jueves, 11 de abril de 2013

Cuotas.



La vida era un bien escaso, frágil, el dolor estaba repartido en cuotas descompensadas. Alrededor había llanto, espinas y pensar no estaba mal visto, decir lo que pensabas, sí. Qué, un suponer, dabas la mano a un hombre gris y al instante saltabas dentro de un círculo con velas y muérdago. Desde entonces ya nada era lo mismo y caminabas atento a tu sombra. Un día descubrimos que mirando hacia atrás no avanzábamos y leer entre líneas ya no estaba de moda, que se podía hablar…

¿Estás seguro?

Y nos callamos, por si acaso, renunciamos a lo evidente, enjaulamos la risa y coqueteamos con el disimulo, cubrimos las sonrisas con el abanico, aprendimos la seña de treinta y uno, la de pares, el guiño cuando la partida nos era favorable y solo apostábamos por la victoria -que era la huida-, señalamos el norte desde la proa de un barco varado en la arena, burdo decorado, carcasa de papel, los músicos con laúdes y chirimías sobre carromatos de cartón, el camino al exilio de nuestra propia dignidad.


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