domingo, 8 de abril de 2012

Metonimia de la sospecha. (4)

Sus cenizas
orientan hoy mis pasos
y salto sobre ellas sin miedo

(Luisa Castro)


Siguió la sospecha, una vez que la llave entró en la cerradura de la puerta principal y encontró las ventanas cerradas, se dedicó a prender el pabilo de cirios amarillos que iluminaron los cuadros con escenas de caza, con retratos de serios señores vestidos de gris, cornucopias y, en mitad del aposento, la cama con una mujer desnuda que se sobresaltó ante aquella presencia inesperada, tapándose los pechos, buscando su combinación de seda, una puerta, un arma, una huida del hombre que se acercaba con gesto amenazante. Por ejemplo, o. La mujer vestida de perfume, buscó su pijama mientras el intruso se acercaba. Detrás de él, fotógrafos, abogados, periodistas. Y ella, la otra, su pérfida rival. Supo que estaba perdida y afrontó el escándalo con una mueca de desprecio, con su cuerpo desnudo indiferente ante los flashes de los reporteros. O también.. El reloj del salón acababa de dar la diez. La mujer despertó a la cuarta campanada. Con ojos aún nublados de sueño, no reconoció aquella espalda, ni los largos brazos del hombre que yacía a su lado. Con un gesto pudoroso se cubrió los pechos y busco a tientas su ropa. No sabía quién era aquel hombre y mucho menos donde estaba. Bajo una jarra con agua en la mesilla de noche, dos billetes arrugados. Esas cosas. Misterios de la palabra escrita, trazos negros con florituras de mariposa, alianzas con la fantasía, rutina de los días con relojes, con horarios inflexibles, con cordones al cuello, con necesidad de creer que hay otras posibilidades, otros caminos, una mirada bajo la alfombra, flagelarse la espalda con escritos llenos de mentiras, de verdades imaginadas, de necesidad de inventar lo que no. Ilusiones. Lluvia de gallinas desbordando la tinaja bajo los agujeros del tejado. Alrededor de la cama caballos invisibles piafan y agitan las crines húmedas por el sudor, cocean a un imaginario caballero, trotan por las nubes formadas en los sueños de una mujer desnuda, dormida, abandonada sobre las sábanas negras. Desde la ventana, un hombre, real, la mira y en sus ojos baila el deseo. Al fondo suena un piano.Metonimia de la sospecha que se transforma en lucidez, lucha de Ceres y Venus, la colección de mascarones de Neruda en la playa Negra, aromas de tabaco verde, percepción de que los relojes atrasan, las seis, las cinco y cuarto, luego las cuatro y media, luego las dos, horas de luto, ansia de larga duración, la idea constante de la mujer en una baño luminoso y vacío, barrera superada de encajes de Bruselas y corchetes, el agua deslizándose por su pelo, por su rostro, por su pecho, acariciando su sexo, ojos en las rendijas, observando, las enredaderas del deseo aprisionando sus piernas detrás de los biombos, las grietas de las paredes filtraban el sonido de un clavicordio, rubor en su oscuridad de mirón, flores rojas de Pascua sobre la mesa, perfumes de lavanda, de vetiver, el vaho de la ducha envolviendo el desconcierto por la piel desnuda, curiosidad adolescente, alivio compulsivo, sensación de culpa, de soledad, búsqueda del abrazo desatado, entrar en esa estancia de amor, miriñaques blancos, cintas de amaranto, largas faldas con botones de damasco en la cintura, flores de terciopelo rojo en los muslos, camisas con encajes, el fulgor de otra mirada, enfrente, alguien más miraba, un rival, un enemigo, quizás un criado, un noble, un hombre emboscado, el pequeño cuchillo imaginado en la mano, celos de niño malcriado, absurda propiedad de nada, código de un honor inexistente, tribunal sin jueces ni testigos, guirigay de sentimientos nuevos, descubrimiento de la dependencia de otro cuerpo, ser guerrero siendo mozo, luchar sin batalla declarada, ser enemigo antes de buscar alianzas, rendirse a la hermosura de una hembra desconocida, besos al mármol del baño, al aire, frustración del regreso a los estudios, a los deberes de muchacho aplicado,-¿qué haces aquí?¿me espías?- y la hermosa mujer pasa a su lado envuelta en toallas blancas, el pelo en un moño, los pies mojando las zapatillas bordadas en falso oro, un mohín de desprecio, orgullosa y cruel deja deslizarse levemente un dedo por el escote, el contoneo de las caderas ocultas por el tejido rizado provoca un incendio en las mejillas del joven que corre ya por los pasillos, avergonzado, vencido, no sabe que la guerra en su cuerpo no ha hecho sino empezar.(sigue)/




Quiero escribir pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo:
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita sin cogollo.

(Cesar Vallejo).





2 comments :

María Antonia Ricas dijo...

Hacía tiempo que no pasaba a tu blog...cómo me sigue gustando lo que eliges y lo que escribes....

Pedro M. Martínez dijo...

Muchas gracias, Ogigia, me alegro.

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