jueves, 13 de diciembre de 2007

Cuento de fin del milenio.


“La tía Len me mostró los dibujos en espiral que había en la superficie de los girasoles del jardín, y sugirió que contara los flósculos que contenía. Al hacerlo, me señaló que se disponían según una serie – 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, etcétera – en que cada número era la suma de los dos que le precedían. Y se dividía cada número por el número que lo seguía (1/2, 2/3, 3/5, 5/8, etcétera), uno se acercaba al número 0,618, que se conocía como la divina proporción o la sección áurea, una proporción geométrica ideal utilizada a menudo por arquitectos y artistas” (De “El tío Tungsteno”. Oliver Sacks)

S y G se citan, furtivamente, bajo el farol de Artecalle.

Saliendo de un cantón, una marea de compulsivos bebedores de vino los atrapa, los engulle y los integra en incesantes visitas a bares y tabernas. Los tasqueros no se cansan de verter el morado líquido sobre los vasos que atestan los mostradores, de cobrar a los parroquianos qué, fanfarrones, sacuden monedas y exhiben billetes.

Separados, S apenas puede distinguir a G, mimetizado entre los hombres uniformados con largas gabardinas. S extiende los brazos para alcanzarle pero las conversaciones huecas, los diálogos de la nada le obligan a bajarlos. El gentío implacable los aparta y les incita a beber, a sorbos, amargos cosecheros caducados. El mal trago socava su voluntad, les estropajea la dicción, les deja los ojos rojos, el estómago revuelto y las piernas flojas.

Al llegar a la hucha junto a la hornacina de la Virgen de Begoña, S logra aferrarse al picaporte de una zapatería; desde allí soportando requiebros y burdos piropos consigue divisar a G acurrucado junto a un portal. Él también la ve y musita su nombre entre esa multitud tocada con boinas que les separa. Aunque el riesgo es grande, indiferentes al peligro, S y G se lanzan al runrún del centro de la calle forcejeando con rodillas y codos, con furia, con la mirada obstinada, fija el uno en el otro. Sobre los hombros de los bebedores, sus dedos se rozan, se tocan sus manos hasta que por fin, sus cuerpos se encuentran, se funden en un abrazo y se besan largamente. G grita un te quiero que retumba en los cristales, en las cortinas que ocultan a las comadres curiosas y entonces, como por un conjuro, los hombres con gabardinas hasta los pies se separan, se alejan, cabizbajos, se pierden por las bocacalles sombrías. Solo quedan las risas de los niños que juegan en los soportales de la catedral y los silencios de las mujeres colgando ropa en los balcones.

Dejando tras de sí una estela luminosa que resbala por los raíles del tranvía nuevo, S y G, de la mano, sonrientes, van en busca de su refugio victorioso.


9 comentarios :

  1. Me encanta un final feliz!!, me ire sonriendo a la cama...aynsss

    Esa razón aurea, me dió pié a un juego hace poco...Leonardo Fibonacci su autor no sabía lo que hacía cuando me la prestó!

    La próxima vez no seas tan rápido hombre, al menos que yo disfrute un poco! egoista, ni me enteré...;)

    Olimpia.

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  2. Eres sorprendente.
    Te confesaré que -tras tu vídeo, tus fotos y tu cita- iba mascando la desgracia de una separación irreparable en medio de una pesadilla.
    Menos mal que, de momento la cosa acabó pasablemente.
    Aunque, al margen del final, tus líneas son siempre magníficas.

    Un abrazo.

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  3. Bravo..
    :-) ¡qué rico empezar la mañana así!
    Eres genial. Mil besitos

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  4. Vale Simplemente Olimpia., ¿también te has levantado feliz? ¿sí? Me alegro.
    Seguro que sabes que Leonardo Fibonacci descubrió la sucesión de números primos (la llamada (sucesión de Fibonacci) al estudiar los hábitos reproductores de los conejos.
    Claro, al final, los principios siempre están en el sexo.(ya te digo)
    Y no sé a qué te refieres con lo de rápido, explícamelo (hasta ahora no he tenido quejas sobre eso. Al contrario, a veces hasta me han aplaudido)(jajajaja, por si acaso)

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  5. ybris, soy un escritor (o así) con buenos principios y diferentes finales.
    Aunque solo tenemos un final.
    Que tarde.
    Mientras te abrazo.
    Y gracias.

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  6. A sus pies Mirada bella.
    De besitos nada, besos de los de siempre.
    Ay.

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  7. Me encantó!
    Siento la tardanza, señor escritor admirado por mí, pero últimamente no paro y el tiempo no se estira... Muchos besitos ricos

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  8. Madame Vaudeville, qué casualidad, la admiración es mutua. ¡Artista!
    Gracias por venir a pesar de tu escaso tiempo (libre)
    Y muy ricos los besitos.

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  9. Me encanta tu blog.
    Perderme por aquí es un placentero viaje atemporal en una espiral interminable...

    Saludos y un abrazo.

    Ps. Por favor, me he permitido llevarme la cita de, Oliver Sacks. Si hay algún problema, por favor, ¿me lo dices?
    Dejo mi correo:
    ruthmmdíaz@gmail.com

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