lunes, 13 de julio de 2015

La Princesa de los Ursinos.

 Princesa de los Ursinos.

Marie-Anne de La Trémoille, princesa de los Ursinos (París, 1641 – Roma, 5 de diciembre de 1722), noble francesa de la corte de Felipe V de España.

Era hija del aristócrata francés de antiguo cuño Luis II de La Trémoïlle, duque de Noirmoutier (1612–1666). Casó en primeras nupcias (1659) con Adrien Blaise de Talleyrand-Périgord, príncipe de Chalais y en segundas (febrero de 1675) con el príncipe romano Flavio degli Orsini (1620–1698), cuyo apellido se tradujo des Ursins en francés y luego «de los Ursinos» en castellano.

Al enviudar por segunda vez, Luis XIV, de cuya plena confianza gozaba, le encargó acompañar al joven Felipe V a España cuando éste asumió la corona a la edad de 17 años, en 1700. Fue nombrada Camarera Mayor de la reina María Luisa Gabriela con el encargo de dirigirla y tutelarla.

Mostró entonces una enorme rapacidad sin escrúpulos e intervino en numerosas intrigas con camarillas francesas establecidas en la corte. Luis XIV le ordenó regresar a Francia en 1704, pero pronto volvió a la Península y se convirtió, junto con el ministro Orry, en uno de los personajes más decisivos de la política española.

Todos los negocios del Estado pasaban por las manos de esta hábil y discreta agente del Rey Sol, que impulsó a Felipe V a mantenerse firme en la Guerra de Sucesión e intervino en las negociaciones que precedieron a los Tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714). Negoció asimismo las segundas nupcias del primero de los Borbones españoles con Isabel Farnesio, considerada una beata nula y sumisa y, como descendiente de una pequeña dinastía semi-real de la débil Italia, sin ningún valimiento político propio.

En 1714 al poco de su llegada a España, sin embargo, la enérgica y dominante Isabel ya se había adueñado de la voluntad de su abúlico marido, despidiendo a su Camarera Mayor y haciéndola escoltar, a mano armada, hasta la frontera de Francia.


Ya, ya, no me lo digan, siempre canto lo mismo, saudades y coplas de ciegos. Tiene sus motivos, busco lo fantástico fuera de lo cotidiano. No hay en ello nada original, al contrario, es absoluta falta de imaginación, lo fantástico está en la realidad, a veces se me olvida, a veces me olvido de quién soy, de lo que hago o hice, amnesia selectiva, espejos rotos, ecos amordazados. ¿Qué quieren? hay que seguir viviendo.

Corro por los muelles y se escapan los barcos por océanos de colores, navegantes solitarios en estampida, mercantes varados en playas del Caribe –ay, mar de aquel agosto-, trasatlánticos fantasmas en las noches de Amacord, náufragos en un balde remando con largos dedos, cabezas de ahogados que se resisten a desaparecer bajo las fieras olas de julio.


Ahora me siento en el centro de la pérgola, alrededor una cortina de desplegadas colas de pavo real, los surtidores de la fuente lanzando sus caprichosos chorros de agua, un aya melancólica con niños llorando a moco tendido, hay un león y un girasol en una jaula, hay un mayordomo vestido de pingüino, hay una jirafa que no para de fumar, hay un hombre calvo corriendo en círculo entre nubes de saudade, ninfas desnudas tocan cítaras y pífanos, todo esto está escrito en un palimpsesto y sólo hay tres historias, me sé dos, la otra me la imagino. Ya, ya, no me lo digan, siempre canto lo mismo.


1 comments :

LA ZARZAMORA dijo...

Lo que pasa es que muchos cantan o cuentan siempre lo mismo y siempre suena igual.
Y cuando lo haces,tú, tienes el don de que no suene desafinado y resulte cada vez más bello, y además diferente. Y claro, eso a la realidad le tiene que doler.
Un beso generoso, mi sireno de saudades, mi nadador privado entre lianas tarzanescas.
No cambies, Pedro.

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