abril es un momento para las concesiones.




El aire hierve de insectos y aun así aquí estamos, tantos, escribiendo, compartiendo, en todas las lenguas, hablando sin parar, dejando emociones, ficciones, imaginación, soledad, ingenio, rutina, intentos de llegar a los otros, aprendiendo, leyendo, encontrando (solo a veces), esa palabra que nos tocará el alma.

Alguno, como la pareja de un jugador de póker, espera nuestra vuelta a casa para saber que esta noche también hemos perdido.

Otro, trepa hasta la mirilla para fisgar la intimidad, sea esta la que sea, la de quién sea. Quieren saber lo que está detrás de la voz, sin remilgos ni ocultamientos. ¿Quién eres?, te leo y me lo debes.

Aquel sabe que este medio proporciona los resortes suficientes para controlar nuestra espontaneidad, la de ellos, para comprobar que ante la intemperie del crudo papel blanco nos guarecemos sin medida y el suelo se llena de libélulas muertas.

Somos muchos, sí, pero aislados en nuestra propia mismidad, enroscados en nuestro ombligo.
Hay un proceso de identificación del yo con un nosotros amplio.
Los que escriben leen, los que leen escriben.
Hay un viaje a Éfeso, sin caballo, hay un descubrimiento de la tribu a la que perteneces, de la que constituyes solo una parte, secundaria.
Es absurdo un escritor sin lectores.

Abril es un momento para las concesiones.



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