lunes, 6 de enero de 2014

No sé tú.




Intento aprender cada día, sobre todo de los que menos saben. Me cuesta, me he refugiado en el otro lado de la cortina. A veces pienso que sí y otras que necesito un psiquiatra mudo, que me escuche y solo mueva la cabeza, o una geisha, alguien asertivo y paciente que no me diga eso está bien, eso está mal, que solo diga de vez en cuando ajá y ponga cara de interesarse aunque le importe un bledo las barbaridades que se me van ocurriendo mientras la fiesta se acaba y en el cerebro se superponen hojas y hojas emborronadas con lo ya visto, aún sin asimilar, optimistas reflexiones que bailan en la resaca de un mar pesimista.

Y es que la capacidad de olvido es un don previo al estudio del menguado ahora, un animal pequeño que en vano intento atrapar con escamosos dedos, libre para correr a sus escondrijos, a la cristalina verdad, a la esmeralda que brilla entre las inquietas arrugas de las horas, tanteo en lo oscuro con tacto de plumas de gorriones y alondras, de madrugadores cormoranes y aquí va quedando una huella, el poso de lo que fue. Como un monje loco maldigo el ayer y lo bendigo y paseo entre semáforos de madrugada y vino malo y semanas y esto está cerrado por inventario hasta mañana, un búho se ha posado en mi hombro y los zorros se esconden el bosque de las palabras, ahí estarán, entro a buscarlas.



2 comentarios :

  1. Que conste, admirado caballero, que yo vuelvo siempre a tu bosque, verde resplandeciente, preciado abanico de palabras sin fin, brocal donde abastecer la sed de ideas.
    Y además te dejo un par de buenos besos.

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  2. virgi, con el par de besos ya me quedo sin palabras

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