lunes, 21 de abril de 2008

Anne Bancroft.

Tractatus logico-philosophicus.

1. El mundo es todo lo que acaece.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
1.11 El mundo está determinado por los hechos y por ser todos los hechos.
1.12 Porque la totalidad de los hechos determina lo que acaece y también lo que no acaece.
1.13 Los hechos en el espacio lógico son el mundo.
1.2 El mundo se divide en hechos.
1.21 Cualquier cosa puede acaecer o no acaecer y todo el resto permanece igual.

(Ludwig Wittgenstein).


En la hora justa posterior a la renuncia, entre un revuelo de lirios y golondrinas, pensé en la estructura de ADN del recuerdo de aquella que tanto se parecía a Anne Bancroft. En las uñas del alma aún tenía clavadas las astillas de los besos en la curva de las caderas de la que era su doble. No ahora, quizás, sí en un tiempo pasado del que confundo los números y las realidades.

Los vencejos del olvido picoteaban los caparazones de las tortugas de los años, las compraba y se morían, comida equivocada, aguas subterráneas no aptas, insistencia en esa comparación absurda.

Me decidí al fin, armado con los aperos del lenguaje de los mudos, en plasmar los recuerdos en gestos y muecas, en violento silencio, la frente contraída, la mirada errada, la lengua acariciando los dientes en la boca seca, labios fruncidos.

Miré y no estaba.

Ya no, ya no invoco el pasado, es inútil, es absurdo, ella está pero no es ella, es otra, no sé quién es esta, una copia, alguien parecido a quién era pero de otro color, por dentro, cascara que no encierra a la que fue.

Las sábanas arrugadas que me empeñaba en doblar, el resplandor de su rostro en Tarragona, aquella habitación con las contraventanas de par en par, el brillo de la luna nueva nadando sobre nuestros cuerpos temblorosos entre caricias y susurros. Ella sudaba como una niña asustada, encunada entre mis brazos que no podían dormir y el péndulo del destino oscilaba entre su sí y mi no.

Hermosura de la tristeza, belleza en la suma de momentos compartidos, ella apoyada en la pared, mi lengua surcándola en íntima ascensión, las yemas de los dedos jamás se serenaban allí donde se rompían los manantiales aunque ella no se permitía el goce más allá de lo mecánico, dique de profundidades, comentarios quincenales en París, qué digo, qué sé ahora.

El aire de un hotel de tercera, ropa tendida en el patio, encuentro apresurado después del vermut, por la autopista cercana atronaban camiones, la vecindad no era alegre, el deseo como un perro arriba y abajo de nuestros cuerpos tendidos, nos deseábamos tanto que las venas del cuello se hinchaban de brutal nostalgia cuando estábamos separados.

Era cuando me recordaba a Anne Bancroft.

Después se hizo la noche y no volvió a amanecer. Entonces fue cuando supe que todo había sido un exceso, un error en la geografía desmesurada de la nostalgia. Palabras sin sentido, sin miel, basurero de palabras, la tristeza vestida de negro con un clavel en el borde de la mantilla, la certidumbre de la muerte sentada frente a mí, mirándome, como aquella noche del hospital, límite de los días, impaciencia de la nada.

Lejos, todo está lejos, solo está cerca el mortal aburrimiento de no verla, la imagen de sus bragas negras sobre la piel blanca de diciembre y un mensaje en el contestador que no debo borrar para espanto de los sábados que se llenan de sentimiento no controlado, cuando lloro mansamente sobre el mantel de ahora.

En la época clásica, la prosa y la poesía son magnitudes, su diferencia es mensurable; no están ni más ni menos alejadas que dos cifras distintas, contiguas como ellas, pero distintas por la diferencia misma de su cantidad. Si llamo prosa a un discurso mínimo, vehículo más económico del pensamiento, y si llamo a, b, c, a los atributos particulares del lenguaje, inútiles pero decorativos, como el metro, la rima o el ritual de las imágenes, toda la superficie de las palabras se encontrará en la doble ecuación de Monsieur Jourdain:

Poesía = Prosa +a+b+c
Prosa= Poesía -a-b-c

El grado cero de la escritura (Roland Barthes).

Kate Rusby



16 comentarios :

  1. Por qué será que en los recuerdos las personas nunca son como las recordábamos.
    Quizás tenga razón Wittgenstaein y el mundo se divida en hechos.
    Y lo que nosotros recordamos no suelen ser los hechos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Penélope: Elegy, Barthes, él.
    Barthes: semiologia,Elegy.
    Bancroft: ella. Elegy.

    ¿Te ha salido el puzzle adrede? ¿Es casualidad?

    "De lo que no se puede hablar, mejor callar": Wittgenstein.

    Buenos dias? No sé. Demasiado para un lunes.

    Beso.

    ResponderEliminar
  3. ybris, de este caso recuerdo especialmente los hechos.
    Especialmente.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Magnolio, todos mis escritos son puzzles, yo mismo soy un puzzle.
    No lo termino nunca.
    Creo que alguien me esconde las piezas.
    Sobre todo las que dan sentido al conjunto.
    Pero hoy, sí, mi escrito me ha salido de lo profundo del alma.
    (uy, ¿tan dentro? Pues sí.)
    Beso.

    ResponderEliminar
  5. A vueltas con el mundo también me hallo... ays.

    La lógica no, se me da fatal. Pero prefiero sumar a restar, eso sí. Cuestión de estilos, no va más allá.

    Y todo cambia, decía una canción... siempre he pensado que afortunadamente aunque a veces me chafara el invento. Mejor la renuncia que el aburrimiento de lo estático. O yo que sé.

    Beso lunero, ays, de los lunes...

    ResponderEliminar
  6. El desescondedor que las desesconda (las piezas) buen desescondedor será.

    Tú eres un puzzle, yo soy un puzzle, el/ella es un puzzle, y a veces, hoy, alguien, tú, construye uno (queriendo o sin querer) que da sentido al conjunto.

    Pura semiología, que diría Barthes.

    (Vale, ya me callo).

    Más besos.

    ResponderEliminar
  7. Uy¡¡¡

    Yo tengo una pieza (creo yo de las que ayudan a entender "algo")

    Pero es una pieza buena eh?

    (yo no quiero líos)

    Ejem,


    Te quiero Pedro.

    (Oh, quiero decir -inclino la mirada hacía el cielo azul- pero es a éste Pedro o al San Pedro De Dios?)

    Luego mediante la reflexión y un buen bocadillo de jamón de pata negra con aceite de oliva virgen y tomate recién cortado, te lo aclaro...


    Hasta entonces,

    O no coño¡¡

    Me ha encantado lo del: El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. (te has mentido en mis sueños hoy Pedro?)

    Y aquí sigo leyendo ésto:

    "Miré y no estaba.Ya no, ya no invoco el pasado, es inútil, es absurdo, ella está pero no es ella, es otra, no sé quién es esta, una copia, alguien parecido a quién era pero de otro color, por dentro, cascara que no encierra a la que fue"

    (Amiiigooo, es el efecto Pygmalión pero con menos años, no sabes tu ná, y como es ella eh?)


    "Hermosura de la tristeza, belleza en la suma de momentos compartidos, ella apoyada en la pared, mi lengua surcándola en íntima ascensión, las yemas de los dedos jamás se serenaban allí donde se rompían los manantiales aunque ella no se permitía el goce más allá de lo mecánico, dique de profundidades (..)

    (Coñe Pedro adonde dices que dan esas prácticas, ayyy, que verde está una, ejem)

    Ahora sí, ahora si lo tengo claro Pedro.

    Te quiero,

    Cuándo damos las clases esas?

    Pd. Con todos mis respetos siempre.

    ResponderEliminar
  8. Oigo sonar las campanillas de viento. “Llorar mansamente” libera el dolor de la pérdida del lógico final, de ese disfrutar de tan maravillosos momentos convertidos en bellos recuerdos.
    Quizás si, cuando disfrutáramos, lo hiciésemos pensando que no durará, esa tristeza podría ser disfrutada también con los maravillosos recuerdos.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  9. Margot, es lo que tienen las vueltas, que marean, que son sabe uno si va para la derecha o para la izquierda.
    Sobre todo cuando te paras.
    Y está lo del vértigo.
    Besos de buena mañana

    ResponderEliminar
  10. Magnolio florido, más o menos así:


    El Burro flautista


    Esta fabulilla,
    salga bien o mal,
    me ha ocurrido ahora
    por casualidad.
    Cerca de unos prados 5
    que hay en mi lugar,
    pasaba un Borrico
    por casualidad.
    Una flauta en ellos
    halló, que un zagal
    se dejó olvidada
    por casualidad.
    Acercóse a olerla
    el dicho animal
    y dio un resoplido
    por casualidad.
    En la flauta el aire
    se hubo de colar,
    y sonó la flauta
    por casualidad.
    «¡Oh!», dijo el Borrico,
    «¡Qué bien sé tocar!
    ¡Y dirán que es mala
    la música asnal!»
    Sin reglas del arte
    borriquitos hay
    que una vez aciertan
    por casualidad.

    Sin reglas del arte,
    el que en algo acierta,
    acierta por casualidad.

    Tomás de Iriarte
    (1750-1791)

    ResponderEliminar
  11. Coblenza, venga, devuélvemela, la pieza, seguro que es la mía ¿es verde?, así como rara, claro, la mía, la del centro, la que da sentido al conjunto, donde se define la cara, la cruz, la explicación a las íntimas ascensiones y los descensos vertiginosos hacia quién sabe qué simas amorosas.

    Ya sabes, esas cosas,
    Besos de martes.

    ResponderEliminar
  12. gaia07, sobre el papel todo es bastante sencillo...por aquí va la carretera, aquí ponernos un puente, aquí una aduana...ya, pero luego resulta que llueve o que hace sol, o que resulta que no hay coches, un lio. Lo mejor, cartujo.
    Y un beso.

    ResponderEliminar
  13. Jajaja!!!

    Buenos días y buenos versos los del borriquito de Iriarte.

    Que nunca se podrán aplicarte a tí, no seas humilde.

    Casualidad o no, lo tuyo es

    ¡¡¡PURO ARTE!!!


    Besos, corazón.

    ResponderEliminar
  14. Magnolio, tú me conoces y sabes que así como para algunas cosas, triviales, de broma, soy un fantasma, para otras, profundas, serias, soy una persona humilde.
    Como no podría ser de otra manera.

    Pero, en cualquier caso, agradezco profunda y sinceramente tus palabras.
    Y te doy un beso, beso, beso, desde aquí (y me golpeo el corazón).
    Guapa.

    ResponderEliminar

Gracias por venir

Mi foto
Bilbao, Euskadi
pedromg@gmail.com