lunes, 6 de abril de 2015

Orgasmos.

 Es ardiente el pasado, e imposible:
breve noche de amor conmigo mismo.

( F. B.)



Hay temas delicados, difíciles de tocar sin alterar el equilibrio, el silencio, el borde de las heridas aún abiertas. Sobre todo cuando los que leen saben o han estado en el mismo barco o se marean con la marejada o leen con microscopio. Pero un orgasmo no se inventa y ya pueden salir a buscarlo con candil o con encajes, siempre hay personas con voluntad -o había, que hace mucho tiempo que no-.

La vida sigue por inercia, hay un horizonte asumido, el balcón está cuajado de flores y confesiones, pero es difícil, lo sé, sobre todo si el/la que quiere, no quiere. Con todo, un orgasmo no es un privilegio mecánico, o eso parece, por eso hay que buscarlo en un diván. Aunque –no te rías- si no se encuentra sobre una cama es absurdo mirar debajo (de esa misma cama o de otra), o detrás.

Los poetas se odian y se admiran, desalojan la ternura y abordan por estribor al menor indicio de tormenta en lontananza. Aún así esto no es una carrera de cucarachas y ganan los que ganan, siempre los más rápidos, los más resistentes, los más osados. Parábola del que escribe y conjura los miedos intentando ser otro sin dejar de ser él, vivir lo que no vive, inventar escenarios nuevos llenos de colores, ordenar así –ya- y que todo pueda pasar.

Queda por definir el matiz ese del orgasmo.


En resumen, que el corazón tiene una línea directa con y que la búsqueda del orgasmo está más cerca del centro del cerebro que del centro del clítoris, aunque también.


Final: que sí, que justamente eso era lo que ya sabíamos.


Vendo orgasmos (o los alquilo). 



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