lunes, 15 de octubre de 2012

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Este cuadro de Kiefer está en el museo Guggenheim de Bilbao desde su inauguración. La primera vez que lo vi me impresionó. Esta última también. La celadora me avisó que no se pueden sacar fotografías a las obras expuestas. Pedí disculpas.  



Anselm Kiefer nació en 1945 en Donaueschingen, al sur de Alemania. Reconocido internacionalmente como uno de los más importantes creadores de nuestro tiempo, su producción se inicia a finales de los años sesenta, cuando decide abandonar los estudios de derecho para dedicarse a su verdadera vocación, el arte, en el año 1966. Su producción de los años setenta y ochenta gira en torno a la mitología, la historia, la religión y la simbología alemana, temas que el artista investiga profundamente y que utiliza de forma recurrente en sus obras como medio para evitar el proceso de amnesia colectiva ante las brutalidades y tragedias históricas de una Alemania desmembrada por la Segunda Guerra Mundial y en plena lucha por la restitución de su identidad como país. De esta forma, la cábala, los nibelungos, Adolf Hitler, el músico Richard Wagner o el arquitecto del nazismo, Albert Speer, son referencias comunes en su obra de este periodo que ha sido considerada un auténtico “teatro de la memoria”.
Sus trabajos, en los que se fusionan la pintura, la escultura o la fotografía, mediante técnicas como el collage y el asamblage, subrayan la solemnidad y la naturaleza trascendente de su contenido no sólo por sus cualidades táctiles, sino por la violencia de su pincelada y la opacidad que transmite una paleta de colores casi monocroma, mezclada con materiales poco ortodoxos y endebles como plomo, alambre, paja, yeso, barro, ceniza o polvo, o flores y plantas reales, en contraste con la transparencia de su significado.
No es hasta comienzos de los años noventa cuando Kiefer, tras una serie de viajes por el mundo, comienza a explorar temas más universales, todavía basados en la religión, los simbolismos ocultos, los mitos y la historia, pero centrándose ahora más en el destino global del arte y de la cultura, así como en la espiritualidad y los mecanismos y misterios de la mente humana.
Desde 1993 Kiefer vive y trabaja en Barjac, una pequeña villa de Francia, cerca de Avignon, donde este artista ha creado un auténtico laboratorio que le permite testar ideas y materiales y transformarlos en auténticas experiencias artísticas. Reconocido como uno de los más importantes artistas en activo, ha sido el protagonista en la últimas cuatro décadas de exposiciones de pinturas, esculturas, dibujos e instalaciones en la instituciones y museos más relevantes de todo el mundo y sus trabajos forman parte de las más prestigiosas colecciones de arte públicas y privadas.
“Mis obras son muy frágiles y no tan sólo en el sentido literal. Si las colocas juntas en las circunstancias equivocadas, pueden perder completamente su poder. Es por ello que lo que yo hago en Barjac es darles un espacio, quiero dar un espacio a la pintura”, señalaba el artista en una entrevista concedida a finales de 2006 a la revista Modern Painters. (http://www.enfocarte.com/7.32/kiefer/kiefer.html)







Esta es la playa de Oriñón (Cantabria).. Vista de frente, a la derecha y a la izquierda. En estos días estaba desierta. El agua, transparente y deliciosa. Entre esos árboles hay multitud de aves de todo tipo, desde las rocas vuelan majestuosas las rapaces. Un inicio de libertad, una agridulce sensación de merecerlo y a la vez de culpabilidad. La educación, olvidar lo aprendido para volver a aprender.




 El viernes bajé al mediodía a comprar el pan y me encontré con este despliegue policial. Al fondo los manifestantes gritaban. Hubo detenidos. Aquí daría para un amplio comentario, para entrar en el tema, pero es lunes, otro día ¿vale? 




Amanecer sobre la Ría, el sábado, cuando volvía de caminar, todavía las calles estaban sin tender.


2 comments :

Grandes Relatos Pequeños dijo...

Impresionante cuadro. Un hombre yacente iluminado por la luz de mil estrellas.

Un amigo astrónomo me contó que las estrellas que vemos son una pequeñísima cantidad en comparación con las que pueden verse sin contaminación lumínica y en noche sin luna. Me dijo que de noche, en el desierto mauritano, a 1000 kilómetros de toda fuente de luz artificial y en noche sin luna, el espectáculo era increíble. Miles y miles de estrellas. Tantas, que su luz producía sombras. O sea, que no sólo el sol y la luna causan sombra: también las estrellas pueden alumbrar lo suficiente para proyectar nuestra sombra en el suelo. ¡Me gustaría tanto verlo alguna vez!

Lilith dijo...

Impresionante el cuadro, yo también me quede muda e impresionante la valentía-descaro, de la que yo carezco.

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