lunes, 19 de diciembre de 2011

Enemistad.


Cierta madrugada, uno de mis compañeros y yo habíamos salido a disparar contra los fascistas en las trincheras de las afueras de Huesca. Entre su línea y le nuestra había trescientos metros, una distancia a la que era difícil acertar con nuestros anticuados fusiles; pero si se acercaba uno arrastrándose a un punto situado a unos cien metros de la trinchera fascista, a lo mejor, con un poco de suerte, le daba a alguien por una grieta que había en el parapeto.

Por desgracia, el terreno que nos separaba de allí era un campo de remolachas llano y sin más protección que unas cuantas zanjas, y había que salir cuando todavía estaba oscuro y volver justo después del alba, antes de que hubiera buena luz. Aquella vez no vimos a ningún fascista; nos quedamos demasiado tiempo y nos sorprendió el amanecer. Estábamos en una zanja, pero detrás de nosotros había doscientos metros de terreno llano donde difícilmente se habría podido esconder un conejo. Todavía andábamos infundiéndonos ánimos para echar una carrera cuando oímos mucho alboroto y silbatos en la trinchera fascista: se acercaban aviones nuestros. De pronto, un hombre, al parecer con un mensaje para un oficial, salió de un salto de la trinchera y corrió por encima del parapeto, a plena luz. Iba vestido a medias y mientras corría se sujetaba los pantalones con ambas manos. Contuve el impulso de dispararle. Es cierto que soy mal tirador y que es muy difícil dar a un hombre que corre a cien metros de distancia, y además yo estaba pensando sobre todo en volver a nuestra trinchera aprovechando que los fascistas estaban pendientes de los aviones. Sin embargo, si no le disparé fue por el detalle de los pantalones. Yo había ido allí a pegar tiros contra los «fascistas», pero un hombre al que se le caen los pantalones no es un «fascista»; es, a todas luces, otro animal humano, un semejante, y se le quitan a uno las ganas de dispararle.
(George Orwell, Recuerdos de la guerra civil)


Nos conocíamos desde la adolescencia.

Me llamó a las siete de la mañana.

-Siempre seremos amigos –me dijo.

-Sí, claro –contesté, medio dormido.

-¿Vendrás a declarar a mi favor? –preguntó, con urgencia.

-Sabes que no le puedo hacer eso a Julia –respondí.

No nos hemos hablado nunca más.

Ha pasado una vida.    


10 comments :

Joselu dijo...

Me pasaría horas leyendo (que es escuchando) narraciones como las que nos traes...por lo demás siempre algún recuerdo nos tiene atados...a alguien.
Buen día, amigo.

Pedro M. Martínez dijo...

Joselu, cuando se produce esa confrontación, cuando debes elegir entre ser fiel a un amigo o a ti mismo, siempre hay un desgarro, escojas la opción que escojas.
Que recuerde ahora, me ha ocurrido dos veces. En las dos no me costó ni un segundo tomar una decisión, opté por lo que dictaba mi conciencia. En las dos perdí un amigo.
Por supuesto no entré en un problema de quién tenía razón, si obre bien, en los dos casos hice lo que sentía, lo que debía.
Entonces eran mis amigos, ahora ni nos saludamos.
Mira, es un tema para pensar (antes está la amistad, no serían tan amigos, quizás había un término medio, yo me hubiera inclinado por mi amigo, tú no eras quién para decidir, etc, etc.
Buen lunes, el sábado Nochebuena.
(Ayer le oí reír a Lucía, llena la escalera de alegría)

Elizabeth dijo...

Con cada entrada nos desnudas. Tn piedad! ;)

Ahora en serio, tu esfuerzo constante por mantener la altura pese a la velocidad de nuestra caída merece un abrazo.

No me hagas caso hoy amanecí medio loquita (creo que por tí).

Besos.

Pedro M. Martínez dijo...

Elizabeth, hubo un tiempo (era muy joven), en el que creía que era diferente (¿a quién?), con otros gustos (más distinguidos, claro), otras ideas, único, mejor. Después paso (el tiempo, digo) y resultó que el espejo era cruel, que no era en absoluto diferente a nadie, que casi nadie es diferente, que todos sentimos, gozamos y sufrimos muy parecido, que la vida nos va poniendo en nuestro sitio. Supe que no soy más que nadie. Por suerte, a la vez, supe que tampoco soy menos que nadie.
Mi página es la de un egoísta. Escribo para mí. Escribo para ser mejor, para mantenerme, para liberar historias, ataduras, para imaginar, para recibir comentarios como el tuyo que agradezco infinito.
Solo te pido una cosa, no utilices tan alegremente eso de “desnudar” que: a) uno tiene mucha imaginación, b) piensa casi siempre en lo mismo, c) ay.
He encontrado un comentario de Eli del años pasado, tienes paciencia (y constancia)
Un beso lleno de cariño.

Maria dijo...

Vaya vaya, hoy nos regalas, por el momento, “cuatro” relatos/historias/pensamientos.

A veces no sé si me gustan más tus textos o los comentarios que viertes en los mismos. Será que me gusta todo, todito, todo.

Un abrazo.

Maria

Pedro M. Martínez dijo...

Maria, evolución, (me) releo cosas de años anteriores y digo y digo, muchas veces me repito. Ya entiendo, en los post diarios quiero/intento literatura (pocas veces lo consigo tal y como quisiera), en los comentarios puedo disimular peor (y me descubro).
Entre unas cosas y otras pasa el tiempo y en un medio tan inestable como blogger, sujeto a caprichos de sus responsables, a virus maléficos, a cierres arbitrarios, a posibles tarifas inesperadas y abusivas, voy, perdón, vamos dejando trocitos de sensibilidad, atropelladamente a veces, es igual, la verdad, da igual lo que dejes, el tema es caer bien. Entro en páginas con escritos magníficos, poemas brillantes, buen gusto, diferentes, originales ¡y no entra nadie! Pues eso, decía (quería decir), que un blog es un acto desprendido de generosidad, de riesgo (publicar a pecho descubierto, sin apenas correcciones previas, ortográficas, de estilo, de concepto, de ideas, con una posibilidad de equivocarte, de escribir tonterías, yo qué sé). Pues eso, un blog.
Si lo de hoy te gusta, perfecto.
A mí me trae mal rollo. Si lo he recordado será por algo.
La verdad me cruzo con ese señor por la calle y ni le miro. Se portó de forma tan cochina –antes y después de la separación- con Julia (no se llama así, claro) que no me arrepiento en absoluto. Aunque, siendo sincero, no soy quién para juzgar los actos de los demás (pero sí los míos, por eso hice lo que hice)
En fin.
Un abrazo.

Maria dijo...

Me gusta pensar Pedro, y por consiguiente, me gustan las entradas de hoy, me gustan casi todas las entradas de este blog, por no decir todas.

No siempre lo que nos invoca a la reflexión, en este caso a través de la lectura, es algo dulce, hermoso, risueño. Yo, personalmente, tampoco deseo que sea así, pues la vida tiene múltiples tonalidades y la componen miles de acontecimientos. Algunos nos arrancan sonrisas, otros no, pero todos nos pueden hacer crecer, nos permiten ampliar el horizonte, la vista, la ¡mente! Yo intento que sea así, no sé si lo consigo, pero lo intento. Como bien apuntabas, todos somos parecidos, observar al prójimo es en muchos casos observarse a uno mismo.

Permíteme que no haga ningún comentario a la segunda historia, por respeto a ti, por temor a dañarte o molestarte con algún comentario desafortunado por mi parte, pues entiendo que es algo muy personal.

Un fuerte abrazo. Feliz lunes.

Pedro M. Martínez dijo...

Gracias,

Jezabel dijo...

Que lo supere también,

besos

(Sí eres diferente, eso no lo superes, asúmelo)

Pedro M. Martínez dijo...

Pues sí Jezabel, la vida es superación. Es seguir hasta lograr ser el que eres. Besos

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