viernes, 23 de febrero de 2018

No es no.

Para G.
Ella siempre dice no, por principio, por hábito, obstinada, ausente.
Esta es la historia de toda una vida, de un amor duradero y no correspondido.
Desde niños, jugando al escondite, a pillar, a campo quemado, decía no. ¿Quieres jugar en mi equipo? No. ¿Quieres que nos escondamos juntos? No.
Ella todavía llevaba calcetines, le pedí una cita. No. ¿Quieres que salgamos a pasear por la alameda? No. ¿Quieres darme un beso? Noooo.
Pasaba el tiempo. Ella fue por un lado, yo por otro. A veces la veía del brazo de un robusto mozo, sonriente. Me moría de celos, de envidia. Siempre buscaba la ocasión de llamarle por teléfono. ¿Quieres que estudiemos juntos? No. ¿El domingo estarás sola? No.
Se casó, así, como lo digo. Con el robusto no, con otro, con un intelectual de gafas gruesas, bastante mayor, bajito, feo. Se me cayó el mundo encima. Quiero darte mi enhorabuena. No hace falta. ¿Podremos hablar algún día? No.
La vida siguió. Perdí su pista pero seguía en mi cabeza, confieso que no pude olvidarla. Me casé. Tuvimos un hijo. Vinieron los momentos malos, luego regulares, otra vez malos en lo económico, también. El matrimonio no lo soportó, nos separamos, cambié de ciudad.
No voy a contar los años siguientes, fueron duros. En mi pecho seguía conservando el recuerdo de aquella mujer que siempre me dijo no. Quizás por eso no podía olvidarla. Un día visitando una oficina, la encontré, trabajaba allí, estaba muy cambiada, al momento supe que aún la amaba Le pregunté: ¿me recuerdas? No-contestó -. Soy este hombre que siempre te ha amado. Le di todo tipo de detalles, de momentos presentidos. No caigo–dijo -. Aún así me contó que estaba divorciada, que su matrimonio no salió bien, que no tenía hijos, que vivía sola. Me envalentoné. ¿Quieres que tomemos un café? No–respondió -.
Sin desmayo seguí rondándola los siguientes años. Ella, también sin desmayo, dijo que no a todos mis requerimientos. ¿Quieres que vivamos juntos? No. ¿Quieres que hagamos el amor? Nooo.
Me jubilé, la verdad es que estaba aburrido de trabajar. Con tanto tiempo libre pensé más en ella, si cabe. Rondaba el portal de su trabajo, como un niño, como un viejo. Ni caso, ella no me hacía ni caso. Durante una temporada no pude verla, no iba a la oficina. Al cabo de unos días me enteré que estaba enferma. ¿Necesitas algo? No. ¿Te preparo un caldo? No.
Tengo 70 años, estoy con un ramo de flores entre los brazos. ¿Quieres que las deje aquí? Sé que ahí abajo, a dos metros de profundidad ella está pensando... No

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