viernes, 18 de mayo de 2012

Vegetal.



Esta es una página vegetal que se nutre de recuerdos en cuarentena, de amargas sombras de catecismo y escaramuzas contra la tapia de la ermita, de la sospecha de que ya nunca volverá aquella balada que escuchábamos de madrugada, mis manos recorriendo su espalda como una selva, abriendo la puerta de sus muslos a las sombras, a los besos, el leve chasquido de los labios excitados, el ay, el sigue, el así, sudor y versos, susurros, se inclinaba y entrábamos en el cielo abrazados en deseo, querubines y leopardos, mordía sus hombros y el cuello me tentaba como un cordero perdido en la niebla, cazador de sugerencias y latidos, blasfemias y llanto, risas, luchando como bestias en el orgasmo, inútil y desvencijado  tiempo sin cabida para el sentimiento, maquinaria sexual, animal atracción, primaria, de azúcar e imposibles, la sangre en rebelión, monumento insensible, mercaderes violentos, los relojes rotos, alguien esperando nuestro regreso, no había cama, solo la pasión ardía como en San Juan,  enmudecieron los violonchelos, Haendel y Quignard, estaba cerca el tiempo de la locura.

Al principio era su cuerpo.  
De vagar por sus piernas en el después, del somnoliento paseo desde los omóplatos a los tobillos, exploración lenta de su sexo en la penumbra, bostezos y ronroneos, palabras dulces como rosquillas de anís, ni siquiera sabíamos nuestros nombres, éramos un tú y yo y onomatopeyas, gruñidos, ay, anónimos amantes, egoísta intercambio de líquidos y caricias, se daba, le entregaba, nos exigíamos sin otro contrato que desearnos, ven, ahora, me gusta, así no, sí, otra vez. De ahí, digo, alumbró un sentimiento mutuo que fue creciendo, lento al principio para después apresurarse, arrebatarnos y brillar.

Entonces el corazón se entronó y fue un reinado de Amor.
Por respeto a los nombres que llegaron omitiré la locura de las campanas, el ciego caminar ceñidos a la semilla y los ángeles, aguiluchos cazando  palomas en el crepúsculo, liturgia que tejía  en rojo engaño y miedo, los templos deshabitados de dioses, silenciosos bajo la lluvia que fecundaba el otoño y la razón humeando por las chimeneas de aquella imposible casa del futuro.

Tanto tiempo ha pasado que olvidé su rostro y el sentimiento se nubló.
Hoy me han llamado.  El cuerpo inmóvil bajo las blancas sábanas. Un tubo entra por su nariz y conduce una substancia parda. Los brazos asaetados por vías que le mantienen sedada, alimentada, con vida, aún. Duerme, su cara indica sufrimiento, es la de una anciana. El páncreas se ha roto, algo así he entendido a su hijo. ¿Qué sabíamos entonces de vísceras, del hígado, de los riñones, del estómago? Éramos habitantes de la epidermis. No puedo hablar, no me sale la voz. Los días han corrido, atropellándonos, fue fugaz el tiempo de alegría. Me miro al espejo, soy ese que no entiende nada, que teme, que embarduna el ayer en esta habitación de hospital mientras un demonio apaga el último rescoldo de la esperanza.

Ha pasado una vida.   


4 comments :

Nikté dijo...

Si no fuese una mu viajá, no hubiese entendido esa metáfora: la de el muro de la ermita.

Y es que señor mío, me consta que por aquellas tierras, lo que se hace es jugar a la pelota vasca. Algo impensable para los del sur ¿sureños? "Ay, mi papito lindo", pero usted no se refiere precisamente a la pelota, aunque va de bolas, y ¡Cómo! Me he tenido que echar el café por la cabeza para regularme a temperatura ambiente por lo que he emitido un pequeño grito.

Después de tanto alarido, el suyo y el mío, compruebo que el último párrafo parece que ha sido pegado, que no se trata de una prolongación del texto, si no más bien a un punto y aparte, demasiado aparte.

Apartémosnos.

Viernes. Y ya no sé si usted ríe o llora.

Pedro M. Martínez dijo...

Nikté de la voz alegre, vamos a poner las cosas claras. Una, la pelota, sea vasca o no, no se juega en pelotas. Dos, en el camino verde,/camino verde que da a la ermita/desde que tú te fuiste/lloran de pena /las margaritas. (bolero). Que resulta que hay una ermita en mis recuerdos infantiles pero nada que ver con lo que te imaginas, que no sabía pa´qué la tenía (prácticamente sigo sin saberlo, en la práctica, digo; no sé si sabes a qué me refiero). La susodicha ermita estaba quieta ahí arriba, todavía sin las pintadas de después y recuerdo que cerca había una cueva (que llueve, que llueva) y mis amigos mayores decían que era un refugio de “cuando la guerra” (una guerra, X) Escribir a cien por hora tiene la peculiaridad que nunca sabes si lo que dices é o no é, que no es lo que dices sino lo que entienden. La culpa de todo la tienen las madres que las visten raro. Modestia aparte, esto de hoy, vegetal, opino que es muy interesante desde el punto de vista de la imaginación, de la escritura. Resulta que soy una monja de clausura y esas cosas me las dicta el diablo, que una jamás ha vivido situaciones así, ni en sueños que con esto del cilicio de silicio tengo los muslos perdiditos de sufrimiento, para fiestas eróticas estoy, que ya lo dijo el santo padre, amar con deseo es un pecado de concupiscencia (qué palabra, ole, concupiscencia, aupa), que hay que amar para procrear y con desgana, ¿echamos un polvo, cari?, sí, puaf. El último párrafo es eso, el último, que pasa la vida, pasa la vida (que cantaba no sé quién) y se encuentra uno (en la ficción escritora, claro) con temas y motivos que le inspira lo que no pasa, una conversación pillada al vuelo, como alondras intelectuales, como señoras hablando de lo suyo mientras esperan una operación de reducción de senos, o de ampliación o una apendicitis (la pendi, que dicen algunos) o un pinzamiento testicular, yo qué sé, que me dejo gramos de cerebro aquí y me estoy quedando tontolculo (+) y es viernes, sí, y me arrimo como un torero audaz a lo cotidiano, a los días, a mis amigos (mucho más a mis amigas). Es viernes, llueve y sonrío ampliamente, la vida es hermosa. Tu voz me encanta, también el resto. Muá.

Nikté dijo...

Pero que sensible me salió este niño de los dioses...Que ya sé, pero he sentido como me llevabas de los cielos a los infiernos sin pasar previamente por ninguna penitencia.

Te agradezco enormemente tus palabras donde relatas parte de tu memoria. Te digo algo, mi secuela no es una ermita pero sí las campanas de la iglesia de San Pablo: tan cerquita de casa. Aquella casa.

Ains la ficción; Las monjas de clausura, los toreros, las máquinas sexuales...

Recuérdame que para la próxima te recite en arameo.

Es usted mi delicia, que lo sepa.

Pedro, creo que hay gente que nos observa.

Pedro M. Martínez dijo...

Doña Nikté, princesa olmeca, que del cielo al infierno solo hay un pecado. En realidad solo hay un pecado, vivir. Y la vida se va así, zass, del ser al no ser la distancia es mínima. Mi memoria es amplia. Y mis vivencias. También mi frente y mi imaginación. Secuelas no me quedan pero sí ganas de disfrutar de too. Mucho más de hacer disfrutar a los que quiero, incluso a los que me quieren, que son bastantes. Gracias. Tampoco me quedan traumas, una infancia feliz es lo que tiene. De arameo no tengo ni p. idea. De casi nada tengo ni p. idea. Pero, eso sí, ganas de vivir, todas. Viva Andalucía y viva tú, voz alegre. Si hay gente que nos observa para bien, perfecto, están invitados a lo que quieran. Si nos observan para mal, pues eso, dos males tienen, ir y venir, que les den. Por mi parte te doy las buenas noshes y me voy a la cama (hoy ha sido un día de contrastes, con muchas cosas buenas y un tema…ahí…triste…muy…pero sobre so no puedo hacer nada excepto estar, dar el callo. Lo doy. Un beso.

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