Se
agriaban los días y el viento desencajaba puertas abiertas a lo silvestre, al
rododendro, al martillo golpeando la piedra del altar, los jilgueros volaban ebrios
con aceite en sus picos.
Buscamos
la culpa revolviendo en el vertedero junto a la playa mientras de la ciudad llegaban
noticias pestilentes y el odio.
Sobre
la mesa cerezas, manzanas y la herida, insectos y serpentinas bajo la alfombra
del salón, un gato tiznado en el alfeizar, moscas, Isabel gimoteaba y entonces
llegó el otoño.
Después
nos dormimos, asustados, abrazados.
Buenos días.
ResponderEliminarBello, siempre bello...
Muchas gracias.
ResponderEliminarcorto y precioso
ResponderEliminar