Intento aprender cada día, sobre todo de los
que menos saben. Me cuesta, me he refugiado en el otro lado de la cortina. A
veces pienso que sí y otras que necesito un psiquiatra mudo, que me escuche y
solo mueva la cabeza, o una geisha, alguien asertivo y paciente que no me diga eso está bien, eso está mal, que solo
diga de vez en cuando ajá y ponga
cara de interesarse aunque le importe un bledo las barbaridades que se me van
ocurriendo mientras la fiesta se acaba y en el cerebro se superponen hojas y
hojas emborronadas con lo ya visto, aún sin asimilar, optimistas reflexiones que
bailan en la resaca de un mar pesimista.
Y es que la capacidad de olvido es un don
previo al estudio del menguado ahora, un animal pequeño que en vano intento
atrapar con escamosos dedos, libre para correr a sus escondrijos, a la
cristalina verdad, a la esmeralda que brilla entre las inquietas arrugas de las
horas, tanteo en lo oscuro con tacto de plumas de gorriones y alondras, de
madrugadores cormoranes y aquí va quedando una huella, el poso de lo que fue. Como
un monje loco maldigo el ayer y lo bendigo y paseo entre semáforos de madrugada
y vino malo y semanas y esto está cerrado por inventario hasta mañana, un búho
se ha posado en mi hombro y los zorros se esconden el bosque de las palabras,
ahí estarán, entro a buscarlas.
Que conste, admirado caballero, que yo vuelvo siempre a tu bosque, verde resplandeciente, preciado abanico de palabras sin fin, brocal donde abastecer la sed de ideas.
ResponderEliminarY además te dejo un par de buenos besos.
virgi, con el par de besos ya me quedo sin palabras
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