domingo, 2 de diciembre de 2012

Poema de otoño (1 bis)


Primero
Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí, pues el enemigo ha conseguido entrar en la ciudadela; cautamente, ha derribado hasta el último bastión, como cera ha fundido toda vigilancia y ha alcanzado mis ojos para asomar sus oriflamas desde ellos. Mi mirada ha conducido sus anzuelos velo. Apoyar la frente enfebrecida es, sedal han sido, segura trayectoria de su reclamo. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí.
(Virgo Potens - Ana Rosetti)


Un poema, quiero escribir un poema de otoño, hablo y me invento este parlamento atropellado desde un mirar de gavilanes, colgado cabeza abajo de un puente sobre un paisaje ciego y sentimental, hablo y cuento para que no llenen mis palabras las arcas aburridas, quiero escribir este poema pero los poetas están en conciliábulo, reunidos en una esquina rimando y discutiendo, no me hacen caso, les pido una frase sobre la aurora, sobre las lágrimas del pelícano, sobre buques partiendo de muelles convertidos en alamedas, ni me miran, siguen buscando palabras como incendios, frases estremecidas, iluminadas, propagándose en rumores, consumándose en temblores, placer de atrapar una mirada atenta, retorciéndose las manos con suspiros, los que yo busco, una mirada en un habitación iluminada por velas, ella recostada sobre la cama que ocupa el centro, mi poema como algo que no es, como algo que no sabré dibujar, mi cabeza en un túnel, al extremo de una canción griega que no entiendo, que habla de caricias entre mujeres, laguna sensual en una voz ronca y sin embargo clara como una cascada, excitante brazo desnudo que levanta la sábana y descubre el mundo, mi memoria se convierte en piedra, se despiertan vientos de magnolias y jaulas, mi poema no será nunca un poema hasta que no me quite la venda de los ojos y me acerque a la verdad, delicado como un acróbata, como un equilibrista avanzando por el cable de acero de mi deseo, un cuerpo insinuado a los puntos cardinales, sin norte, sin este, sin oeste, solo el sur de su sexo, bebiéndome el rocío de sus muslos, deslizándose mis dedos por el aire manchado de gemidos rojos, ven, me decían, ...(sigue)



2 comentarios :

  1. Inolvidable este no poema de otoño que no escribiste y no consigues escribir, que fuerzas hasta los límites de la palabra que estiras y estiras entre gerundios peligrosos siempre para prosas y poemas y en ocasiones para médulas como cristales: “avanzando por el cable de acero de mi deseo”, “bebiéndome el rocío de sus muslos, deslizando mis dedos por el aire manchado de gemidos rojos”.

    Un poema en el que estoy segura insistirás, cual amanuense internauta – desde N.Y. a Bilbao, desde el Guggenheim del Upper East al de la ría del Nervión - a través de la blogosfera, como si fuera posible consumar este poema de ayer, de hoy, de cualquier otoño que siga.

    ¿Oeeeeeeeeeé?

    ¿Hay alguien ahí?

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