lunes, 31 de marzo de 2008

Cenicienta.

Aquella noche pasó de la más completa ignorancia al más exhaustivo conocimiento del acto amoroso. Cuando oía sus gemidos de placer y veía aquella expresión de extático alivio en su rostro, sintió que a partir de entonces su vida cobraba una nueva finalidad: liberar a aquel joven músico de sus sufrimientos. (Los reyes del mambo tocan canciones de amor. /**/Oscar Hijuelos) .



Aquella primera vez Cenicienta se marchó del baile cuando sonaban las doce. Su hada madrina le había dado precisas instrucciones sobre eso. Abandonó el palacio con el temor de la decepción. Después, de vuelta a casa, cuando comprobó que sus vestidos seguían relucientes, la ostentosa carroza reposaba en el jardín y los lacayos zascandileaban por la cocina o los cuartos de abajo, se tranquilizó e incluso se permitió canturrear, tan contenta estaba.


El príncipe, entusiasmado desde aquella ocasión, no dejó de invitarla a cuantas fiestas se preparaban en la corte. Así, Cenicienta asistió a la recepción por Primavera, a la verbena del Verano, al baile de la Vendimia, a la solemne cena de Navidad y en todos estos festejos brilló y fue muy feliz sintiéndose agasajada por el príncipe que la colmaba de atenciones y detalles.

Y el tiempo pasó, tal parecía que aquella felicidad sería perpetua, que nada ni nadie iba a cambiar la emoción cuando comenzaba a sonar la música y se abrazaban en secreto en el balcón que daba al río o cuando se besaban detrás de las cortinas al abrigo de las miradas indiscretas.
Solo la sombra del reloj enturbiaba aquellos días magníficos. Y es que al aproximarse la medianoche Cenicienta cambiaba de color, se retorcía las manos con nerviosismo y miraba su reflejo en los espejos temiendo que su lujoso traje se convirtiera en el modesto vestido que usara antes que su hada madrina fuera tan generosa al terminar con su monotonía, con los días grises y largos, con su vida entre fogones. Alguna noche intentó salir a toda prisa del concurrido salón donde todos daban vueltas con la música de valses. Si no lo hizo fue porque el príncipe, que estaba enamorado de ella como solo se enamoran los príncipes, le tomó de la mano cuando comenzaba a pisar la inmensa escalinata y con dulces palabras le llevó entre chanzas y risas al lugar que le correspondía, el centro de la fiesta.

Pero los cuentos son solo cuentos y los escriben aquellos que sueñan y se engañan. Se celebraba la despedida del embajador de Francia y todo el palacio estaba engalanado con banderas tricolores; candelabros sostenidos por fornidos criados envueltos en lujosas casacas amarillas llenaban de luz el pabellón del jardín preparado para albergar a los invitados; pámpanos de oro colgaban de las columnas; las fuentes manaban vino y moscatel. Cenicienta acudió radiante, un ajustado traje de terciopelo negro marcaba su figura adolescente, el cabello recogido en un delicado moño hacía destacar la belleza de su sonriente cara. El príncipe la miraba arrobado y solícito. Aquella noche bailó y bailó y parecía que nunca iba a terminar su dicha. Pero cuando dieron las once se inquietó y un murmullo de bajamar le silbaba en el interior del pecho. Fue una hora atroz, los más negros pensamientos le vendaban los ojos, le empujaban haciéndole confundirse en los pasos, tropezar en las vueltas. Cuando el reloj dio la primera campanada de las doce no pudo soportarlo más y eludiendo las manos del príncipe huyó a toda prisa, saltando de escalón en escalón. A cada salto su ropa perdía brillo y al llegar al jardín volvió a estar vestida con un humilde sayo, la carroza se había convertido en una calabaza y dos ratoncillos chocaban entre sí, aturdidos. Cenicienta huyó llorando, se internó en un bosque cercano y desapareció para siempre de la vida del atribulado príncipe.

Los años pasaron y aunque las fiestas y bailes en palacio continuaron, jamás volvieron a recobrar el esplendor de aquellos en los que Cenicienta dejaba su estilo y alegría.
Por cierto, para los curiosos, Cenicienta se trasladó a Portugal donde ganó varios premios en diversos certámenes sobre recuperación de cenizas en cocinas de leña, siendo agasajada por expertos de todos los países. En la actualidad está jubilada y vive en la residencia Charenton.

¿Y el príncipe? Ay, el desdichado príncipe dejó la corte, abandonó el reino y nunca jamás regresó. Hay quién dice que le ha visto aquí y allá, acompañado del chambelán de la corte, pero nadie ha presentado pruebas. Solo una, dudosa, su fotografía en un conocido club sadomasoquista de Nueva York. Las agencias del periodismo rosa siguen buscándolo.


Cada día son más increíbles los cuentos de hadas.
Como siempre las comadres aciertan.


Al Kooper & Mike Bloomfield


13 comments :

ybris dijo...

Debe de ser por eso por lo que se nos amargan las tardes de los domingos.
El tiempo del final anticipa las despedidas.
Lo malo es que, como todo es relativo, acaba uno obsesionándose con la sensación de sentirse a partir de los cincuenta como Cenicienta a partir de las once.
Menos mal que a esas horas yo siempre procuro estar dormido.

Abrazos.

Pedro M. Martínez dijo...

ybris, las tardes de los domingos suelen ser una inquietante antesala de los nerviosos lunes.
Como todo es relativo, ya les gustaría a muchos preocuparse los domingos, sus lunes suelen tener la monotonía de no saber qué hacer.

Abrazos.

Margot dijo...

Pues sí, las comadres siempre tuvieron razón más que nada porque se la dimos con eso del miedo a la verdad, a la realidad desnuda. Fíjate, no fue por miedo a los cuentos...

Por eso yo prefiero este final a ese otro de vivieron felices y comieron perdices que vete tú a saber cómo acabarían las perdices llenado todo el palacio de cagarrutas y plumones descarriados de convivencia y domingos por la tarde, quién hace la cena? anda, cariño, plánchame la camisa que mañana tengo consejo de ministros...

Ufff si ya me lo advertían de peque, los cuentos cuentos son, nenita. Por eso me quedo con los tuyos, tienen ese no sé qué de si pero no...

Besote de lunes en calabaza.

irene dijo...

Ya tenía ganas de volver. Esta astenia primaveral me dejó sin ánimos para nada. En un comentario tuyo anterior, me dices que no me entiendes, es normal, le pasa a mucha gente y no te preocupes, ni me conoces, ni me debes nada, ni me ha recomendado nadie, vine aquí por un comentario tuyo en mi blog ¿aclarado?

Es mejor no tener nada a tener algo que estás continuamente temiendo perder ¿o no?, ¿más vale algo que nada?, ¡qué sé yo!
Lo que está claro es que la Cenicienta, después del disgusto, salió adelante y el príncipe ¡pobre!, se hundió. ¿Cuál es el sexo débil?
Besos.

Magnolio dijo...

Cambio el cafelito por las glosas a tus letras. No importa que las vuelvas del revés, allá cada cual con sus cuentos.

Yo me quedo con el mío, el príncipe que me enamoraba - como solo se enamoran las princesas - con sus delicados, exaltados, deliciosos, poemas.Que me derretía entonces con sus abrazos después de la medianoche, ahora aún cuando le sueño.

Digan lo que digan las comadres.

gaia07 dijo...

Me he sentido como una horrible hada madrina, preparando a una inocente criatura, contándole y enseñándole todas las maravillas del mundo, para que luego ilusionada quedara destrozada por la dura realidad. Menos mal que llegó un momento en que tuve la grandiosa visión de contarle la verdad sobre el mundo, y ha empezado su andadura con pies de plomo, sabiendo que después de saborear las mieles de los principios, deberá enfrentarse a la insidiosa rutina, al duro trabajo y a las medias tintas en todo.
La próxima vez que cuente este cuento seré la sana comadre y contaré el tuyo. Eres un genio, aunque no estés en una lámpara ;-P
Un beso

Pedro M. Martínez dijo...

Margot, los cuentos son así, terminan como quiere el cuentista.
Y la cena me la hago yo (planchar no)
Los besos también son míos, para ti.

Pedro M. Martínez dijo...

irene, el sexo débil está claro cuál es: el masculino.
Y perdóname por no reconocerte, esto de los blogs es un lío, somos tantos que me aturrullo.
Besos.

Pedro M. Martínez dijo...

Magnolio, las comadres son unas envidiosas.

Y de cuentos me ha gustado el tuyo. Quién fuera ese príncipe que te enamoraba.
Espero que estés bien, bien, bien.
Te beso con auténtica ternura.

(y perdona si a veces me pongo borde. O lo parece) (no es mi intención)

Pedro M. Martínez dijo...

Pues no gaia07, lamento contradecirte, sí estoy en una lámpara.
Hay que frotarla tres veces para que aparezca.
Y luego pedir los deseos.
O no sé si hay que tener deseo y frotarme.
O viceversa.
O algo.
En cualquier caso, inténtalo, no perdemos nada.

Jajajajajajaja.
Besos.

gaia07 dijo...

Jajajajajajaja
Primero lo primero. Encontrar la lámpara.
Los deseos, el deseo y lo de frotar están claros, el orden de factores no altera el producto, dicen.
En cualquier caso, la lámpara puede quedar muy brillante.
Por lo menos los besos, los tengo (lo prometido es deuda, dentro o fuera de la lámpara) jeje

Pedro M. Martínez dijo...

gaia07, eso es como la lotería, si no juegas no te puede tocar.

Que quedaría brillante no me cabe ninguna duda.

Besos.

Anónimo dijo...

En mi opinión Cenicienta se quedó con su principe, porque el amor está por encima de todas las cosas, y ninguno de ellos era materialista. Ya sea en palacio o no, juntos para siempre.

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