miércoles, 8 de enero de 2014

Anne Bancroft.


Tractatus logico-philosophicus.

1. El mundo es todo lo que acaece.
1.1 El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.
1.11 El mundo está determinado por los hechos y por ser todos los hechos.
1.12 Porque la totalidad de los hechos determina lo que acaece y también lo que no acaece.
1.13 Los hechos en el espacio lógico son el mundo.
1.2 El mundo se divide en hechos.
1.21 Cualquier cosa puede acaecer o no acaecer y todo el resto permanece igual.

(Ludwig Wittgenstein).





En la hora justa posterior a la renuncia, entre un revuelo de lirios y jilgueros, pensé en la estructura de ADN del recuerdo de aquella que tanto se parecía a Anne Bancroft. En las uñas del alma aún tenía clavadas las astillas de los besos en la curva de las caderas de la que era su doble. No ahora, quizás, sí en un tiempo pasado del que confundo los números y las realidades.

Los vencejos del olvido picoteaban los caparazones de las tortugas de los años, las compraba y se morían, comida equivocada, aguas subterráneas no aptas, insistencia en esa comparación absurda.

Me decidí al fin, armado con los aperos del lenguaje de los mudos, en plasmar los recuerdos en gestos y muecas, en violento silencio, la frente contraída, la mirada errada, la lengua acariciando los dientes en la boca seca, labios fruncidos.

Miré y no estaba.

Ya no, ya no invoco el pasado, es inútil, es absurdo, ella está pero no es ella, es otra, no sé quién es esta, una copia, alguien parecido a quién era pero de otro color, por dentro, cáscara que no encierra a la que fue.

Las sábanas arrugadas que me empeñaba en doblar, el resplandor de su rostro en Tarragona, aquella habitación con las contraventanas de par en par, el brillo de la luna nueva nadando sobre nuestros cuerpos temblorosos entre caricias y susurros. Ella sudaba como una niña asustada, encunada entre mis brazos que no podían dormir y el péndulo del destino oscilaba entre su sí y mi no.

Hermosura de la tristeza, belleza en la suma de momentos compartidos, ella apoyada en la pared, mi lengua surcándola en íntima ascensión, las yemas de los dedos jamás se serenaban allí donde se rompían los manantiales aunque ella no se permitía el goce más allá de lo mecánico, dique de profundidades, comentarios quincenales en París, qué digo, qué sé ahora.

El aire de un hotel de tercera, ropa tendida en el patio, encuentro apresurado después del vermouth, por la autopista cercana atronaban camiones, la vecindad no era alegre, el deseo como un perro arriba y abajo de nuestros cuerpos tendidos, nos deseábamos tanto que las venas del cuello se hinchaban de brutal nostalgia cuando estábamos separados.

Era cuando me recordaba a Anne Bancroft.

Después se hizo la noche y no volvió a amanecer. Entonces fue cuando supe que todo había sido un exceso, un error en la geografía desmesurada de la nostalgia. Palabras sin sentido, sin miel, basurero de palabras, la tristeza vestida de negro con un clavel en el borde de la mantilla, la certidumbre de la muerte sentada frente a mí, mirándome, como aquella noche del hospital, límite de los días, impaciencia de la nada.

Lejos, todo está lejos, solo está cerca el mortal aburrimiento de no verla, la imagen de sus bragas negras sobre la piel blanca de diciembre y un mensaje en el contestador que no debo borrar para espanto de los sábados que se llenan de sentimiento no controlado, cuando lloro mansamente sobre el mantel de ahora.



En la época clásica, la prosa y la poesía son magnitudes, su diferencia es mensurable; no están ni más ni menos alejadas que dos cifras distintas, contiguas como ellas, pero distintas por la diferencia misma de su cantidad. Si llamo prosa a un discurso mínimo, vehículo más económico del pensamiento, y si llamo a, b, c, a los atributos particulares del lenguaje, inútiles pero decorativos, como el metro, la rima o el ritual de las imágenes, toda la superficie de las palabras se encontrará en la doble ecuación de Monsieur Jourdain:

Poesía = Prosa +a+b+c
Prosa= Poesía -a-b-c

El grado cero de la escritura (Roland Barthes).


6 comments :

bixen dijo...

Poesía-Prosa=0
a+b+c=0
ax2+bx+c=0
x=1
Prosa-Poesía=i
x=pi, e ó i.

Pedro M. Martínez dijo...

bixen, progresas adecuadamente.

bixen dijo...

Te lo crees todo; lo mismo da, que da lo mismo.

Pedro M. Martínez dijo...

Si

bixen dijo...

¡Genial tu nueva respuesta!
Sí, es como cuando se le da la razón a un tonto. Es broma (lo último), pero era/es para rizar el rizo.
&:•P

Magnolio dijo...

Demasiadas personas, palabras, importantes en esta página.

Sólo el pensamiento de comentar algo me produce mareos.

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