Cuando cae la tarde Parker sabe que no podrá levantarla y permite que las cebras y la melancolía se expresen, se engarcen en sus piernas, en las fosas nasales, en las mandarinas y recuerda aquel día que Marie le recibió sin otro aderezo que su pelo mojado y suspiros en los huesos, los mismos que después se volvieron rencorosos y monótonos. Amarla entre Madrid y Jerez se convirtió en un vermut sin aceituna, sin ginebra, un aperitivo ácido tomado antes del apetito, un embrollo entre la desnudez, las mandalas y la castidad del chocolate, un zambullido en la equidistancia.
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