domingo, 24 de junio de 2012

2. Chino



Tuve una amiga (la tuve, disfruté de su generosidad, creo que fue en otra vida, un miércoles) que no se reflejaba en un espejo. La última vez que nos amamos le sugerí que la postura treinta la intentásemos frente a un espejo, accedió, nos aplicamos al acto y, qué curioso, no se veía, ella estaba pero no estaba. Entre suspiro y suspiro decía que le daba vergüenza. Eso me hizo pensar (después del acto, claro, soy hombre, muy, no sé hacer dos cosas a la vez) que quizás esa vergüenza, es decir lo que venía de fábrica, el ADN, lo anterior a lo aprendido, lo incrustado después por una educación, lo adquirido forzosamente por tantos que nos enseñaron lo que sí y lo que no, es lo que da visibilidad a lo real. Veía a un capullo (yo) pero no veía lo sublime (ella). Los dos nos lo perdimos. Ser ciego no tiene nada que ver con ver. Compro bastón y cascabeles de segunda mano.


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