viernes, 7 de marzo de 2014

Ida y vuelta.

 

Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre.

(Valente)



Viaje de ida, con cifras a la espalda, sangre, sudor y lágrimas por carreteras que corren por pueblos diminutos, montañas envueltas en membrillo de nubes, escarcha de nombres, azucenas amansándose en la garganta, los recuerdos que afloran, tímidos primero (el chalet ahora abandonado, que nos metíamos en la cama el viernes por la noche y no nos levantábamos ni para comer; las persianas de las ventanas que daban al camino, cerradas; el culo empinado de E. cuando se asomaba para ver los peces rojos tiritando en el cauce transparente del arroyo bajo la cocina; nuestros cuerpos dándose calor; juegos desnudos; mi niña E. que dio vuelta a mi vida, que la llenó de amarillos pétalos de diferencia, etcétera), el pantano detenido, con juncos helados, pellizco de árboles blancos, frío en las orejas aguzadas por el silencio, tanto olvido, aroma de nada, calma en mis manos cóncavas que reciben cuchilladas de la nostalgia, creciendo (que tenía MC tanta necesidad de amor que se entregaba sin medida a nuestra impaciencia; que se perdía su caudal de Caperucita equívoca por bosques absurdos; que enfrentaba mi razón y mi instinto; que nunca fue; que murió de forma trágica después de una vida trágica; justo paso ahora por la casa donde nos vimos por última vez, etcétera) soledad de campos con aves de paso acurrucadas en el vacío, caseríos salpicados por las laderas, unas ovejas mudas, un caballo, un gato que huye por los charcos, una bicicleta en un balcón, el coche del panadero, el camión del butano, mi coche atravesando el ahora y el ayer, mi memoria arrodillada (A, su padre desaparecido; su madre vestida de rencor; ella y yo entrelazados en la torre, jadeantes mientras B nos miraba, excitada, desde la puerta; la única vez que he amado sin deseo; que era un engaño aquella pasión; que los dos queríamos otra cosa; que me sentía sucio, confundiéndola, traicionándome; etcétera) la ermita destacando entre los pinos, suena una campana que acaricia mis oídos como una hebra de luz, me duelen las costillas de recordar, lástima de vida que corre tan rápido, que me deja atrás en esta mañana brumosa que se mece por carreteras que había olvidado, por nombres que me muerden como perros negros, que se me abren las heridas y también fui ese, viaje de vuelta.




Todos los puertos son el mismo,
uno y el mismo,
donde cantan las brumas
y una ciudad se apaga y un estrecho,
sin que nunca sepamos
si vamos, si venimos
o si estaremos siempre.

Andrés Trapiello.


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