martes, 29 de octubre de 2013

Regreso.



Un viaje largo, monótono, pesado.

En el estrecho departamento del tren, Isabel peina su largo pelo blanco, lo recoge con horquillas mientras con disimulo, me mira. Sabe que estoy nervioso.

Llegamos al atardecer.

Es la misma estación desde donde partí hace ya más de cincuenta años.

Salimos a la ciudad. No recuerdo las calles, las casas, todo ha cambiado.

Mi hijo busca un taxi.

Sin soltarme de la mano, mi nieto más pequeño pregunta y pregunta.

En lo más profundo de mí recito el poema de mi vida.

Me vuelve a doler el pecho.



2 comentarios :

  1. ...a mi tambien me duele el corazón sin sombrero, pero abierto de par en par, como las puertas de las viejas casas...
    Cuidate!

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  2. MaLuisa SChaves, de momento no me duele el corazón, pero ya sabes que estas cosas cambian cuando menos te lo esperas.
    Por cierto, siempre he vivido en Bilbao y aunque no tengo nietos si tengo imaginación y empatía.
    También simpatía. Por ti, por ejemplo.

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