sábado, 2 de enero de 2010

Quema de libros.

El 10 de mayo de 1933 se produjo una quema masiva de libros por los nazis en la Opernplatz de Berlín. Los camisas pardas, voluntarios de la S. A., las Juventudes Hitlerianas y muchos ciudadanos adictos al régimen destruyeron más de 20.000 libros de escritores, poetas, filósofos, científicos, de artistas a los que consideraban peligrosos, antigermánicos.


Esta operación, símbolo de la muerte de la razón, estuvo comandada por Goebbels, el entonces ministro de propaganda. El bibliotecario Wolfgang Hermann elaboró una lista negra en la fue incluyendo a los autores por motivos tan diversos como promover el pacifismo; por sus tendencias políticas, básicamente el comunismo y el socialismo; por un estilo avanzado, revolucionario pero, sobre todo, por ser judíos. Muchos de estos autores fueron arrestados, torturados y asesinados. Los que pudieron se exiliaron. Entre estos escritores estaban, entre otros: Zweig, Arthur Holitscher, Lion Feuchtwanger, Emil Ludwig, Heinrich Mann, Theodor Plevier, Erich Maria Remarque, Heine, Marx, Thomas Mann, Freud o Brecht.






Goebbels proclamó: "Alemania ha comenzado a limpiarse interna y externamente".

Sigmund Freud comentó: "es un gran progreso con respecto a la Edad Media; ahora queman mis libros, y entonces me hubieran quemado a mí".

Philip Roth escribió recientemente: “todos los escritores cuyos libros fueron quemados por el III Reich fueron dignificados por las llamas”.






Hoy, la antigua plaza Opernplatz lleva el nombre del líder socialdemócrata August Bebel. En su centro, como un recuerdo permanente, está un curioso monumento a esta quema de libros. Se trata de una simple losa de cristal a través de la cual se pueden apreciar unas estanterías blancas, vacías. Al lado una placa con una frase premonitoria del poeta Heine que en 1817 escribió: "Eso sólo fue el preludio; ahí donde se queman libros, se termina quemando también a las personas". 



Para hoy escribo lo que no está escrito. Pasan los días, los meses y me asombro que aún alguien entre aquí. Y Aquí. Para los sábados tengo dos teorías. Una, que el personal dedica parte de su jornada laboral semanal a actividades extra laborales. Otra, que el personal dedica los sábados y domingos a una intensiva actividad amorosa y no sale de la cama más que para comprar el pan y el periódico, a veces ni eso. Tú ¿qué opinas?

Estamos en lo que estamos, que se ha terminado el año y nadie sabe cómo ha sido, que empieza el nuevo y nadie sabe cómo será, pero se lo imagina, negro. Vivirán bien los de siempre, es decir esos que no somos nosotros. Lástima, sigo buscando a los Otros pero no encuentro a Nadie que me quiera sobornar, comprarme, involucrarme, pagarme una comisión desorbitada, buscarme un chanchullo, ponerme un piso de soltero, retirarme, dejar un abultado sobre bajo el felpudo a cuenta de mi silencio, o de mis sugerencias, compra aquí, vende eso, invierte en, etc. Tú no opines.

Lo que no quiero es que me quemen los libros. Ni siquiera los presto para que no me arruguen las hojas, para evitarme eso de “oye, chato, aquel de Agatha Christie que te presté en 1957 ¿Qué lo has leído?”(pon tú el acento). Y no es que me importe, me faltan paredes para guardar los que tengo. “¿Los has leído todos?”- preguntan los visitantes de mi castillo. “No, están huecos”- les vacilo. Coño, pues claro que los he leído, para eso es un libro, incluso algunos me han gustado. Además que hace bonito tenerlos. Mi amiga Mary se los compra por metros y por colores. “Me ponga metro y medio de enciclopedia roja. Es para el salón ¿sabe?” Mary tiene otras muchas virtudes, algunas lejos de la virtud. Puestos a elegir prefiero estar con Mary que leer, te lo juro. Somos amigos desde hace tiempo. Eso implica muchas cosas. Saber estar cuando hay que estar. Si es que somos todos bastante parecidos, para tomar copas o reír o ir de fiesta hay gente a patadas, pero, ay majo, si la cosa te va mal miras alrededor y no queda nadie, como después de una batalla. Mary no, Mary no lee pero está cuando hay que estar. Quién lo diría, qué lección…

Oye, tío, ya vale, qué pesado estás hoy, es sábado, calla ya que voy a bajar a comprar el pan. 

Vale, vale, lo siento, hasta mañana.




9 comments :

ybris dijo...

Que no nos quemen los libros. Eso sin dudarlo.
Por si acaso no tendré empacho en acumular algunos también en formato digital incombustible.
Curiosas tus teorías sobre los habitantes de los sábados.
Los que nos refugiamos en el amanecer silencioso tenemos siempre un refugio a resguardo del día de la semana que nos toca.
Aunque a veces callemos también.

Un abrazo.

Arantza G. dijo...

Atrincherada entre libros, las estanterías lloran el peso que las joroba, poco a poco se creará un muro con los apilados en el suelo...¡que nadie los toque! Son míos, solo míos.
Me voy a pasear un ratito por las páginas de un libro recomendado por tí; me está gustando mucho.
Hasta mañana Pedro, muchos besitos.

Belén dijo...

Me parece una salvajada eso de quemar libros, pero creo que muchas veces son considerados más peligrosos que un misil...

Y eso, en el fondo, me gusta, y mucho

Besicos

Dátil dijo...

No tienes que asombrarte Pedro mío. Que sigamos viniendo es señal del aprecio. Y que cumpla años, feliz 2010!
Desde el 2002 que te leo...Já!

Feliz seas siempre eso sí!

Besos azucarados que estás de un soso!

;O)

Ariadna dijo...

Yo opto por la segunda,aunque me toque ir por el pan.

Vuelvo sobre lo de Cioran "Un libro ha de ser un peligro"

Es verdad...Nadie devuelve los libros prestados...

El peletero dijo...

Pues yo, apreciado Pedro, los sábados trabajo, y los libros los arrugo, los subrayo, marco y señalo, incluso a veces ni los leo, como a mis novias a las que ni veo.

Una pregunta tonta, ¿son un fenómeno poltergeist esas jovencitas que veo en el metro, a primera hora de la mañana, leyendo interesadísimas esos mamotretos de 700 páginas y que pesan un quintal y que muestran ufanas debajo del brazo como si llevaran una baguette?

Saludos.

Haces bien en recordar ese 10 de mayo de 1933.

gaia07 dijo...

El no leedor de libros no suele ser mala compañía, hay veces que resulta más fastidioso el leedor compulsivo.

Bradbury ya contó en su Fahrenheit 451 de los extremos apocalipticos del ser humano, el miedo a la diversidad, al razonamiento y al pensamiento, a la creatividad y a la rebelión contra la opresión.
El libro es el mayor comunicador de pensamientos que cubre distancias y tiempos sin perder ideas.
Actualmente se siguen haciendo purgas digitales, desechando aquello que se piensa no es importante. ¿Y quién está capacitado, y cómo se capacita a alguien, para decidir qué es importante?

virgi dijo...

Desde la primera vez que estuve en Berlín, ya no puedo dejar de pasar siempre que vuelvo por ese hueco transparente con estantes vacíos.
Me emociona la frase y siento las heridas de la ciudad, cicatrizadas. Aún así, para siempre heridas.
Un abrazo, hoy más fuerte.

LA ZARZAMORA dijo...

Pedro, disculpa.
Besos y abrazo.
Esa lección... pufff!!!!!
Hasta la próxima;)

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