viernes, 14 de enero de 2011

Se cogen puntos a las medias.


Se cogen puntos a las medias. Estaba escrito en un pequeño trozo de cartón sujeto al ventanuco de un hueco bajo la escalera del 12, al lado de la carbonería.

Dentro, una señora con gafas de gruesos cristales sentada en una alta banqueta se afanaba sobre una labor en una media de nylon embutida en una especie de vaso invertido. A su espalda un calendario con un san Pancracio sonriente era junto a la banqueta y un mínimo tablero de madera donde estaba apoyada, el único mobiliario del exiguo habitáculo.

Cuando pasaba por delante del 12 me llamaba la atención su minucioso trabajo, sus manos moviéndose a gran velocidad en contraste con el cuerpo rígido.

Todo iba bien hasta que la descubrió José Luis.

José Luis era el hijo de un camionero del barrio de arriba. Un chaval delgado, nervioso, imprevisible, con una inusual capacidad para romper cristales, martirizar a gatos, pellizcar a las niñas y estar en todas las barrabasadas imaginables.

Alguna vez venía por nuestra calle, se arrimaba a la incipiente cuadrilla y nos llenaba la vida de riesgo, de carreras ante los municipales, de peligros dentro de una inocencia que perdíamos día a día.

Se cogen puntos a las medias, el petardo explotó justo debajo del cartel, el primero. El segundo lanzó al san Pancracio contra el techo. José Luis abrió la puerta y lanzó un cubo de agua sobre la cabeza de la señora al borde de un colapso por el susto. Todos corrimos.

Nadie había visto nada. Durante una semana estuvo cerrado el negocio de las medias, las señoras estuvieron con los puntos alborotados. Nosotros temblábamos cuando sonaba el timbre de casa temiendo que los guardias vinieran a buscarnos. Nuestras madres se sorprendían de vernos tanto tiempo en casa. Luego la vida siguió.

José Luis encauzó sus energías de diferentes maneras. Entró como batería en un grupo que imitaba a los Beatles. Siguió rompiendo cristales. Dejó embarazada a su primera novia que tenía 16 años. Se casó con ella. Fue padre tres veces. Heredó el camión de su padre. Trabajó duro. Se compró un camión nuevo. Ahora ha engordado, tiene una flota de doce camiones y su nieto también rompe cristales.

La señora de las medias murió hace ya muchos años.

Yo soy un pan sin sal que cuenta cosas que pasaron en un tiempo en el que aún no había nacido. 



4 comments :

Magnolio dijo...

Unas joyas el Jose Luis y compañía. Una historia que dice mucho sobre “machotes”. Un cuento con muchos puntos.

gaia07 dijo...

¿”Un pan sin sal”? ¿Quién?
El escritor imaginario debe ser.

Si no has puesto en práctica cada una de las historias que nos has contado ha sido por falta de tiempo, no de energías, ni de ganas, ni de capacidad.
Que no me tomas el pelo tú, ¡ché, qué home aquest!
Un abrazo (si te alcanzo)

Pedro M. Martínez dijo...

Magnolio, querida mía, para una lectora de altura como tú estos cuentitos Fher deben ser naderías. Lo entiendo, es un texto modesto, de viernes. Mi única disculpa es que este año no me presentaré al Pulitzer, quizás por eso me he relajado.
Pero me explico.
Ya el título es excluyente. El que sepa de qué hablo (un tiempo, un país) lo entenderá algo (aunque tampoco hay mucho que entender es lineal).
A quién no haya leído nunca un cartel así puede sonarle todo a chino, gamberradas de niños de barrio, tonterías.
Yo qué sé, leches, que me estoy justificando y no sé porqué.
Ahora bien, eso de “machotes” me ha llegado al alma.
El pobre José Luis, te lo aseguro, no sabía para que la tenía (excepto para mear y –quizás- masturbarse). Era un chaval inquieto, nervioso, trasto, nada estudioso, con un padre un poco bruto y una madre abnegada, un adolescente como había mil. Su relación con las chicas era nula, no tenía habilidades de conquista, era más bien feo, brusco, nada dado a requiebros ni zalemas. La primera que le hizo caso (una niña como él) le despertó los instintos (porque, claro, además de todo lo dicho no era tonto, le picaba como a los demás). El caso es que ella se quedó embarazada (como miles de mujeres en un tiempo en el que los anticonceptivos no existían y los condones era algo pecaminoso. No ha cambiado demasiado esto, no creas) y este machito machote se casó y tuvieron un niño precioso y luego dos más y formaron una familia estable y trabajaron mucho y siguen juntos y ella (en este caso) logró un futuro que ni se imaginaba (porque esa ella tiene también una historia, profunda, inmigración, pobreza, malnutrición, incultura, en fin).
Ya.
Este cuentito, con tiempo, da para una novela en varios tomos, intensa, rica, con personajes de carne y hueso, con emociones, con hechos reales, con más contrastes que quedarse en una pobre anécdota de “machotes” opresores (pobrecitos hombres de un tiempo y un país) e ingenuas féminas atropelladas. Que no, Magnolio, que no, que va por otro lado.

Un matiz, todo esto dentro de un orden, el de la ficción de todo lo que escribo. Incluso yo mismo, mira tú, soy ficción. Pero te beso igual. Y mucho rato.
Señor, señor.

Pedro M. Martínez dijo...

gaia07, para cuestiones relativas al pelo (tomarlo, tenerlo, peinarlo, etc) siempre he sido muy sensible.
Por suerte también he sido (soy) sensible para otras cuestiones.
En la vida hay un tiempo para cada cosa (o eso dice un pasaje de la Biblia). Según la edad de cada uno hay tiempo para X historias.
Las que cuento, muchas, ya ves, suelen ser reales.
Es curioso que tenga tantas siendo tan joven.
Me da que entre que sí y que no la mayoría las he vivido en otra vida o el alcohol y otras substancias (ninguna prohibida por las autoridades ) ayuda a imaginar lo que no en el territorio del bostezo y la rutina. Y olé.
Maldición, esta es una página de tú a tú, eso pretende, si no me entienden los tú ya no sé donde acabará.
Vamos al abismo.
No sé si sé escribir abismos.
Bordes (de abismo) sí.
Los bordes los escribo bien.
Bordeo el no y me refugio en el sí de este abrazo. Ayyyyyyyyy.

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