jueves, 9 de julio de 2015

Del jueves.



La soledad es el cuarto en donde vivo. Cierras los ojos y ha pasado un día, los abres y ha pasado la vida montada en una bicicleta que corre cuesta abajo.  No puedo vivir siendo otro, no puedo, se me alborota la conciencia, me lleno de estornudos, un vulgar desasosiego me pisa los zapatos. Un vestido de primera comunión con manchas de sangre, el coche no se detuvo. Historias dentro de otras historias. Las mujeres de Tamara de Lempicka me miran inmóviles. Tuve una novia inmóvil. Yo mismo estoy ahora inmóvil, y no por gusto. Desde que dejé la alquimia estoy así, apático, indiferente, lúcido, aburrido, desolado, contradictorio, viejo. Me duele este hematoma dónde se dobla el brazo. Los muertos viven en ese hueco efímero de la memoria. Olvidé contar que tengo muy buena memoria. Los vivos mueren alrededor, se mueren de cualquier cosa. Solo recuerdo a los que amé. Del resto se me emborronan sus caras, se me evaporan sus injurias. No sé como juntar miedo y muerte. Este balneario se me ha quedado pequeño. Ser diferente es molesto, para ellos, para esos. Lo malo es ser diferente por fuera, por dentro se nota menos. O después. A mí me lo han notado, lo sé por las piedras. Algunas noches sueño con una mujer que sueña con otro hombre que sueña, a su vez, con una mujer que me sueña. Ignoro si las máquinas sueñan. Las hadas me llaman al pasar, me dan su precio y me sobresalta la inquietud de acabar entre sus brazos, me lo dijo Coetzee en Desgracia : A esto tendré que acostumbrarme, a esto y a mucho menos que esto. Quizás me estoy pensando con una percepción equivocada. Es la consecuencia de vivir a la sombra de una mujer, tumbado en el infecundo umbral de una espera vana. Anda, pasa la botella.

1 comentario :

  1. Anda, trae, pasa la botella...
    Hoy me quedo aquí, a tu lado, acurrucadita, limitándome a ser tan solo una brizna (un brin) de paz en esa tu guerra, mientras te recito estos versos de Vallejo

    LOS HERALDOS NEGROS

    Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
    Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
    la resaca de todo lo sufrido
    se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

    Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
    en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
    Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
    o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

    Son las caídas hondas de los Cristos del alma
    de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
    Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
    de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

    Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
    cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
    vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
    se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

    Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!


    Y estos del Eclesiastés 3 que recité uno de esos días que una no olvidará mientras respire:

    HAY UN TIEMPO PARA TODO
    Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

    un tiempo para nacer,
    y un tiempo para morir;
    un tiempo para plantar,
    y un tiempo para cosechar;
    un tiempo para matar,
    y un tiempo para sanar;
    un tiempo para destruir,
    y un tiempo para construir;
    un tiempo para llorar,
    y un tiempo para reír;
    un tiempo para estar de luto,
    y un tiempo para saltar de gusto;
    un tiempo para esparcir piedras,
    y un tiempo para recogerlas;
    un tiempo para abrazarse,
    y un tiempo para despedirse;
    un tiempo para intentar,
    y un tiempo para desistir;
    un tiempo para guardar,
    y un tiempo para desechar;
    un tiempo para rasgar,
    y un tiempo para coser;
    un tiempo para callar,
    y un tiempo para hablar;
    un tiempo para amar,
    y un tiempo para odiar;
    un tiempo para la guerra,
    y un tiempo para la paz.


    Besos, los de hoy ebrios y atemporalmente nuestros.

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