jueves, 2 de octubre de 2014

Inmóvil y clara




Joder- dijo ella mirándome a los ojos.

Me sorprendió esa palabra en sus labios, insólita en su léxico, exclamación, no verbo. Imaginé una salamandra atascada en su boca, asomando la cabeza y una pata entre sus dientes, un bicho repulsivo con ojos de rabia.

Lo repitió varias veces, la última ante un espejo.

Después su rostro se serenó y la tarde nos llevó a un paisaje de hombres sin pies que reían mientras cortaban hierba con guadañas afiladas, un niño cazaba con neblíes. Vino la noche y nos reclinamos en la húmeda serenidad de lo imposible, reían las estrellas, recordé que aún no sabía su nombre.





Y así, fue él quien por primera vez me dio la idea de que una persona no está, como yo lo había creído, inmóvil y clara, ante nosotros, con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias... (El mundo de los Guermantes. Marcel Proust)


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