viernes, 31 de mayo de 2019

Amabilidad


La gente es amable en NY.

En un parque de Chinatown varios ancianos juegan al xiang qi, hay música, mucha vida y color. Los chinos de aquí hablan poco con los no chinos de aquí

La cristalera del Cipriani´s en el Soho reluce al sol de la mañana, me apetece una foto ahí. Sale el sonriente maître y no sólo me fotografía delante del establecimiento sino que me invita a entrar y casi hace un reportaje para el Hola. A esas horas el local está aún sin público, los camareros me saludan en una mezcla de italiano, inglés y un sonoro adiós al salir. Que majos.

Después dudo dentro de los interminables pasillos del subway, no sé si tengo que ir uptown o downtown cuando aparece alguien parecido a un ángel femenino, rubia, bella,casi habla mi idioma. Me refiero a la poesía, a la música, a lo hermoso que es vivir, lo sé porque hablamos durante el trayecto, mientras tomamos un  abundante brunch cerca de Bryant Park, cuando entramos al museo Guggenheim y me enseña su  Rothko preferido, su Kandinsky para después. A pesar de la notable diferencia de edad, paseando por Central Park me besa, llora sobre el Imagine frente al edificio Dakota, un cielo de chica. 

Tomamos un taxi amarillo como mi deseo, atravesamos la ciudad y entramos con premura a mi hotel, nos amamos con lentitud, con urgencia, con dulzura, con rudeza, nos acariciamos, nos empujamos, nos acoplamos, un milagro. Se va sonriente, muy. 
Son amables en NY, por todo incluido solo me cobró 175 dólares y me hizo la correspondiente factura. ¿A qué es increíble? 

La gente, en general, es muy amable en NY.


jueves, 30 de mayo de 2019

Absurda



Ana tiene veinte años y se acaba de enamorar.

Está en un bar charlando con sus amigas, le mira  y piensa que es un camarero, pero no, un camarero no recoge las copas cantando en inglés, no viste esa ropa, no hace guiños a las clientas.

─¿Cómo te llamas?
─ Ana.
─ Hola, soy Pablo.
─ Hola.
─ Oye, cuando te terminéis todo eso – señala los vasos –  ¿Nos vamos todos al Puerto Viejo?

En el trayecto, en el puerto, en la interminable despedida, hablan, hablan y hablan. Ana le pide la traducción de esa canción del bar. Al día siguiente la tiene en el buzón  y a él, esperándole en la esquina.

Seguirán muchos días de cartas y esquinas. Algunas veces,  pocas, quedan de antemano y Ana lo presiente, pero todo – cuando ya parecía imposible, hartísima de pintarse el ojo para nada, de salir de noche para tan poco, de libros y películas que nunca se hacen realidad – es ahora  tan perfecto que no quiere saber.

Porque Pablo es divertido, tiene una labia que engatusa, besa y baila que marea y además, el más de los mases, es escritor, bueno, aún no ha publicado, pero un día de estos, seguro,  gana el Planeta y  cualquier  editor avispado será el destinatario de sobres abultados como los que ahora Ana recibe con tanta frecuencia, con los que se emociona a veces hasta las lágrimas, otras se ríe hasta la carcajada y la mayor parte, explora y trata afanosamente de descifrar.

Porque Pablo escribe párrafos llenos de metáforas, textos tal vez absurdos para profanos, para aquellos que no distinguen los diamantes de las piedras, que rechazan por ilógico  lo que no comprenden,  que no pueden ver la belleza en palabras como éstas:

Me despertaré en un paisaje diferente, real, lleno de zanahorias y ríos de estrellas, de espejos convexos, zorros sonrientes y personajes de dibujos animados. La luna roza los tejados y los gatopardos viven en tu escalera, los vecinos murmuran y una tubería ha explotado llenando de gas púrpura las ramas del sauce.

Pero Ana sí. Ana sabe que no hay por qué  justificar la belleza y que ella – con tantas dificultades para estar a su altura en las respuestas – daría lo que fuera por ser la autora de esas líneas sobre las que él camina con tanta facilidad.


Meses después, con el alma  a rebosar de tanto preciosismo literario y de los otros,  Ana va con sus amigas  al bar de la primera vez, donde  se imagina a Pablo con sus amigos, o tal vez sólo, en la librería de al lado, comprando otro de Valente o Gamoneda.             

Le distingue a lo lejos, en medio de un grupo y se acerca feliz, ingenua como se es ingenua una sola vez en la vida y Ana continúa, camina sin apartar los ojos de él  hasta que, de pronto, se para en seco, se encoge, quiere desaparecer, porque Pablo que habla con sus amigos, acaba de pasar un brazo por el hombro de esa chica que se vuelve hacia él y le da un beso inocente en la mejilla, un beso cotidiano.                        

Y Ana, petrificada, sigue mirando porque quiere grabarlo todo en lo más profundo  para que no haya resquicios donde de nuevo pueda deslizarse la ficción, no sea que luego –  cuando vuelva a casa y se sienta tan imbécil, tan dolida –  busque y encuentre de nuevo metáforas donde solo hay una farsa, una mentira peor aún, más cobarde aún, por tácita, por falta de palabras en alguien como Pablo, que camina sobre ellas con tanta facilidad.   





Encuentro este texto entre mis archivos.
Me parece bueno y lo comparto.
Es de una amiga escritora, me lo envió hace un tiempo.
Lo que dice toca un lugar íntimo aquí dentro, como una brisa que me acaricia el corazón, como un cordel que me atenaza la garganta, como una bofetada que me hace despertar.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Soy el último

…con la espalda contra la pared, defendiéndome, prevenido, atento, ahí llegan, escucho sus gritos, siento el vértigo de la violencia, la pureza de mi ira, los músculos tensos, como cuando me preparaba para el salto en la piscina, delicia del deporte, ebriedad de competir, privilegio en la calle seis, armonía de brazos y piernas, respiración acompasada, el agua rozando los labios entreabiertos, la boca buscando oxígeno, tocar la pared el primero, espuma, alboroto en los espectadores, no debo distraerme, los gritos, ruidos detrás de la pared, el arma preparada, sangre salpicada en la pared, gemidos de los heridos, solo yo estoy indemne, frío, pensamientos turbios, mujeres cabalgando en mi cabeza, no quiero recordar a Isabel, qué curioso, el compañero, el que dormía en la cama de arriba, el que se suicidó, qué pudo pasar por su cabeza, espiral de desolación, el vértigo de la impotencia, morir antes que te maten, parece que son muchos, tanto aguantar para terminar así, sin gloria, anónimos, nadie sabe que estamos aquí, nadie sabe qué hacemos aquí, qué defendemos, consciencia de esta nada, sin regreso, sin tragedia, sin arrepentimiento, mi memoria hurgando en momentos gratos para no darme un tiro en la garganta, flores rojas en las manos, tengo un sudor frío, están detrás de la puerta, no hay vuelta atrás, soy el último en pie, este es un final mezquino…


martes, 28 de mayo de 2019

Capítulo tres. Tombuctú.



No sé, no tengo idea de dónde está Tombuctú, no acostumbro a viajar.
Excepto en películas, jamás he visto una pistola, nunca he ejercido violencia contra nadie.
Desde que me dejo Mercedes no he tenido relación con mujer alguna.  

Tengo un fuerte dolor de cabeza.

Estoy en una habitación del hotel La Paix en Tombuctú, no sé cómo he llegado hasta aquí.
Tengo una pistola en mi mano derecha.
En el suelo hay una mujer tendida sobre un charco de sangre.
Escucho gritos junto al aparcamiento.

Tengo una fea herida en el muslo derecho.

 Y solo voy en el capítulo tres. 

lunes, 27 de mayo de 2019

Y otras cosas peores


Eduardo Paolozzi

Cada uno hace lo que sabe hacer y si no, pues no, pero esa frase de adelante contra viento y marea es aplicable a esta situación de ahora (lo del blog) y ya pueden caer chuzos de punta o serenos cabeza abajo que esto sigue, faltaría más, no sé si les he contado que cambié mi soledad de nadador con el único y monótono horizonte del fondo de la piscina por otro de coloridos trajes de baño ceñidos en los cuerpos de mis compañeras de entrenamiento, que me gritaba el coach, ¡esos brazos!, ¡Pedro saca menos la cabeza! y llegó un momento en el que solo pensaba en sacar no solo la cabeza sino el tronco y extremidades de aquel agua tan fría y comprobar si aquellas turgencias, músculos, redondeces, senos incipientes, labios húmedos, ojos enrojecidos por el cloro y otras alteraciones de ellas eran realidad o la película que me hacía mientras trataba de coordinar respiración y movimiento de piernas, la vuelta, mejorar mis marcas, ganar, pues no, me perdí, llegué a subcampeón (el campeón era un fenómeno) y lo dejé, esta vida es un atrapar (el instante) y dejar (lo), de optar por una senda o por otra, hay veces que uno está en un cruce de tantos caminos que lo mejor es no escoger ninguno y volar alto, a las nubes, imaginar, tanto va el cántaro a la fuente, etc, etc, que sí, que no es cómo lo dices ni etc, que es lo que dices y etc, pero está la música, claro (si no, no entraría ni dios) y las fotos (lo mismo), que no me mire usted así, que eso no me lo dice en la calle, que si tal, que si cual, el blog pero no solo, que ya lo dijo mi amiga Juana, eres un osado por escribir después de, por ejemplo Idea Vilariño. Y sí, lo soy, y otras cosas, peores.

domingo, 26 de mayo de 2019

Cartas de amantes




Carta del amante que se desayuna después de cenar.

Amada mía, hoy, después de cenar me entero, el paso del tiempo solo ha castigado mi cuerpo, nunca el amor, nunca la lluvia de jazmines, la sombra líquida de aquellas mañanas de los miércoles, las agujas de los manómetros oscilando sobre el recipiente de mi deseo, era sencillo calcular la presión en un aire de rubí,  Pm=P-Patm + Pm9h + pgd, fórmulas disueltas sobre una piel tensa, cazadores furtivos del orgasmo tardío, el mundo a nuestros pies desde el observatorio del nosotros, tú eras vegetal y yo dormía bajo las hojas de álamo, la cabeza apoyada entre tus manos de luz, después viajaban por la sien, por músculos recónditos, el tríceps de nadador de espalda, viajero de piscinas como un Burt Láncaster callado, buscando una explicación a este amor/dolor, educación que necesitaba deslindar el sentimiento del sexo, sin saber, sin entender más, definir qué es qué, absurdo, ungido del afán de poseerte sin tiempo, desmedido goce, instantes ciegos, olvidado todo lo aprendido, inventar cada momento, chuparte, sorberte, hocicarte, un hombre animal que gemía con tus gemidos, que escuchaba el vibrar de tus nervios, el temblor de tus muslos, ven, la lentitud de una caricia, de dos, de tantas, como luchadores sudando en el abrazo, inmovilizándonos, no abras los ojos, que perdíamos el conocimiento, ajenos a los ruidos de la fricción, sigue, mi bien, queríamos llegar más lejos, detrás de lo conocido, arriesgándonos a no saber regresar, a quedarnos allí, al otro lado, justo dónde me quedé, tierra de nadie, territorio hostil sin pensamientos, con lágrimas, la vida detenida, el desierto de las emociones, solo la obsesión de entrar en tu cuerpo/prisión, no en otra, no, solo en ti, carcelera enjuta con tu cuerpo de niña, tu mente que supiste llenar de candados, te rogaba, sin dignidad, gimiendo, ahora sí, como un demente, sin voluntad, déjame entrar, un solo no, de rodillas, con la frente en el suelo, ámame, no sabías, nuestro tiempo, si lo hubo, había pasado, solo me quedaba volver a paso lento, ¿dónde?, deshabitado, ruin, enfermo, perdido el sentido de tanto, de todo, vacío, estéril, con la garra del nunca rompiéndome el alma, ¿si solo fuera sexo?, nos preguntábamos y la noche nos defendía en hoteles de París, en Barcelona, en lugares ocultos donde nadie nos viera, tu marido, mi hijo, aquellos que sospechaban del brillo que antes nunca tuve en la mirada, los que no entendían mis excusas, los retrasos, ¿qué le ocurre?, nunca fue así, qué sabían, nunca había sentido, vivido, llegado a mi límite, tan lejos, nade hasta mi horizonte y no supe volver, llorando en las esquinas como un personaje de novela, pero era cierto, dolía, era imposible vivir, quién lo diría, el que se comía el mundo a pedacitos, el que iba y venía con la risa como escudo, una palabra, un consejo, una amenaza, no me miren que sé, tanto he vivido, estúpido, un niño asustado, un juguete, se rompió el armazón del ser, de lo que había sido, se desplomó con andamios y obreros imaginarios pateando en una caída interminable, a cámara lenta, como flores de grandes pétalos rojos abriéndose en el aire, quebrándose en el suelo como cristal, copas desparramando el alcohol que me acompañaba, las horas amarilleando, el doloroso viento que se llevaba la sed, los recuerdos, los libros que me regalaste, la foto con tus curvas, la caja en la puerta, tus regalos, ahí, errado o no, empecé a recuperarme, el duelo dicen, fatigado, dolorido, no sabía inventar más excusas para no ser, para estar muerto, sin hablar, pasear aún cada tanto frente a tu portal, corría a las mañanas, me apostaba en la esquina de la barra del café, nunca llegabas, cambiaste itinerarios, costumbres, un día viniste del brazo del que odiabas, no puedo soportarlo, tu maridotantas veces lo dijiste, te creía, mentías, me usabas, mi hambre, la habilidad de pintarte el alma, las risas, la palma de las manos en tu espalda, basta, hoy me desayuno con una confidencia inesperada, un secreto, ay, de haberlo sabido, era eso, por eso todo, tanto, mi vida, el equilibrio, la caída, eso lo explica todo, tanto dolor, el mío, te es igual, lo sé, pero estoy llegando, me quedan tres etapas, cinco días y llego, tanto esfuerzo, tanto daño para nada.

Pobrecita mía, eso era.

sábado, 25 de mayo de 2019

Alborada


Aubede ( Alborada). 

 (Trabajo todo el día, y por la noche estoy medio borracho
Me despierto a las cuatro, y en la oscuridad, miro
En un momento habrá luz en torno a las cortinas
Hasta entonces veo lo que siempre está ahí:
La incansable muerte, cada día más cercana,
Que impide pensar en nada que no sea en cómo
donde y cuando moriré.
Áridas interrogaciones: y sin embargo
El miedo de morir, y estar muerto
me deslumbra de nuevo y horroriza
La mente en blanco ante el resplandor. No de remordimiento
-el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo
perdido- o desconsuelo porque
esta única vida pueda tardar tanto
en liberarse-o no- de un mal comienzo;
sino por el vacío total, eterno,
la extinción segura hacia la cual viajamos
Y nos perderemos. No estar aquí,
No estar en ningún lado,
y pronto; no hay nada más terrible, ni nada más cierto.
Es un modo especial de tener miedo
Que ningún truco disipa. La religión solía intentarlo
Ese vasto brocado musical apolillado
creado para fingir que nunca moriremos.
Engaños del tipo “ningún ser racional
Puede temer algo que nunca sentirá”, no viendo
que eso es lo que tememos: no ver, no oír,
no tocar o gustar u oler, no tener nada
con lo que pensar, o amar, o relacionarse,
una anestesia de la que nadie vuelve.
Y así, en los márgenes de nuestra visión,
Existe un punto borroso, un escalofrío permanente
Que convierte cada impulso en titubeo.
La mayoría de las cosas no suceden. Esta sí,
y darnos cuenta de ella nos irrita
Con un miedo que abrasa cuando nos pilla
solos o sin bebida. El coraje no sirve
significa no asustar a otros, el valor
no libra a nadie de la tumba.
Se muere igual gimiendo o resistiendo
Crece la luz, el cuarto toma forma
tan lisa y llanamente como un armario que conocemos,
Lo hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar
Y sin embargo no lo podemos aceptar. Por un lado tenemos que marchar
Y mientras tanto, los teléfonos se agazapan, listos para sonar
en despachos cerrados, y el impasible,
Intrincado, desgarrado mundo, comienza a despertarse.
El trabajo espera.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa)



Philip Larkin. 1977

viernes, 24 de mayo de 2019

József Fülöp 5



Llegan los pájaros amarillos de Klee, las palabras se esconden en su nido, callan y así queda truncado lo de hoy, lo que tampoco he sabido decir empeñado en lo que no es, otra cerradura, otro día, mañana encontraré la llave.  

jueves, 23 de mayo de 2019

József Fülöp 4



Mis manos siguen la línea de su cuello, músculos tensos, los gemidos después, fue ayer y aún estoy dormido pero huelo mis dedos y ocurrió.  

miércoles, 22 de mayo de 2019

József Fülöp 3




Tristeza, añoranza de las branquias que nos permitieron respirar entre las cálidas aguas del mar que ocultó la ciudad derruida, aun hoy quisiéramos  sumergimos para buscar sus tesoros, quién sabe si aun están ahí.  

martes, 21 de mayo de 2019

József Fülöp 2



La violencia hace guiños detrás de una cortina roja que separa el mundo de luz de las tinieblas que confunden los caminos que conducen hasta quién sabe dónde, tanteo en los cruces con miedo por los gritos de los confundidos, me uno con mi miedo.  

lunes, 20 de mayo de 2019

József Fülöp 1



Las palabras en abanico se asoman a la raíz de lo íntimo, intentan el poema pero no, se atoran, se prenden en las redes del tedio y caen en círculos hasta aplastarse en la piedra de esta nadería cotidiana.  

domingo, 19 de mayo de 2019

!,2,3 rayuela.



Desde hace ya era y soy un ferviente lector de un Julio Cortázar que escribía cosas así “Aunque todos los gatos sean teléfonos, todos los hombres siguen siendo unos pobres hombres”. Hoy todavía me como Rayuela para desayunar, comer y cenar y me queda espacio para la merienda. Respetaré a quién no le guste y malheriré a quién diga que ¿Qué?



sábado, 18 de mayo de 2019

No solo los de FB

John Bulmer. A woman walking down a wet, cobbled street. England. 1963



No solo los de FB, listos, que nos tienen aquí por la cara, cualquiera, tú, yo, ese de gris, nos ven, vemos,  enteros, en cuanto decimos A, un gato, socorro, ven, zlugs, algo, no importa qué, hasta los silencios están contabilizados, una radiografía, una excelsa hoja de Excel con conexiones a los que venden, a los que compran, pura mercancía, tú, yo, esa de azul, es el mercado, amigo, eso que aquí llaman amigo, ni se compra ni se vende el cariño verdadero, por lo que decimos saben lo que ignoramos, lo que necesitamos, a quién votamos, si lo hacemos, votar, comer, leer, tú y yo, esos de colores, nada, menos que 0, un pack en una casilla, lo peor es que insistimos, era, hacía, ayer compré, mañana voy a, he comido en, rubias, me gustan rubias, el sabroso sonido del alma, los miedos, la prevención, frontera, una raya amarilla que separe, no sabe usted con quién está hablando, un espía, un cocinero, un carapijo, un habitante de otro mundo, un soberbio, un seminarista, pocos artistas, venga usted mañana que le sacaremos la sangre, las ideas no importan, la cifra, si entra en la casilla de la izquierda, si está descatalogado, una bomba, en la base de, el fuego, simbólico claro, no vaya a ser que reporten esto y me detengan, ¡eh, usted, deténgase! Y me detengo.

viernes, 17 de mayo de 2019

La invasión de las liebres. Superstición.


József Fülöp


Sabíamos que llegarían las liebres.

Estábamos esperando en las estaciones de tren, en los estadios de fútbol, en los instantes anteriores al acto amoroso, en el despegue de aviones ebrios por el viento sur, apostados entre los rododendros de la autopista a Jerez.

Acumulábamos rencor contra la vida, contra los gobiernos que cambiaban mes sí, mes no, contra la resurrección de la carne, contra los tertulianos de Radio Nacional, contra nosotros mismos.

No llegaban y los guerrilleros de cascos empenachados, los barbilampiños soldados de leva, los austriacos huidos de la última revuelta, los alevines de cazadores temblaban nerviosos, sus músculos tensos, las armas a punto. Quizás Dino Buzzati les había influido en demasía.

Decidimos en solemne asamblea plantar dos cruces, un Cristo sufriente en la colina y un San Pedro cabeza abajo en el comienzo del camino. Para ello organizamos una procesión con chirimías y trompetas, tamboriles, gaitas y silbos. Invitamos al señor obispo y a varios sacristanes. Oramos con las manos entrelazadas.

Estábamos tan entretenidos que la invasión nos pilló por sorpresa. Llegaron las liebres en tropel, sus orejas enhiestas, los blancos  dientes afilados, los ojos rojos de ira, las uñas desgarrando nuestro miedo al contagio y a lo nuevo. Se apoderaron de nuestras plazas y casas, de los jardines, nos expulsaron.

Han pasado cuatro días y aún seguimos esperando su resolución, tras la valla, desterrados, los niños lloran quedo, los mayores no nos explicamos cómo pudo ocurrir, un anciano ha muerto de pena, el alcalde sigue negociando.

En un pequeño transistor que escondí entre las ropas informan que las liebres se han ido, que la ciudad está desierta, que podemos regresar.

Volveremos sí, pero derrotados.



jueves, 16 de mayo de 2019

La invasión de las liebres. Sumisión

Adrian Sandu


Curioso, aún no había amanecido en las puertas y fueron saliendo, al principio de uno en uno, con argumentos variados, incluso creíbles, en tropel después, sin compostura, sin gracia, sin adioses, sin ni siquiera un gesto con el dedo corazón.

Eso sí, dejaban las agujas y los violines.

En la primera parte del homenaje éramos amigos, quizás por los paraguas o por el refugio bajo el almácigo, todavía no sabíamos lo de las liebres.

El aviso fue en el entreacto.

En la segunda parte llegaron los bárbaros, los incapaces, los advenedizos y nada fue como era, el vergel se convirtió en páramo y estar se convirtió en un destino absurdo de tensiones y paz estrangulada, con curiosos silencios apiñados en la ventana.

No hay árboles, dicen.

Ni hierba pacífica, digo, tampoco rododendros, ni ligustros, limoneros o higueras, solo pinos y arbustos sin nombre.

Y silencio.

La verdad, lo que procede ahora es abrirse el pecho en tres pedazos y dejar fluir lo que quema y duele, vísceras y penas, orgullo caducado y miedo.

Digo todo esto para no tener que decirlo.

Ay, cuando lleguen las liebres.

miércoles, 15 de mayo de 2019

La invasión de las liebres.Sugestión.




Fue duro abandonar las palabras, dejarlas ahí, arrinconadas, envueltas en una bolsa de papel de estraza marrón con manchas de pescado y patatas fritas.

Los otros pasaban indiferentes, doblaban la esquina silbando, mirando sus relojes y su apatía. No recuerdo si llovía.

En el bolsillo interior de la chaqueta, al lado del bolígrafo Cross que me regaló Isabel guardé solo una, saudade.

Me dolían los músculos del alma, la máscara de las venas, el alma y tiempo que dediqué a tantas cartas de amor, húmedas y delicadas. Nada, no fueron las flores del desencanto la causa de la bebida, digan lo que digan esos.

Hablemos de ahora, hablemos de hoy, de las mentiras estructuradas y de los labios, del movimiento progresivo de las liebres y de la sed que excedía el cuerpo del exilio.

Y ya está, todo esto no es nada sin las palabras de alrededor.

martes, 14 de mayo de 2019

La invasión de las liebres. Sensación



Piero Fornasetti 

La pleamar llenó de uvas verdes la boca de María, sus cabellos descoloridos se enredaban entre algas y medusas que herían los brazos de los nadadores que salieron a salvarla.
Todos se ahogaron, impotentes ante la fuerza de la marea, sus cabezas aparecían y desaparecían entre la espuma de las olas.
La esperanza, no.

Encendimos una hoguera bajo la higuera al borde de la playa, rezamos y cenamos, los vagabundos no se acercaban por miedo a los perros y a nuestra mala fama. Pintamos su nombre en la fachada amarilla de la casa de siempre, donde estuvo el bar.
Nos bañamos desnudos y el frío nos mordía la barba y las nalgas.

Sabíamos del tiempo de la vendimia pero nos demoramos en funerales y ceremonias, ella era la primera y quisimos honrarla con fuego y vino, alimentamos su memoria sabedores de nuestra pronta amnesia.

Al amanecer salimos hacia la cordillera, nos perdimos entre la niebla y los pinos, nadie hablaba, el dolor del desencanto aprisionaba nuestras piernas.
Tres semanas después supimos que los bosques se habían quemado, nada supimos de las liebres.

lunes, 13 de mayo de 2019

La invasión de las liebres. Suposición.


Yumikrum


Fue aquella mañana que salimos a buscarlo. Estábamos todos menos el ángel. No había un jefe y así nos fue. La culpa fue de la niebla, también. No es cierto lo que dicen, no llevábamos armas, excepto la rabia. Pensábamos volver para la merienda pero el bosque se enemistó. Tengan en cuenta lo del jabalí y aquellos pájaros de pecho rojo. Por supuesto que Marta no debió haber venido, no por nada, todos sabíamos su aversión hacia las liebres. Construíamos la realidad aunque luego. No sé por qué me justifico, al fin y al cabo no le encontramos. Lo pagó un inocente, Marcelo, quién lo sabe, su cara indicaba lo contrario. Ahora nos buscan a nosotros. Bah, estamos aquí y allá, a refugio, que vengan. Nadie piensa en rendirse. Manden carne y keroseno.

domingo, 12 de mayo de 2019

Aviso (cinco días)

No sé si es correcto hacer propaganda de lo que hace uno.
Mientras lo adivino quiero informar que a partir de mañana colgaré aquí durante cinco días, cinco, una serie que llamé “La invasión de las liebres”.
Reencontrarla me ha producido una intensa emoción.
No recuerdo qué me inspiro escribirla pero me ha/he gustado.
Espero que a ustedes también les guste.   
Añadir que si me dan una opinión se lo agradeceré si es buena (si es mala iré a buscarles allá donde estén, se lo juro).
Ya está, esto era.
Recuerden, cinco días, “La invasión de las liebres”.
Desde mañana.


Durero


sábado, 11 de mayo de 2019

El Hudson baja turbulento.



Domingo, paseo por Brooklyn, más de dos millones y medio de habitantes, el barrio con más escritores por metro cuadrado. Me fotografío como un homeless frente a una casa donde vivió Marilyn Monroe cuando estaba casada con DiMaggio. Entro en una iglesia presbiteriana y con todo respeto rezo y pienso...

… replantearme el día a día, el pensamiento, eludir la rutina, reintentar lo cotidiano,  las relaciones con los otros y sobre todo la relación conmigo mismo...

… olvidar muchas cosas que aprendí, que me enseñaron, despojarme de lo de antes, asimilar que ahora es lo que hay y que es todo lo que cuenta , encontrar ese que soy, dar, estar con los otros, compartir aquello que hago mejor, ser mejor, ser...

… en los últimos meses he tenido al menos dos noticias buenas, omitiré las malas. Al contarlo muchas personas se han alegrado por ello, me lo han dicho, he visto una alegría sincera en sus ojos. Estas son las personas con las que quiero  compartir mis días. Otros no me han dicho nada,  su silencio era elocuente, en su mirada había indiferencia, incluso a algunos les llevaban los demonios. Estos son los que eludiré…

Estas cosas pienso mientras paseo por Brooklyn, un barrio en el que se hablan más de 90 idiomas, ¿se entenderán entre ellos?, ¿habrá alguno que hable euskera? Seguro que sí.

El Hudson baja turbulento.

viernes, 10 de mayo de 2019

Un poema para hoy



Un poema, hoy, ese que nos libere, que nos sacrifique en la piedra hostil de una mañana fría, otra más, mecánica precisión del cuerpo, monotonía de gestos, saberlo en un baile de gacelas que apenas toquen la garganta, la intención, el fondo, rondando sin entrar, con hambre ajena, abro la puerta, no viene, sediento  abra sin barcos,  el intento un vez más flota invisible en las aguas del otoño, la esperanza que se retuerce paralela a la voz, acantilado, refugio para los grandes pájaros dormidos, ni siquiera una canción, un susurro desierto, pero sí, aquí.

Quizás hoy no sea el día.

Puedo ver la doble sombra del desencanto del brazo de la esperanza herida.

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Bilbao, Euskadi
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