miércoles, 30 de noviembre de 2011

Carta a una amante que recibe cartas de otro.

Y este fragmento:

La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos

y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.


Cortázar.


Jacques Henri Lartigue

Reina de los siete mares, de este alborotado río de distancia en el que me ahogo, que me cuentas que otro te envía cartas perturbadoras con fotografías de señoras semidesnudas en actitudes provocativas, ingenuo escritor, se equivoca al no mandarte hombres musculosos que te susurren dulces palabras al oído, que te cuenten y te canten, que te estén recordando sin cesar en los días de distancia y silencio, que añoren tu sonrisa como un amanecer de primavera en una iglesia románica en Palencia, tu voz como la calma después de una tormenta en el bosque de Oma que puede convertirse en tentación de mujer fatal, tus suspiros y gemidos, los ojos cerrados abriéndose a las sensaciones de tu cuerpo que se mueve felino, mimoso, curioso, como una dama vestida de negro que no castiga pero que impone con su gesto, cuerpo en el que puedes perderte o encontrarte, descubrir un oasis o un tormento, una pasión de saber que tanto tiempo, ay, tanto tiempo deseándote, estaba escrito, añorándote ahora y luego, no poder hablar, hacerlo a escondidas, imaginándote en noches insólitas consiguiendo emociones que no conocía desde que puedo demostrarte realidades, que me quemo entre tus brazos como un pañuelo de seda frente a una hoguera, que miedo me da el día que te liberes y quieras atarme, o besarme cabeza abajo, o que te haga el amor como un hercúleo morador de las tinieblas, te diga cosas oscuras, te aprisione contra las sábanas, te pida contorsiones imposibles, besos salvajes, tentaciones que viste en un libro olvidado sobre una repisa, tú, que eras la virtud, una chica de piedra y hielo que no sabía del calor de su pubis, del resplandor de sus ojos durante el amor, del sofoco en las mejillas, del dolor en la garganta al contener los gritos del goce, el temblor en glúteos y muslos, la impaciencia por que te bese aquí o allá, la curiosidad por saber qué provoca una caricia en ese punto exacto donde aún nadie te ha tocado, puntos imposibles, invisibles, comenzar a besarte en la cintura y bajar hasta perderme entre tus muslos que bailan y me aprisionan, cárcel del placer, ternura de los movimientos acompasados, ¿quién te manda esas cosas perturbadoras?, quién que hace que te desee aún más, si esto es posible, tú, que eras la niña guapa del imposible amor y te has convertido en el descubrimiento del elemento químico que faltaba en mi laboratorio con la tabla periódica en varios colores, erlenmeyers y redomas, en un misterio, un milagro, un goce, un peligro, la necesidad de hablarte tanto y tanto, como un enajenado charlatán perdido en la arena de esta distancia, te recuerdo, amada, estás entre mis músculos y en la respiración, te beso, muchísimo, a distancia, no me olvides. Y quema las cartas de ese otro *, ni siquiera las abras, le mataré.


Yale Joel

  •  (Seguro que son de Oigee i)

martes, 29 de noviembre de 2011

Oigee i y la tarta Sacher.



La Noria de Prater

Tal vez bastaría con decir que fue en el Parque Prater donde se filmó gran parte de las escenas de “El Tercer Hombre” -considerada por muchos como la mejor película inglesa de todos los tiempos. Frente a la gran Noria del Parque Prater, se filmó aquella recordada escena en la que Harry Lime, interpretado por un excelente Orson Welles, pronuncia su discurso sobre los Borgia y el reloj de cuco, comparando lo sucedido en el mismo tiempo y diferentes situaciones en Italia y Suiza. Esta impresionante Noria Gigante fue construida entre los años 1896 y 1897 y tiene algo más de 64 metros de altura máxima, Su constructor, el ingeniero inglés Walter Basset, construyó norias similares en otras ciudades como ChicagoParísLondres y Blackpool.  




Herbert Maeder 1952

A Oigee i se le van las ideas de la cabeza como el agua de una agrietada bañera de patas con garras de león. En realidad él mismo es un trasto viejo, un mueble desvencijado en un piso de protección oficial que nadie quiere comprar, que hace tres años tener un piso era tener un tesoro y ahora es tener un problema, que entre el agua, la luz, el gas, las basuras, la limpieza, los impuestos, las derramas y las inmobiliarias, es una carga, que todos venden y nadie compra, como los blogs que todos escriben y nadie lee. Se vende piso.

A Oigee i se le van los sentimientos del corazón como el aire de los pulmones de un ahogado, que escuchar las noticias por la mañana es una invitación para volver a la cama, que todas son malas, como la Merkel, los mercados, la madre que parió a los mercados, la bolsa, la madre que parió a la bolsa, la prima de riesgo, la madre que parió a la prima, a la tía y al padre que ha engendrado una situación que beneficia a cuatro malnacidos y perjudica a millones y millones de seres humanos.

Oigee i es viajero, goloso y circunspecto. En realidad es todo aquello que se propone ser. Le preguntan “¿cuál es tu sueño?, y responde “no tengo sueños, lo que deseo lucho por conseguirlo”. Se queda tan ancho caminando sobre un solo pie, a saltitos, sobre el asfalto caliente de la carretera ninguna parte, con ardillas bullendo en los árboles donde se empotran los coches descapotables y James Dean canta una canción sagrada antes de morir, que las bombas caían sobre Viena y todos corrían despavoridos por las calles mozartianas, escenario ideal para aquel “Tercer hombre” que vio hace tantos años en un cine de barrio y que la televisión omite en beneficio de acorralados y salvados y limpieza cerebral de señores y señoras desocupados/as atentos/as a frivolidades cuando no a desafíos a la mínima inteligencia, si la hubiera en vez del cuarto de hora para sobrevivir, alimentarse y reproducirse en especímenes semejantes que no es que Oigee i sea más ni menos, no, que es un dibujo animado abrazado a los pájaros que vuelan sobre la noria del Prater y se posan en las mesas del hotel Sacher, el de la tarta, pide una se la come y termina esto del martes.


Tarta Sacher

  La tarta Sacher, en alemán Sachertorte ([ˈzɑxərˌtɔrtə]), es una tarta de chocolate típica de Austria. Consiste en dos planchas gruesas de bizcocho de chocolate separadas por una fina capa de mermelada de albaricoque y recubiertas con un glaseado de chocolate negro por encima y los lados. El chocolate que cubre la torta permite que se conserve períodos largos. Tradicionalmente, se suele acompañar de nata montada (crema chantilly).

Historia

Fue inventada en 1832 por Franz Sacher, entonces joven aprendiz de repostería, para deleitar a un selecto grupo de invitados del príncipe Klemens Wenzel von Metternich. Tras pasar 16 años trabajando en Bratislava y Budapest, Sacher volvió a Viena y abrió una tienda de delicatessen y vinos. Eduard, el hijo mayor de Franz Sacher, fue aprendiz de repostero en la confitería vienesa Demel. Allí empezó a confeccionar la tarta de su padre en la forma que hoy se conoce. En 1876 fundó el Hotel Sacher, todavía hoy existente, y comenzó a vender la Sachertorte. Tras la muerte de Eduard Sacher, su esposa Anna continuó regentando el hotel.

Propiedad de la receta

La propiedad de la receta fue motivo de disputas legales a mediados del siglo XX entre los herederos de Sacher (dueños del hotel) y la pastelería Demel. La justicia dictaminó que el hotel tenía derecho a comercializar el dulce con el apelativo de Original Sacher-Torte, mientras que Demel debía hacerlo como Eduard Sacher-Torte.

De Wikipedia



lunes, 28 de noviembre de 2011

Oigee i, las amantes desterradas y la termodinámica.


Jan Lauschmann

Oigee i ha sacado los pies del tiesto y los mantiene en el aire. ¿Significa esto que vuela?, no. ¿Levita quizás?, tampoco. Está suspendido en un limbo de dimensiones no precisas esperando que el viento le plante en tierra fértil más allá de la frontera. Es decir, está pero no está, esto no es física cuántica ni química, es hablar desde un púlpito por no saberlo explicar.

Oigee i vive al borde del agua, espera a una mujer milagrosa, practica senderismo, escribe sobre pelícanos. Es extraño porque jamás ha visto un pájaro de esos, tampoco ha conocido a ninguna mujer que hiciera milagros con su vida, es cojo y sigue siendo huraño, reacio a la ternura, hostil, pesimista. Su casa tiene ventanas grises abiertas de par en par a un mar que solo se conmueve en olas de invierno. Su corazón está poblado de malas hierbas. El amor es un concepto sepultado debajo de una montaña de frustración, piedras de rencor, años de no. Y no.

Oigee i es un producto de lo que ha sido. Como todavía es, tiene que cargar con el poso y el peso que le han dejado los años de nostalgias no resueltas, melancolía y poesía que se estira buscado curación, sanar el gesto adusto, redimir la mediocridad, poder mirarse al espejo sin llorar. Con todo, arrastra la sensibilidad y el talento como un vehículo de difícil conducción y ruedas torcidas, un carricoche que se atora en el barro de los días y todavía no ha empezado la estación de las lluvias. Por cierto, hay un elefante en la cuneta y el paso al otro lado, allí, se antoja como mínimo, complicado.

Oigee i no lo sabe, no lo intuye, pero hay demasiados que le dicen que puede haber amor después del amor. Como él niega el amor de antes es poco probable que lo encuentre después. En esa raya amarilla en mitad de la carretera está el ser o no ser, la alegría, los saludos quitándose el sombrero, el pan y el vino. De momento abraza una caja de cartón con fotografías quemadas por los extremos, mapas de viajes antiguos, una idea absurda de Alemania, varias cartas desesperadas para amantes desterradas y ha empezado a estudiar los principios de la termodinámica.

Vuelvan ustedes mañana, quizás entre todos nos aclaremos. 


Nabucco.(Clik)


domingo, 27 de noviembre de 2011

Oigee i en el subterráneo.



Uno, dos, Oigee i está rabioso y resentido, camina por ciudad con paso apresurado, vigila las esquinas. Cuatro, cinco. Acaba de mandar al diablo a media humanidad y está en proceso de hacer lo mismo con la otra media.

Nadie sabe de dónde viene esa  rabia, esa amargura, esa frustración. Seis, siete. Tampoco nadie se ha mostrado interesado hasta el momento. Solo el perro que puede ver el futuro. Diez, doce. Cuenta con lentitud y arrastrando los finales de cada número(1).

Ha dormido en el sofá, se ha enfadado consigo mismo y se ha castigado a la incomodidad de los muelles en los riñones y el cuello torcido. Como vive solo nadie puede decirle eso de anda, tonto, vuelve. Catorce, quince.

Mira a los que se cruzan en su camino con ojos enajenados, bien es cierto que está bastante escuálido, pero aún así asusta (2). Cuando entre los coches aparcados encuentra alguno rojo le pega una patada al espejo retrovisor, indiferente a los insultos y a los puños agitándose a su paso. Cuatrocientos, quinientos diez.

No he contado que llueve, mucho, y que Oigee i no usa paraguas. Como consecuencia camina rabioso, resentido, airado y mojado. Sigue contando en voz baja, mil, mil cien.

Al llegar justo a la plazuela del Sagrado Corazón de Jesús dice dos mil trescientos doce. Se le cambia la cara, se dulcifica su mirada, baja las escaleras del metro y su rastro se pierde ya que no hay GPS literario que rastree en las profundidades de la tierra, tampoco en las del ser humano. (3)


   
(1) Más o menos así: dosss, tresss, quincese, ochocientosss, milll,

(2) Lo sé porque me he cruzado con él esta mañana. No sé si enajenado, pero tenía cara de pocos amigos.

(3) Lo lógico sería que algún lector/a curioso/a preguntase ahora eso de ¿Porqué cuenta Oigee i? Y todos tan amigos.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Odio.


Le odio, le odio, le odio, voy a odiarle catorce años y un día. 
Sé  que cuando salga de este puto sitio también le odiaré.






viernes, 25 de noviembre de 2011

Oigee i, el encierro ocasional.

-En fín, que los blogs son diarios, bueno, es un decir, que son como diarios pero con fotitos y tonterías.
-Algo así.
-Y con la posibilidad además de que otros respondan. ¿Por qué quiere la gente que los demás respondan?
-La gente solo quiere hablar.

Si lo hubiera pensado no lo habría dicho, pero no lo pensé, se me escapó sin más. Y enseguida me arrepentí, como me hubiera arrepentido de echarme allí mismo a llorar o de quitarme la ropa; cosas de ésas que te dejan blando, como una fruta pelada, sin defensa.

-Hablar. Saber que no están solos.
-Qué tontería, uno siempre está solo. Rematadamente solo -dijo.

Etxenike, Luisa, El detective de sonidos, p.38




Oigee i está encerrado en su casa. Ni siquiera abre la ventana para que no entren los amores perdidos, las fantasías de aquello que no pudo ser. Tiene miedo a circular por calles sentimentales no recomendables, por avenidas cerradas al tráfico de emociones no sujetas a fielatos o arbitrios vanos.

Nobody love me, cantaba el gañan, yea.

En las horas más oscuras lee a poetas sudamericanos –especifica sudamericano-, vela sus armas bajo la caverna de Platón, se nutre de armonía, detrás del cristal está la bendición de los insignes, el triunfo del mono en cuclillas absorto en las imágenes proyectadas en seis pantallas de televisión, sombra de esas imágenes, el vacío soberano, Alejandro Magno bajo un ángel.

Let Your Love Rain Down on Me, desde Illinois, pero no tanto.

Busca al pájaro en el olivo, la paz en un recodo del camino a la abadía, la panorámica desde el faro, el arco iris fantasmal sobre las olas, los fotógrafos siguen su camino desde la cúpula de luces al torrente de palabras que no sirven para nada, decir estéril, es igual paz que paciencia, suburbio que disturbio, no busquen el sentido, este es un ejercicio de vacío y  Oigee i lo sabe.

Where Were You When I Needed You, de Al Kooper, la 7, es una pregunta sin respuesta.



jueves, 24 de noviembre de 2011

Oigee i en el pozo.


Oigee i está sentado en la oscuridad de un pozo escavado al lado de un escaramujo*.

Grita y nadie le socorre, sus lamentos se pierden en la tierra desierta.

Para no desesperarse imagina el tacto de las uvas, dibuja en el aire caprichosos veleros al viento, ve con nitidez aletas de peces misteriosos que surcan aguas turbias y llegan hasta él.

A su lado se acurruca el perro que adivina el porvenir, el que lee las escasas estrellas que se ven desde el fondo. El perro tiene entre las fauces un pájaro amarillo.

El cuerpo dolorido de Oigee i está ahí abajo pero su alma vuela entre las enredaderas y las flores que languidecen sin luz.

Recuerda a la chica rubia, cuando se amaron a tientas, sin saberse, imaginando el goce del otro, sabanas desnudas para sus cuerpos desnudos. Ella tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer, él palpitaba, torpe, ansioso, mitad animal que brama, mitad chiquillo que busca sustento en la pleamar. Se tocaban, se trepaban, emocionados, se llamaban con palabras infantiles, con osadas exploraciones en sus almas. Los dos gemían y la bisagra de la noche ondulaba entre el ayer y el mañana.

Entonces sonó una guitarra y entraron los hermanos, barbudos y furiosos, gritando. Le golpearon y le tiraron al pozo. Ahí pena y llora. Nadie le escucha, solo el perro que adivina el porvenir y ahora duerme.

¿Podrá salir?

(Continuará)
(O no)

• Escaramujo, rosal silvestre, gavanzo, galabardera, mosqueta silvestre, zarzaperruna, tapaculo, rosal perruno, zarzarrosa, agavanzo

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Oigee i y la lluvia oportuna.



Los Cien Mil Hijos de San Luis

Antecedentes
En 1814, luego de su liberación por parte de Napoleón Bonaparte, Fernando VII restauró en España el sistema absolutista, persiguiendo a los liberales, que pretendían que siguiera vigente la Constitución de 1812, que basaba la soberanía en la Nación y dividía los poderes del estado, reconociendo al pueblo, verdadero asiento del poder, la vigencia de sus derechos naturales. Esta situación cambió el 10 de abril de 1820, cuando Fernando VII luego de una serie de sublevaciones, que comenzaron con el pronunciamiento de Riego, debió jurar la Constitución de 1812.
Durante los tres años que siguieron, se suprimieron los señoríos, los mayorazgos y la Inquisición, aunque el rey solo esperaba la oportunidad de volver a imponer a su poder absoluto, conspirando secretamente, mientras tanto.
Los Cien Mil Hijos de San Luis
Es la denominación que recibió el ejército francés, liderado por el duque de Angulema, descendiente de quien sería Carlos X de Francia, como parte de la misión de la Santa Alianza de restaurar las monarquías absolutas en Europa, ante el pedido del zar de Rusia, que sintió que lo sucedido en España era una agresión contra sus ideologías. En el congreso de Verona, reunido en octubre de 1822, los miembros de la Santa Alianza aprobaron la invasión francesa a España.
El nombre del ejército respondía a que este grupo armado de alrededor de cien mil personas, irrumpiría en territorio español, invocando la protección de San Luis, con el fin de restaurar el Antiguo Régimen, según lo expresara, Luis XVIII, primo de Fernando VII, en su discurso pronunciado el 28 de enero de 1823, al abrirse las Cámaras.
España era importante para Francia por sus vínculos, no sólo políticos, sino también comerciales, y por la necesidad de recuperar los territorios coloniales, que habían logrado, o estaban en vías concretas de emanciparse. El aprovisionamiento de las tropas estuvo a cargo del comerciante Gabriel Ouvrard, que reunió estos soldados (60 % franceses y 40 % españoles) organizados en cuatro cuerpos y uno de reserva. El 7 de abril de 1823, entraron en España, como ya dijimos, con el fin de imponer la Monarquía Absoluta, desplazada por el liberalismo, quienes habían tomado el poder desde 1820, gobernando durante el período conocido como “Trienio liberal”.
Las fuerzas liberales se conformaban por las fuerzas del centro, lideradas por el general La Bisbal, que pronto fue vencido, las de Castilla y Asturias, al mando de Morillo, que ni siquiera presentó pelea, y por un ejército de Operación, a cuyo frente estaba el general Ballesteros, que se rindió en Campillo de Arenas el 4 de agosto. El sector del ejército liberal comandado Francisco Espoz y Mina, con alrededor de 20.000 hombres fue el más eficaz. Intentaron repeler a los franceses en Cataluña, pero no contaron con apoyo popular, y los franceses, sin grandes dificultades, tomaron Madrid.
Los liberales, el gobierno y las Cortes, tomaron como rehén a Fernando VII, quien se negaba a acompañarlos alegando razones de salud, y huyeron primero a Sevilla y luego a Cádiz, ciudad que sufrió el asedio de los absolutistas, terminando en un trato que consistió en la entrega de la ciudad y la liberación del monarca a cambio de que éste perdonara y olvidara lo sucedido, y respetara las normas liberales vigentes hasta entonces.
Fernando VII una vez libre no respetó su promesa y abolió todas las leyes que se había comprometido a respetar. Cerraron periódicos y universidades, y el 7 de noviembre de 1823 la Plaza de la Cebada de Madrid, fue escenario de la ejecución de Riego, líder revolucionario. Como consecuencia, el sistema absolutista volvió a imponerse en España hasta la muerte de Fernando VII en 1833, en lo que se conoció como “Década Ominosa”.








En el tiempo en el que aún no había teléfonos móviles, Oigee i se sentía atraído por la chica rubia.

Ella vivía al otro lado de la ciudad, lejos. Una tarde fue a visitarla. Pasearon por un parque, había palomas en el aire, hacía frío. Hablaron de ayer, apenas de ahora, nada de mañana. Pasearon junto a un estanque, había patos, comenzó a llover, suave, sirimiri. Él dijo, mira qué cielo, viene tormenta. Ella dijo, adiós. Pero el coche no arrancaba, empezó a llover más fuerte y ella dijo, ven a casa, tomaremos café.

Lo tomaron y conversaron sobre ahora y sobre luego. Una charla hermosa con cascabeles y gatos de angora deslizándose por la voz melodiosa de la chica rubia. Él le preguntó porqué hablaba tan bajo. Ella respondió que en las paredes había orejas de habitantes de otro tiempo. Él no lo tomó en serio y quiso besarle en el cuello. Ella se sentó en un extremo del sofá y levantó un muro de no, no y no.

El agua golpeaba y golpeaba en los cristales del salón y la casa de Oigee i estaba más lejos de su recuerdo a cada minuto. La chica rubia se volvía más y más atractiva a cada segundo y en el aire estallaban burbujas de deseo y el silencio se interrumpía por el vuelo de golondrinas lujuriosas. No había aparatos de medición para saber quién de los dos estaba más alterado, más atraído por el otro, la situación y el tiempo.

El escarbó con una uña en el muro del no y un ladrillo cedió. Voy a darte un beso, aviso. Ella bajó los ojos y se humedeció los labios. Se besaron como en una película de Ava Gardner y Clark Gable. El primer beso fue breve. El número quince duró el tiempo suficiente para que ella cortara todas las orejas del pasillo y le invitara a su cama.

Oigee i se sentía atraído por la chica rubia e hicieron el amor hasta dolerles el alma, tan dichosos y nuevos que aquel cuarto fue un paraíso y lloraron de felicidad y fuera aún llovía y cuando brillando en la oscuridad fue a buscar su coche no arrancó, claro, y ahora en el asiento de al lado del conductor del camión grúa sonríe tontamente y busca una excusa creíble para justificar su vuelta a casa tan de madrugada.




martes, 22 de noviembre de 2011

Oigee i




El Congreso de Verona.

El Congreso de Verona, celebrado el 22 de noviembre de 1822 en Verona, la Cuádruple Alianza así como las potencias que formaban parte de la Santa Alianza, Rusia, Austria y Prusia deciden la reinstauración del absolutismo en España reclamada por el mismo rey, tras el pronunciamiento llevado a cabo por Rafael del Riego que consiguió cercar políticamente a Fernando VII,jurando la Constitución de Cádiziniciando el Trienio Liberal que tuvo un gran efecto en el resto de países europeos.
El 7 de abril de 1823 se produce la invasión de España por parte de los Cien Mil Hijos de San Luis, penetrando con escasa resistencia hasta Cádiz comenzando la Década Absolutista, conocida como la Década Ominosa por los liberales.

Condena de la Santa Alianza.


Los infrascritos plenipotenciarios [...] han convenido en los artículos siguientes:

§  Las altas partes contratantes, plenamente convencidas de que el sistema de gobierno representativo es tan incompatible con el principio monárquico, como la máxima de la soberanía del pueblo es opuesta al principio del derecho divino, se obliga del modo más solemne a emplear todos sus medios y unir todos sus esfuerzos para destruir el sistema de gobierno representativo de cualquier Estado de Europa donde exista y para evitar que se introduzca en los Estados donde no se conoce.
§  Como no puede ponerse en duda que la libertad de imprenta es el medio más eficaz que emplea los pretendidos defensores de los derechos de las naciones, para perjudicar a los de los príncipes, las altas partes contratantes prometen recíprocamente adoptar todas las medidas para suprimirla, no sólo en sus propios Estados, sino también en todos los demás de Europa.
§  Estando persuadidos de que los principios religiosos son los que pueden todavía contribuir más poderosamente a conservar las naciones en el estado de obediencia pasiva que deben a sus príncipes, las altas partes contratantes declaran que su intención es la de sostener cada esté autorizado a poner en ejecución para mantener la autoridad de los príncipes [...]
§  Como la situación actual de España y Portugal reúnen, por desgracia, todas las circunstancias a que hace referencia este tratado, las altas partes contratantes, confiando a la Francia el cargo de destruirlas, le aseguran auxiliarla del modo en que menos pueda comprometerla con sus pueblos y con el pueblo francés, por medio de un subsidio de veinte millones de francos anuales a cada una, desde el día de la ratificación de este tratado, y por todo el tiempo de la guerra [...]
§  Para restablecer en la Península el estado de cosas que existía antes de la revolución de Cádiz [...] las altas partes contratantes se obligan mutuamente a que se expidan las órdenes más terminantes para que se establezca la más perfecta armonía entre las cuatro partes contratantes.

Verona, 22 de noviembre de 1822


Oigee i camina por un bosque de palabras. No sabe con cual se desayunará. Ciclo génesis le gusta pero aún no se decide. Mientras tanto canta my way y se queda tan a gusto sentado en el muelle de la bahía de Cádiz. El final se acerca ya/lo esperare serenamente/ ya ves que yo he sido así/te lo diré sinceramente / viví la inmensidad/sin conocer jamás fronteras /jugué sin descansar y /a mi manera.  A su lado Sinatra es un aprendiz de dicción.

Oigee i camina descalzo sobre el borde del orbe. Hubo un tiempo en el que entraba a cualquier estímulo, lejos, cerca, nada. Escuchaba A -lo que él pensaba que era A- e iba, escuchaba Verde y contestaba Azul. Hoy se ha dado cuenta que tras la huida de E es el más anciano de la tribu. Ugh. Comienza un agobiante ejercicio de supervivencia, un trabajo absurdo de ladrillos y zanjas, de él más y miedo a lo que vendrá sin saber si desde la mecedora el futuro puede verse con claridad.

Oigee i habla, también, en suajili, lo escribe, es igual, no le entienden, por méritos y por propia voluntad, un hombre descarriado, irreverente, que cambia las huellas y los signos, que no quiere reconocerse en un padre ausente, un símbolo de lo que no es, de un tiempo cerrado al goce, también al dolor, una aséptica mirada a un territorio extranjero, un contraste entre el entusiasmo ajeno y la indiferencia propia, una prueba del estertor de lo bello, del destierro, de cómo suplir una idea por otra. Se ríe después de haber llorado tanto, cumplidos los plazos, la transferencia, el ser íntimo, cambiar la pasión del cuerpo por la del alma. Zum.Bum.Rumh.

Si sale así, sale así. No sé quién es Oigee i ni la concupiscencia, soy ajeno a centauros hermafroditas y a manzanas con curvas femeninas. Ser otro es una constante en el que escribe. Aburrirse es un problema en un blog que exige continuidad. ¿Me la exige?, ¿quién? Vamos a ver si Ogee i suple a Parker o sí hay que buscar nuevos personajes, nuevas emociones, cambiar.

Hay lunes que no está uno para nada (ya, ya sé que es martes).



lunes, 21 de noviembre de 2011

Precipicio.

Mon amante la mort
étoile de chaux vive
coeur de glace coeur d’eau
étoile de cendre
silence sans lévres

Llevaban juntos muchos años. A los dos les parecían demasiados. Su hijo se había ido meses atrás. Era una soledad compartida, de precipicio.

Entre semana hablaban poco, llegaban demasiado cansados de sus trabajos. Cenaban cada uno por su lado. Dormían juntos, sin tocarse, en los extremos de la cama.

Algunos sábados se amaban en la postura doce, a veces en la veinte. Era grato a pesar de la rutina. Conocían sus cuerpos y el deseo.

Los domingos por la mañana salían a buscar oxígeno y silencio. Caminaban por caminos embarrados, entre bosques, por senderos con helechos y musgo en las piedras, por el borde de montañas no demasiado altas. Por las tardes veían la televisión, una en la sala, otro en la cocina.

La fiesta caía en viernes. Demasiados días juntos. Se miraron. Hablaron. Un reproche llevó a otro. Levantaron la voz. Cuando se abrió la puerta del rencor fue imposible cerrarla. Se atropellaban. En sus ojos había primero rabia, luego odio, una violencia que pugnaban por contener, agitaban los brazos, uno frente a otro. Él apretó los puños. Ella no lloró. Se dijeron cosas que habían estado calladas mucho tiempo. Quizás el silencio anterior era preferible.

Se encerraron en dos cuartos diferentes, en dos mundos diferentes, en sus propia razones, los dos tenían su propia verdad.

Hoy ella no ha vuelto a casa y él está preocupado.
Han pasado dos días y ella sigue sin volver.



Esta es una historia vulgar que termina como terminan las historias vulgares.
Pero no voy a ponerle un fin, la escribo yo y la sigo o termino como quiero.
Si alguien la lee que cambie el principio o el final a su gusto. 

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Bilbao, Euskadi
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