martes, 26 de septiembre de 2017

Escuchaba su voz pero ella no estaba.



Escuchaba su voz pero ella no estaba.

Hasta aquí era una ilusión que podía controlar.

Cuando sentí que sus manos se deslizaban por mi pecho abajo, que  me desabrochaba uno a uno los botones del pantalón, me preocupé.

Fui a un espejo, estaba solo pero ella estaba allí.

Me corté una oreja, el lóbulo, metí monedas por mi nariz, busqué afiladas estacas para aliviar brujerías, conjuros, escuché a los Butthole Surfers, el letal borboteo vocal de Gibby Haynes estallando en cada hueso de mi cabeza, la guitarra fanática,  fantástica de Paul Leary una y otra vez hasta llagar mis oídos, preservé mis instintos en el corazón de la fruta, inventé una copulación sobre la indigna mesa de viento, salvé el sudor y los estragos de la unanimidad, marqué mi cuerpo con tatuajes de prosodia y lentitud blanca, allí estaba, ella.

¿Qué podía hacer?, nos casamos.

Y nunca más estuvo, ella.

Soy un pringao.

2 comentarios :

  1. Vaya declaración antimatrimonial. Jaja. Con lo bien que pintaba...

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  2. gemmacan, pues no señora, no esa anti nada, es la vida misma, que a veces te quedas con el reflejo, con lo que brilla, lo de fuera y lo de dentro está hueco. Ay, señor.

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