Saltar desde la mitad del puente,
justo desde donde nos encontramos un día lejano, perdido en un pasado que se
borra. Saltar a las aguas oscuras y revueltas para olvidar la ansiedad, el
nerviosismo, el dolor de estómago, la angustia, el miedo, volviéndome en los
parques por si me sigue, por si está sentado en la mesa junto a la ventana del
Astoria, vivir sin sentir sus ojos en mi nuca.
Tú sabes de qué habla esta voz
huidiza.
Saltar al abismo de lo desconocido
con los brazos en cruz aunque sé que no voy a volar, que ya nunca más volveré a
volar, que no hay vuelta atrás, que será la última vez, la última equivocación.
No puedo pasear esquivando los portales, mirando las cornisas, eludiendo los
músicos ambulantes de las esquinas, andando por el centro de la calle,
apretando con fuerza el celular en el bolsillo de la gabardina para avisarte si
viene.
Tú sabes cuánto tiempo llevo así.
Saltar al anochecer para que nadie
me vea, para que nadie intente detenerme y terminar el juego, la luz dolorida
para no ahogar las palabras, para poner el punto final a una situación que
nunca debí consentir, que creció hasta devorarme, hasta romper mi salud, hasta
desbaratar la línea recta que pisaba y convertirme en un equilibrista de mi
propia integridad.
Sabes que lo haré, escribo para que te
sientas culpable.
Ha sido mi decisión.
ResponderEliminarTe ví hace un mes. Bajabamos por aceras paralelas de Colón. Muy guapo con tu chaqueta y tus vaqueros. Con nuestras parejas. Sonreí.
Anónimo, qué bien, qué bonito, paisajes de ciudad, como en una película, tú (¿?), yo, nuestras parejas, un plano medio, fundido en negro, the end.
ResponderEliminarOtro día me saludas (bueno, según quién seas)