martes, 31 de mayo de 2016

Schönheitsfehler


Lo que en verdad queda de mí
es justamente eso: mi ausencia.

(Ted Hughes)




Aquí, plantado ante el hoy para mañana me siento cansado, me sobra palabrería, recursos, trampas, me falta sentimiento.

Miro hacia atrás y la mayoría de lo que leo/veo me parece ajeno, lejano al menos, no sirve, está el ahora y necesita algo nuevo.

Escribo para mí, claro, pero hay momentos que no (me) entiendo nada. Creo que llevo demasiado tiempo aquí, utilizando palabras que no pueden contener la realidad, mundo imaginario del que solo veo el marco de la ventana, el paisaje está ahí, lejos, inaccesible, no sé describirlo.



Con una faccia imprestata/ da un altro, che - se ti fa comodo/ d altra parte vorresti la tua/ da offire a quel pubblico,/ che ti guarda come a Carnevale/ si guarda una maschera,/ ma intanto sa che tu/ non sei cosi.(*) canta Paolo Conte y así me siento. No con una cara prestada sino con una máscara que he elegido y que no me sienta bien, no estoy cómodo, me hace sudar, me aprieta la goma en la nuca.

Son ciclos, lo sé, un sube y baja según el clima emocional, los estímulos externos, los internos, la lluvia, el calor, impulsos que determinan el humor, la apetencia de seguir en este rincón perdido en otro rincón, en otro rincón, hasta millones y millones de rincones. Qué trabajo tan absurdo.

Pues eso, que Paolo Conte canta: Con una cara tomada prestada de otro, se te hace cómodo; aunque por otra parte querrías la tuya para ofrecérsela a ese público que te mira como en carnaval se mira a una máscara sabiendo sin embargo que tú no eres así.

Cómo me gustaría ser como escribo, es decir irreal, es decir, nada. O ser, al menos, un Lamed Wufniks. Mañana será otro día.


lunes, 30 de mayo de 2016

Actor 3



El Actor sabe, lo sabe ahora, que acariciar aquel cuerpo no era un pasaporte a su alma, no un visado, no un pase de pernocta, no un permiso indefinido, tener su cuerpo era un trabajo, un purgatorio, una obsesión, la condena del ejercicio desnudo de besar una y otra vez la anorgasmia irreparable de una mujer sin lengua.

Sin embargo volvía los miércoles, aún antes de amanecer, cuando mataron al juez y en primavera.

Ella escribía en una nube “ven” y él, obediente, iba.

Ha pasado el tiempo, subido en la escalera absurda que ha fabricado, otea un horizonte que ya no existe, no hay más allá que el recuerdo de un cuarto oscuro donde se veían sin verse, donde se tocaban como silenciosos amantes que no querían turbar a los que dormían sin saber, un pacto con un demonio cruel que fijó límites, una derrota ante un ejército de sentido común y papeles firmados antes de la luz.

La función debe continuar, el Actor vuelve al escenario y recita: “yo soy mi mundo”**

La locura de los otros como una pared obscena ante los desatinos que crecen, se agigantan dentro del Actor, su trágica obsesión por esa mujer espiritual y ajena, ausente, entregado a la hamartia de cercarla con un amor que jamás será correspondido. A quién un dios quiere destruir antes lo enloquece.

Esto es.



**Wittgenstein  (Tractatus (5.63)

domingo, 29 de mayo de 2016

Actor 2



Al terminar la sesión, con el alma alborotada, el Actor espera la noche negra, el preludio de las horas transitadas por hombres con problemas gástricos y emocionales. Es el momento para mezclarse con aquellos qué, como él, arrastran su dolor entre alcohol y risas fingidas.

Con lentitud, donde antes hubo navegantes la ciudad se ha transformado en un espacio de personas que transitan junto a los atentos vigilantes de mensajes entretejidos en la niebla de no verse. Los ausentes se hablan con los ausentes, intercambian coloquios con desconocidos de lejos o cerca, lectores de tabaquerías en fábricas que nada fabrican, solitarios farfullando soliloquios, ilusionistas que lloran cuando mueren las palomas.

Un puto aburrimiento.



sábado, 28 de mayo de 2016

Actor 1




El acto creativo mantiene la vida, es un baile lascivo ante la cruel muerte.

Llueve, hay gorriones bajo un alfeizar simulado, los espectadores entran al teatro con lentitud, dejan los paraguas goteando sobre la madera del vestíbulo, se sientan sin dejar de hablar.

Solo en el escenario, el Actor se lleva un dedo a los labios y recita: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo *. Un asistente despistado entre el público aplaude.


Suena el timbre de las nueve,  todos se van y el Actor se prepara para el baño de melancolía.



*Wittgenstein (Tractatus (5.6)

viernes, 27 de mayo de 2016

Bluf,



La literatura como bluf, o cómo mirar hacia atrás para escribir, una mirada retrospectiva ¿para tomar impulso?, ¿para repetir lo anterior?, ¿para seguir con la misma cantinela? 

El arte como bluf, la captura de una cierta poesía flotando en los objetos, en las ideas, en las palabras, en la naturaleza, en las personas. Plasmar esa poesía, intentarlo con disfraces, torpe, chapuceramente, con bigote postizo, soplando un matasuegras.

El blog como bluf, es decir un esfuerzo que no sirve para nada hasta que alguien lo lee, es más hasta que el que escribe lee sus propios textos y se sorprende, se lee como si hubieran sido escritos por otra persona.

Según Canetti (y Lacan, claro) uno es lo que habla. No sé si uno es lo que escribe (o lo que dibuja, lo que pinta, lo que esculpe, lo que hace) Una revelación. Sin necesidad de ángeles ni trompetas lo supe. Así, de repente, en un tris tras. Puedo escribir lo que quiera, de lo que quiera, no tengo idea de nada pero esa propia ignorancia me esconde los escrúpulos, nada por aquí, nada por allá, el post de hoy. (Aplausos)

Hoy estoy fuera (incluso de mí mismo) y no tengo  el cuerpo para escribir versos sublimes mientras  la vida camina a zancadas que me están dejando atrás. No se me termina la imaginación, se me termina la vergüenza. Lo dicho, el post de hoy, desde Bilbao, buenos días.

jueves, 26 de mayo de 2016

Day after day, alone on the hill.




Ensimismado, ciego a lo ajeno al metro cuadrado, lo mío, no más, la ventana da a un patio vallado, simulando la vida, en la frente la sílaba fatal, sin respetar las señales, gritando mentiras a la luna, arañando el alma solitaria acodada en el balcón del aire, enroscado en el ombligo del ombligo, con la armadura abollada por el estigma, el abuelo en un árbol, apilando en la acera las nostalgias arrugadas, pegando carteles en las paredes amarillas, inventando constelaciones con el dedo, enhebrando la aguja que coserá el sudario de los recuerdos, abanicando temores, el miedo a dormir sólo, la cabeza corre, las piernas no, dibujando jirafas desgarbadas, hipopótamos que buscan su espacio de agua, alondras sin alas, la placidez del sueño de un niño, disfrutando la mirada del fin de la tierra que susurra al oído, la voz que habla de lejos, la carcajada desde un fondo de guitarras y palmas desnudas, el vengador puntual cada madrugada, las preguntas mexicanas, la sonrisa uruguaya, el corazón en un plato, la sangre goteando desde el lavavajillas, como un tren que viaja de noche, que paren esta máquina, que dinamiten la vía, es un viaje al infierno –si lo hubiera- y se han agotado los billetes de regreso, hace calor, no llueve, caminamos hacia el pleno verano, quizás pronto llegará un oscuro invierno.

Esto es.

Y me llevo dos. 


miércoles, 25 de mayo de 2016

Deporte rural.


Desde ayer, ni exhausto ni sin palabras, me quedan, la gracia es cómo combinarlas, como hacer atractiva su sucesión, conseguir coherencia, significado, intríngulis, digo más, atractivo, interesar, encantar, subyugar al que lee.

Un blog, este, no es el lugar para ello.

La literatura va por otro lado.

Esto es un juego, un divertimento, un intento de disfrazado de, un subterfugio, un quiero y no puedo, una mano de pintura blanca sobre la nada, un ego subido a una silla declamando en el desierto con un ombligo enroscado en la cabeza como un turbante o un cefalópodo, algo así. 

No sé hacer más (ni menos).


Soy (o era) buen pelotari, la cosa es que esto de los blogs no va por ahí, tampoco esto es un desafío de arrastre de piedra, ni siquiera saber quién la levanta (la piedra) más veces en menos tiempo. Nobles deportes rurales de mi bella tierra. 


Pues eso, este es un blog san Pablo que se cayó del caballo, que pretendía ser literario y que descubrió que para eso hacen falta otros atributos (además de los de cada uno).

Y aquí ando, trampeando las semanas, quizás con estos trabajos espontáneos, naturales, no se necesite más (siempre que sean sinceros, claro. Puedo jurar que lo son) y hacen falta menos Cortazar y más Belenes. No sé, no lo tengo claro, es un lío esto de salir al ruedo a cuerpo limpio (y suerte que por aquí no vienen muchos banderilleros, ni picadores).

Pero nunca hacer el Tancredo.

martes, 24 de mayo de 2016

In my life.



Curiosamente, en mayo del 68 yo tenía 68 años, iba con el siglo. Había pasado dos grandes guerras y aquellos alborotos de niñatos consentidos poniendo París boca arriba, quemando coches, inventando frases, no me decían nada. Los Beatles sí me decían.

Mis gustos musicales iban desde Bach hasta la Piaff, incluso me gustaban Polnareff , Gainsbourg, Aznavour, quizás por el idioma, quizás por el contraste o por desentonar. No entendía sus letras, aún así me gustaban los Beatles. 

Mis nietos aprendían a fabricar cócteles Molotof, eludían las porras de los gendarmes, me animaban a descubrir la playa debajo de los adoquines, pero bastante había descubierto en Verdún siendo apenas un mocoso o desfilando con la 2ª División Blindada del general Leclerc por los Campos Elíseos en el 44. Nada comparable con descubrir a los Beatles, dieron una nueva dimensión a mi vida.

Mi mujer se reía. Decía- ay, este hombre, a la vejez viruela. 

Mis hijos estaban celosos de que me gustase lo que les gustaba a sus hijos, aquella endiablada música inglesa de melenudos, tan irrespetuosos, tan deslenguados.

Mis amigos jugaban al dominó y seguían escuchando a Maurice Chevalier, ese carcamal, añoraban a Josephine Baker, una reliquia. Eran unos antiguos.

Cuando fallecí, los Beatles cantaban al mundo su “All you need is love”, aún no se habían separado, no habían asesinado a Lennon frente al edificio Dakota en New York…

-Perdona que te interrumpa- me dice San Pedro- con esta música celestial de órgano que nos entretiene ¿Aún son tus preferidos?

Por supuesto, Peter –entre nosotros hay confianza-, no ha habido otro grupo como ellos. 

Y nos ponemos a cantar aquel “Baby it´s you” que tanto nos gustaba.

Es lo que tiene el Cielo.

Por cierto, a Dios también le gustan los Beatles.



lunes, 23 de mayo de 2016

Murakami y yo.


Es increíble, acabo de descubrir a mi alma gemela. Esta mañana, en Fnac, me he comprado un libro de un tal Haruki Murakami, uno de esos escritores japoneses nuevos. Leyendo la reseña del autor me he quedado pasmado, no me parecía posible, la realidad supera cualquier ficción.

Resulta que el tipo nació en el mismo mes y año que nací, es escritor, traductor, corredor y japonés como yo, él nació en Kyoto y yo en Nakano. La temática del libro que he comprado, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, es, en lo que he podido leer, bastante parecida a la de mis mejores libros.


La sorpresa ha aumentado cuando he sabido que su padre era sacerdote budista, el mío era párroco católico en la diócesis de Takamatsu (ya, no se lo digan al arzobispo Okada que se casó, no lo sabe ni mi madre)

 
 (Además es clavadito a mí, mi doble)


Pero ahí no acabo todo, las coincidencias siguen. Ambos estudiamos literatura y teatro griego, nuestras esposas se llaman Yoko (la mía Yoko Mari), los dos hemos trabajado en una tienda de discos, hemos tenido un bar de copas en Tokio (en diferentes barrios, eso sí), en diferentes épocas de nuestra vida hemos vivido en Europa y América, somos celosos de nuestra intimidad, no acudimos a fiestas, no recibimos premios, no damos conferencias, no damos charlas, ni firmamos libros, no damos entrevistas, no dejamos que nos fotografíen, nos encantan el jazz y los Beatles, nos gusta tocar el piano, los gatos, las series de televisión, las películas de terror, las novelas de detectives, la ropa de sport, las canciones pop, tenemos pánico a las alturas, corremos a diario…

¡basta! 

Demasiadas coincidencias, este tipo me está copiando, no existe, me está robando las ideas, tengo las pruebas. Lean este fragmento de Dance Dance Dance, me lo ha copiado literalmente, esto ya lo había publicado en este blog Glup 2,o (aunque no recuerdo la fecha). 

Había una mujer que de vez en cuando se quedaba a dormir en mi apartamento. Luego desayunábamos juntos, y ella se iba al trabajo. Tampoco ella tiene nombre, pero sólo porque no es un personaje de esta historia. Aparece brevemente y desaparece enseguida. Por eso no le pongo nombre, para no liar las cosas. Pero que nadie piense que me la tomo a la ligera. La apreciaba mucho, y la sigo apreciando ahora que ya no está.
Éramos amigos, por así decirlo. Era, al menos, la única persona con la que podía decir que me unía cierta amistad. Tenía un novio formal, que no era yo. Trabajaba en una compañía de teléfonos, preparando las facturas con el ordenador. Ni yo le pregunté sobre su trabajo ni ella me contó demasiado, pero creo que era eso. Calcular el montante de las facturas telefónicas de otras personas, preparar los recibos, algo por el estilo. Por eso todos los meses, al ver en el buzón el recibo del teléfono, me daba la impresión de estar recibiendo una carta personal.
Además se acostaba conmigo. Dos o tres veces al mes, más o menos. Pensaba que yo había caído de la luna o de algún lugar semejante. “¿Aún no te has vuelto a la luna?” me pregunta entre risas. Estamos en la cama, desnudos, nuestros cuerpos muy juntos, sus pechos contra mi costado. Así pasmos muchas noches, charlando hasta el amanecer. El ruido de la autopista no cesa ni un momento. En la radio suena monótona una canción de los Human League. Human League. ¡Qué nombre tan absurdo! ¿Por qué usarán un nombre tan sin sentido? Antes la gente era mucho más moderada a la hora de ponerle nombre a un grupo. Imperials, Supremes, Flamingos, Falcons, Impressions, Doors, Four Seasons, Beach Boys.
Ella ríe cuando me oye decir estas cosas. Y luego dice que soy un tipo raro, distinto. En qué soy distinto, eso es algo que desconozco. Yo creo que soy una persona tremendamente normal con una forma de pensar tremendamente normal. Human League.
“Me gusta estar contigo”, me dice. “A veces me vienen unas ganas tremendas de estar contigo. En el trabajo, por ejemplo.”
“Aha”
“A veces”, dice ella marcando las palabras. Y luego deja pasar unos treinta segundos. La canción de los Human League ha terminado, y ahora suena algo de un grupo que no conozco. “Ese es tu problema”, continúa. “Me encanta estar así los dos juntos, pero no se me ocurriría pasar todo el día contigo, de la mañana a la noche. ¿Por qué será?”
“Ni idea.”
“No es que esté incómoda contigo. Es sólo que, cuando estamos juntos, a veces me da la impresión de que el aire se vuelve increíblemente liviano. Como si estuviéramos en la luna.”
“Este es un pequeño paso para el hombre...”
“No estoy bromeando”, me contesta incorporándose en la cama y mirándome de frente. “Lo digo por tu bien. ¿Hay alguna otra persona que te diga estas cosas? ¿Qué me dices? ¿Acaso tienes a alguien?”
“A nadie”, le digo sinceramente. Absolutamente a nadie.
Vuelve a tumbarse, apoyando sus pechos en mi costado. La palma de mi mano le acaricia suavemente la espalda.
“Pues eso. Cuando estoy contigo, hay veces que el aire se hace muy liviano, como en la luna.”
“El aire de la luna no es liviano” le apunto. “En la superficie de la luna no hay absolutamente nada de aire. Por eso...”
“Es liviano”, susurra ella. No sé si ha ignorado mis palabras o si no las ha oído en absoluto. Pero oírla hablar en voz baja me pone nervioso. No sé por qué, pero hay algo en su susurro que me inquieta. “Increíblemente liviano, a veces. Es como si tú y yo respiráramos aires totalmente distintos. Lo sé.”
“Faltan datos” le digo.
“¿Quieres decir que no sé nada sobre ti?”
“Tampoco yo sé demasiado de mí mismo” contesto. “Lo digo en serio, no es que trate de filosofar. Es más real que todo eso. Faltan datos así, en general.”
“Pues ya eres mayorcito. ¿Qué edad tienes? ¿Treinta y tres?” Ella tiene veintiséis.
“Treinta y cuatro”, la corrijo. “Treinta y cuatro años y dos meses.”
Ella mueve la cabeza. Luego se levanta de la cama, se acerca a la ventana y abre la cortina. Se ha puesto mi pijama.
“Vuélvete a la luna”, me dice mientras la señala con el dedo.
“¿No hace frío?”, le pregunto.
“¿Quieres decir en la luna?”
“No, estoy hablando de ti”, contesto. Estamos en Febrero. Junto a la ventana, su respiración se ha vuelto blanca, pero sólo al oír mis palabras parece tomar consciencia de ello.
Se apresura a volver a la cama. La abrazo, y noto el frío del pijama. Aprieta su nariz contra mi cuello. Está helada. “Te quiero”, me dice.
Quiero decir algo, pero no me salen las palabras. Ella me gusta mucho. El tiempo se pasa volando cuando estamos los dos así, en la cama. Me gusta dar calor a su cuerpo y acariciar su pelo. Escuchar el leve sonido de su respiración al dormir, llevarla al trabajo por la mañana, recibir la factura de teléfono que ella ha calculado (o eso quiero creer), verla con mi pijama puesto, que le queda grande. Pero no puedo expresarlo con palabras cuando llega el momento. No estoy enamorado de ella, pero tampoco vale decir simplemente que me gusta.
¿Qué se supone que debo decir?
El caso es que no soy capaz de decir nada. No se me aparecen las palabras necesarias. Sé que mi silencio la hiere. Ella no quiere que me dé cuenta, pero lo siento. Lo siento mientras acaricio la suave piel de su espalda sobre la espina dorsal. Muy claramente. Nos abrazamos en silencio durante unos instantes, escuchando una canción de título desconocido. Su mano está apoyada en mi vientre.
“Cásate con una mujer de la luna y crea con ella una estupenda familia de lunáticos”, me dice con dulzura. “Es lo mejor que puedes hacer.”
Sin dejar de abrazarla, observo la luna por encima de su hombro, a través de la ventana abierta. De vez en cuando atraviesan la autopista enormes camiones cargados de algo muy pesado y levantando un estruendo lleno de malos presagios, como un iceberg que comienza a derrumbarse. Me pregunto cuál será su carga.
“¿Qué tienes para desayunar?” me pregunta.
“Nada fuera de lo normal. Lo de siempre. Jamón, huevos, tostadas, la ensalada de patata que me hice ayer, y café. Si quieres, te lo preparo con leche caliente” contesto.
“Estupendo”, me dice con una sonrisa. “¿Por qué no preparas unos huevos con jamón, y me sirves el café con tostadas?”
“Ningún problema” le aseguro.
“¿Sabes qué es lo que más me gusta del mundo?”
“Francamente, no tengo ni idea.”
“Lo que más me gusta”, me dice mirándome a los ojos, “es estar en la cama una fría mañana de invierno, sin ninguna gana de levantarme. Y entonces oler el aroma del café, y oír el sonido de los huevos con jamón al freírse, y el crujir de las tostadas cuando las cortan, y saltar de la cama sin poderme contener.”
“Pues vamos a verlo”, le digo riendo. 

(Fragmento de Dance Dance Dance de Haruki Murakami)



(Me ha copiado hasta la firma)

domingo, 22 de mayo de 2016

Estruendo emocional en New York.



Pues señor, corría el año de gracia de no sé cuándo y los mandamases verdes de New York se habían propuesto terminar con la sequía amorosa que asolaba aquella ciudad. Aburridos de las monótonas conversaciones de sus habitantes sobre la muerte y el más allá se conjuraron para intentar que se dedicaran al más acá y así gozar de la vida mientras pudieran.

Para ello crearon un comité de evaluación de necesidades. Después de laboriosos estudios, el citado comité, compuesto por miembros de diferentes colores, presentó sorprendentes conclusiones. Destacaban entre las más importantes, a saber, la evidente desproporción entre personas sensibles y personas ajenas a esta malformación irrefutable.

La solución era compleja pero como por algún lado debían comenzar fundaron el New York Emotional Center, lugar destinado en principio para la reeducación de aquellos ciudadanos con mínimos índices de sensibilidad o carentes de ella. Los cursos estaban previstos como de larga duración y serían impartidos por poetas locales, damas y caballeros de probada virtud y tres conocidos amantes del Bronx.

La realidad fue dramática, aplastante, al cabo de dos semanas las aulas estaban vacías y los prófugos de la enseñanza deambulaban por las esquinas sin fijarse en nubes ni arco iris, ajenos a lágrimas y versos, marcando distancia con miradas duras y despectivos gestos con los dedos.

Este primer fracaso, lejos de llevar el desánimo, provocó una reacción inesperada, un grupo de entusiastas vecinos fundó el club de los Corazones Exacerbados y se dedicó a colgar carteles por las paredes de los barrios invitando a todos, residentes o no, a visiones colectivas de puestas de sol, gotas de escarcha en las telarañas, gatos abandonados en los quicios, lectura de poemas de Walt Withman y una dosis masiva de informativos de la televisión, incluidas ejecuciones de tiranos de países de otros hemisferios y hambruna en lugares tan lejanos que ni los conocemos.



Por ahí empezó, una cosa fue llevando a otra y se filtró la noticia de que alguien había dicho que uno comentaba que conocía a dos que después de ver serpentear las gotas de lluvia por los cristales de una barbería del centro comercial habían hablado de su similitud con la vida que resbala por los años, etcétera, después degustaron un café, se citaron al cabo de unos días y –esto está sin confirmar- una vez se tomaron de la mano. Un éxito, de ahí al acto amoroso solo faltan años, papeles y un estado de gracia.

Aunque nadie lo esperaba este aparentemente suceso, tan nimio, creó escuela y en los días de lluvia se agolpaban las multitudes frente a las barberías de Times Square esperando el milagro del diálogo más allá del béisbol, el rugby y, sobre todo, de sus consecuencias, besuqueos, tocamientos, etc. De los diferentes condados y villorrios venían, en coches y bicicletas, con cestas de manzanas y sueños plisados, con gabardinas hasta los pies y pañuelos de seda cubriendo sus cabezas. Entre las masas surgió un avispado que ante esta concentración humana gritó: ¡Sensibilidad! .Y todos, sin excepción, respondieron. ¡Yea!. Como si hubiera sido una orden se produjeron los primeras abrazos, tímidos, después besos furtivos, siguieron con un desvestirse general, los intercambios de pieles, los contrastes y al cabo de una hora aquellas almas en pena se convirtieron en cuerpos en ebullición, en la proliferación de intercambios sexuales, gemidos sobre el barro, comunidad de paisanos en un vaho amoroso y cálido, un estruendo que trascendió los límites de New York. Aleluya.

Fue un principio.


En las siguientes elecciones volvieron a ganar los de siempre.


sábado, 21 de mayo de 2016

Empatía/muerte/amor





Leo en WikipediaEmpatía 

La empatía (del vocablo griego antiguo εμπαθεια, formado εν, 'en el interior de', y πάθoς, 'sufrimiento, lo que se sufre'), llamada también inteligencia interpersonal en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra.

Ciertas corrientes de pensamiento psicológico postulan que la mente humana tiene en común sensaciones y sentimientos. La única diferencia entre dos personas es el momento en el que se muestran dichos sentimientos, provocando emociones que motivan a actuar. Que una persona no sienta igual que otra en un momento dado, es por razones educativas, predisposición genética y condicionantes hormonales, que inducirán a encauzar los estímulos de una forma u otra. Por eso, infieren que la empatía es posible en un individuo capaz de razonar acerca de sí mismo, evaluar sus sentimientos y razonar acerca de otras personas de forma que no tienda a justificar sus propios deseos. El deseo sería la unidad de degeneración del pensamiento objetivo, y el grado de exactitud estaría desvirtuado, en mayor o menor medida, dependiendo la profundidad del conocimiento de uno mismo, o lo que es lo mismo, de su inteligencia emocional.

Es decir.
La empatía y cómo conseguirla.

O como dice el poeta

«A morte, como o amor, nunca advirte por onde se nos achega...»

(Lois Pereiro)

Qué verdad.
Estamos vivos. 
Amemos.

viernes, 20 de mayo de 2016

Me acuerdo.



1
Me acuerdo cuando leí “La serpiente y la espada de P. C. Wren y descubrí pasajes fascinantes, adultos.

2
Me acuerdo cuando entramos con linternas en aquellas cloacas bajo las vías del tren a Lezama.

3
Me acuerdo del asesinato de Lumumba.

4
Me acuerdo de Cheri te quiero Cheri yo te adoro como la salsa del pomodoro.

5
Me acuerdo de las felicitaciones de Navidad de Ferrándiz.

6
Me acuerdo de las aventuras de Bob Morane de Henri Vernes.

7
Me acuerdo que los libros de Zane Grey me aburrían

8
Me acuerdo que me leí en una tarde el tercer tomo de la serie Sandokán.
9
Me acuerdo de cuando saltaba las hogueras de San Juán,

10
Me acuerdo de pescar cangrejos con retel en la ría de Gernika.

11
Me acuerdo de los camioneros sentados frente a las tabernas de San Mamés.

12
Me acuerdo cuando deportaron a Tito Echevarría a la isla de Yeu.

13
Me acuerdo de mi primer beso a una chica, fue junto a un depósito de agua en Arabella.

14
Me acuerdo de la brisa de un día de verano en Artxanda.  

15
Me acuerdo del terremoto de Agadir.

16
Me acuerdo que me gustaban las películas en las que salían Rhonda Fleming y Eleanor Parker. También las de Yvonne de Carlo.

17
Me acuerdo de los cines con programa doble.
18
Me acuerdo que me gustaba un ciclista apellidado Loroño.

19
Me acuerdo de los Apple II e 

20
Me acuerdo del miedo que pasé cuando corrí un encierro de San Fermín.




jueves, 19 de mayo de 2016

Vehemencia


Vehemencia: 

1. Apasionamiento, ímpetu:
2. Irreflexión, impulsividad en el comportamiento o actuación.

Escribir vehementemente es un riesgo, dejar salir las emociones en tropel puede terminar en verlas colgadas de las ramas floridas de los árboles de mayo. 

Escribir con pausa, reflexionando, puede conducir al amaneramiento de las frases, a engolar el tono, al aburrimiento.

No escribir...puede ser esa la solución.

Ya, ¿en qué quedamos?



miércoles, 18 de mayo de 2016

Evolución.



Evolución. 

Subimos a este tren de expresión con toda la energía, con la ilusión de exponer aquello que escribimos en la soledad ensimismada de un poema, un relato, una mentira, un pensamiento, un dolor disfrazado de cuento,  los recuerdos, la alegría de saber que hay otro día.

Siendo la misma, que alguien lea otra historia.

martes, 17 de mayo de 2016

A Elvira.




Elvira, a veces olvido que no solo me lees tú y me dejo llevar por la emoción de las palabras, aireo sentimientos que solo a ti y a mí nos pertenecen. 

Lo sé.

También sé que esas palabras se posan como golondrinas en tu tendedero y las recoges, las pliegas, las planchas, espolvoreas espliego sobre ellas, las quemas en el patio trasero y esparces sus cenizas en el viento de tu playa ilimitada.

Lo entiendo.

Intento definir si la emoción siete te corresponde en exclusiva o si la he inventado, si el estremecimiento diez es por tu cercanía o por mi imaginación. Es posible que mezcle unas cosas y otras, es posible que esté perdiendo la proporcionalidad, el sentido del ritmo, la cordura.

Lo temo.

Es lo que tiene escribir para nadie, nunca me ubico en un solo territorio, vago por páramos y colinas, subo y bajo, me pierdo en retórica y hablo desde el balcón sobre ninguna plaza. Otras veces me compro todos los ejemplares del periódico para que parezca qué, para no cerrarlo, para distraer las cifras reales de venta.

Lo reconozco.

En cualquier caso, bajo una manta, disfrazado de náufrago o de mártir de la fe, con bigotes pintados con un corcho de cava quemado o con la cara lavada insisto en el error de contarte, Elvira, lo que a todos cuento.

Pero te quiero y no puedo evitarlo. 

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