Esther and Ahasverus, 1606, Peter Paul Rubens
Palabras estériles, inútiles. Son infinitas las posibilidades de equivocar el tono, el color, el acento, la v, el tema, de olvidar la letra, qué somos, dónde vamos, para qué este esfuerzo anónimo, continuo, no importa el 1,25, nadie sabe la medida, no la hay, con 3 sería excesivo, 7 es poco, no hay reglas, uno cae aquí, allí, por casualidad, el azar montado en una bicicleta de aire que corre por caminos no trazados, sin plano, esta calle es idéntica a la paralela, aquí ya hemos estado, eh, oiga, está usted dando vueltas y vueltas a lo mismo. A las tardes es cuando peor lo llevo, ¿Qué pondré mañana? Esto.
Siempre me pregunté por qué las notas musicales son solo siete mientras que las letras del abecedario son 27...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Durante la Edad Media, un monje llamado Guido d’Arezzo revolucionó la música. En el siglo XI, Guido desarrolló el solfeo, un sistema que asignaba sílabas a las notas. Utilizó la primera sílaba de cada línea de un himno para nombrar las notas: Ut, Re, Mi, Fa, Sol, La. Más tarde, “Ut” fue reemplazado por “Do” y se añadió “Si” para completar la escala diatónica.
ResponderEliminarJosé A. García ¿te quedas un poco más tranquilo?