miércoles, 29 de octubre de 2014

Un dedo.




A no sé quién le gusta mi foto.

A mí que me cuentan.

A mí me gustan los ojos que ven más allá de la foto.

Pero no se puede pedir que se cambie el sentido del aviso.

Aviso, sí se puede.

Yo, mí, me, conmigo aprendo aquí, es decir aquí, se me está dilatando el ombligo, acaba de pasar por su centro el Madrid- Sevilla de las 4. 30 H y ni me he enterado. El caso es que me entero, ahora, es decir ahora, de pocas cosas que no tengan que ver con la periferia del citado ombligo, con las irisadas plumas metálicas de un pájaro que me invento, que vuela sobre un mar escarlata que también me invento. Estoy justo en el umbral de enterarme de mi propia invención y saber que no soy.

Justo eso, saber/lo.

Será una tragedia.

No sé quién ha sufrido un dèjà vu en la nuca, una paramnesia de reconocimiento así, en frío, una especie de bisturí recorriendo el linde entre lo ya visto y el bosque ese, negro y misterioso. No tengo la más mínima intención de entrar en el revoltijo de gruñidos, brooom, zumbidos, zasss, bramidos, un grito del vencedor  y después el silencio ominoso.

No entro en ese juego sin otra regla que las concertinas de la  barrera.

No salto, me duelen las ingles y un músculo del alma.

A no sé quién le gusta mi foto.

Voy a cortarme un dedo.




2 comentarios :

  1. Este escrito. De lo mejor que he leido. Gracias Pedro

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  2. Encarna C, gracias a ti por leerme, es decir leerme.

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