martes, 24 de julio de 2007

De trenes y viajeros


En el tren de la noche transparente llegan mujeres
con blusas perfumadas, con violetas en el pelo,
con los brazos tendidos hacia la aurora.

Las miro desde el andén, junto a un perro de ceniza,
sonámbulo, las pestañas incendiadas de madrugada,
los pies descalzos bajo una luna de mármol.

Uso palabras ciegas, como palomas acurrucadas,
la súbita fragancia del azahar embriaga al viajero
desprevenido que llega en busca del destino.

Siento en los oídos el zumbido de otra vida ,
en la esquina, letanía de gacelas sobresaltadas,
el rocío amansa y enreda perfumes en la piedra.

Las ventanas de la noche están cerradas,
una salamanquesa se esconde en la blanca alcoba,
el viento de levante deja un ahora de dudas.

Subo los peldaños del recuerdo, la ciudad respira,
duerme a espaldas del pájaro asustado en la rama,
de la lengua del tigre que lame el insomnio.

Nadie ve al fauno bajo el farol, sentado a la orilla
del tiempo, sus pezuñas rompen la espuma
de olas embarrancadas en luz futura.

Ese saurio triste sobre la vía sabe que no regresará.
Temo al súcubo que me observa, agazapado, presto.
Encadenado a la columna, Sansón descubre el horizonte.


22 comments :

Arthur dijo...

Todo eso y más se puede hacer en la noche, yo saldría de mi casa en las noches, pero el único inconveniente es que a esas horas no hay nada abierto. Auch!

Saludotes y abrazotes

Sweet Dreams, de todo Corazón:
Arthur

Gusthav dijo...

Wow, parecen recuerdos de tiempos cada vez más lejanos, ó sea, primero es la aurora, luego tiempos de Sansón y finalemente lo del saurio (supongo que es dinosaurio). Y rescatás lo mejor de cada tiempo, época, era. Bárbaro.

Saludos y abrazos

Nice Day, con toda mi Alma:
Gusthav

Margot dijo...

Siempre me pregunté que esperan en el andén, en las madrugadas que parecen frías... todo para terminar estando atados allí y que lo único que esperen sea el horizonte?

Sí, puede ser una de las muchas explicaciones.

Pero ciegas, lo que se dice ciegas... tus palabras no son. Besote nocturno (ahora es de noche, te leo sin tigres)

(Y olé, señor Pedro)

Pedro M. Martínez dijo...

Sales poco Arthur, a las noches está abierta la noche y a partir de ahí el mundo. Inténtalo. Y ten cuidado, las sombras muerden. Saludos.

Pedro M. Martínez dijo...

Solo hablo del corazón, Gusthav, es de lo único que sé hablar.
A veces sale.
Rey, tienes que aprender a leer detrás ( o dentro) de lo que lees.
Está ahí.
Pero no te preocupes, también vale así, con sansones, saurios y dioptrías.
Abrazos (anda ven)

Pedro M. Martínez dijo...

Margot, hay que haber pasado muchas noches en andenes solitarios para saber qué se espera, de dónde se regresa, dónde se va. Es una espera generalmente triste, sin esperanza. Recuerdo en especial una estación, en Córdoba, con olores, nunca amanecía, la noche era.
Por eso me volví.
No sé dónde estoy ahora.
Agradezco tu lectura (sin tigres).
Y en esta vuelta al ruedo te beso a la altura del tendido cuatro.

Anónimo dijo...

Entonces se abrió el alba a su paso, con ese sonido rítmico de los trenes al ir avanzando, el temblor de las vías desperezó a los saurios de la espera.
Un callado rocío iluminó la mirada del que espera, a pesar de la ceniza en sus pestañas su acompañante notó la impaciencia, del piso a su mano, la larga lengua sedienta de respuestas se paseo por sus dedos.
Nada, esa espera abigarrada de miedo, el interminable chirriar de los frenos, el vapor del tren al detenerse en el frío de nuestro silencio, en las gélidas palabras quietas de nuestro tiempo.
Luego esas miradas de desespero, de unos a otros ojos, esperando hallar el encuentro, las Penélopes con sus bolsos marrón agitando los dedos, uno tras otro llegan los viajeros.
Las historias, los ayeres que se acumulan en las mejillas inundadas de sal y de tiempo. Nuestro viajero sigue quieto, congelado todo su cuerpo, no puede avanzar a la calidez de los encuentros, no halla esa mirada, se pierde en los recuerdos, la piensa sitiada en su silencio, detenida en la última postal que aun olía a su cuerpo.
Tal vez la vea, tal vez pase de largo a su lado, despertando los recuerdos del perro con su olor a gardenias tiernas y sus piernas largas suspendidas por la imposibilidad de sus zapatos de baile negros; tal vez entonces ella también se detenga, y adivine desde su silencio las palabras que se le han perdido en el recuerdo.

Hoy, abrazos con los ojos anegados y las palabras brotando por los dedos.

Margot dijo...

Esperamos, volvemos, no sabemos dónde estamos.... ummm, juraría que me suena! ays.

Aún así me siguen gustando los andenes, debe ser porque los pienso como tierra de nadie y me gusta ese concepto.

Besos mañanero y con raíles

Pedro M. Martínez dijo...

Inmarcesible me refería a los viajeros de sí mismos, a los que transitan por esas interminables distancias interiores, esos que nunca llegan a su propio destino, que siempre están detenidos en andenes intermedios entre la salida y la nada, entre ser o haber sido, entre recuerdos y el tiempo escapándose de las manos que acunan el vacio, dedos que señalan la inmensidad, lo que siempre está más allá, inalcanzable, el miedo a que todo termine antes de llegar, antes de ser, antes del orgasmo o el viento, antes de conocer el verdadero rostro del alma, de la belleza, de romper los espejos, de refugiarse en ruinas, en palacios vacíos, en carros de gitanos volcados en carreteras con barro y perros ladrando en los caseríos, gatos junto al fuego, ancianas que nos miran con zarcillos en las orejas, con una maldición en la lengua, con un gesto de cruces e intermitencias, lejos de lo conocido, lejos de la historia, de lo que antes, del sí, de haber salido de México y llegar a Brasil, de un pueblo perdido en la meseta castellana, rumor de polvo, zorzales colgados de los alambres, vencejos acariciando los arroyos, un hombre de uniforme revisa las entradas, un hombre ciego ve el futuro, una mujer lleva en su seno la promesa del cambio, de lo que tú no has podido ser, de los inventos, de higrómetros y cachivaches, de melenas sumergidas en una corriente de tiempo y viento que nos abandona justo allí donde confluyen las líneas que delimitan la impotencia y subir y bajar a vagones huecos, ventanas cerradas, calefacción para el invierno y carbón desgranándose por vías y vías, hierro y madera, minutos triturados, la muerte agazapada en los túneles que nos atemorizan, nunca entramos a los túneles, saltamos en marcha, nos golpeamos con rocas y peñascos, con mojones que dicen “menos uno, menos dos, menos tres...”, nos engañamos, nunca llegaremos. Etc.

Y mientras tanto dejamos aquí apenas unos gramos de esperanza, de palabras engarzadas, de susurros enmascarados, de mentiras disfrazadas. Etc.

Inmarcesible, ya no sé cuando.

Necesito vacaciones.

Agradezco mucho, mucho, tus comentarios mágicos.

Pedro M. Martínez dijo...

Margot a mi no me gustan nada los andenes. Me producen una tristeza inmensa. Tampoco me gustan los aeropuertos, ni los helipuertos, ni los asilos, ni los baños termales, ni las mariposas verdes. Solo me gusta el viernes 27 (que es cuando me voy de vacaciones).
Bueno, no, también me gustas tú y tu voz de arena.

Beeeeesos.

Anónimo dijo...

Ahora su respuesta me pone las lágrimas en los ojos, había visto esos viajeros en su adén y quise inventarles una historia, una parada, un recuerdo que los detuvieras en la realidad por un momento, unos ojos para esperar el tiempo.
Pero no, llega usted y me derrumba mi pequeña torre de aliento, me clava los pies en la arena, sin importale la tormenta que se me viene a la cabeza, sin que tenga sentido haberle buscago una tangente a la recta.
De ir y venir, de no llegar nunca, de estarse yendo todos los días, de despedirse en una y otra salida, hemos conocido el pan de cada día.
No más, no podemos ir más, pero tampoco quedarnos quietos, no nos viene bien, nos da vértigo; entonces estamos sitiados en el impaz de su andén de madrugada, el sucubo nos ha tomado por la espalda, sin duda hemos sentido ese escalofrío de cuando la maldición gitana se nos instala en la mirada y ahora estamos sentados en el piso, con la mirada clavada en los caminos de nuestras palmas.
No hay a dónde ir, ni de dónde venir, ni pasado ni presente para socorrer la memoria, los inventos, los sueños que ya no ponemos en cubiertos a la hora de la cena, se nos van empolvando en la alacena. Ahora nada, este silencio que tratamos de atiborrar de palabras, las mudanzas de la infencia son lejanas, y aun sentimos ese vuelco en el corazón en alguna madrugada que escuchamos por la calle un camión de mudanza con su estrépito de andanzas, aun tememos la llamada, nos abrazamos a lo que creemos necesario, los zapatos siempre listos a la orilla de la cama, para tomarlos al vuelo y huir sin saber nada...
He escrito de más, pero todo ha sido por sus palabras.

Pedro M. Martínez dijo...

Inmarcesible, más o menos no importa ya ahora que Souad Massi canta en una lengua que no conozco pero siento creciendo en una memoria antigua, ahora que sobre la cama están extendidas mis pobres pertenencias, lo elemental para salir a caminar, a conocer (me), a intentar saber que más allá de la piel, del ombligo, hay otros, iguales, algunos mudos, algunos expresándose con gestos, con silencios, iguales dije, no, superiores, con la mirada limpia, sin subterfugios, sin capotes rojos para citar al toro del miedo, al furioso animal que nos hacer hablar en este zoco absurdo sin visitantes, con apenas doce nombres escogidos, arriba y abajo en la espera del este final de julio con inundaciones en Inglaterra, el Támesis desbordado, verano loco, nieva en Argentina, encuentran espías rusos, dobles, en la sopa del CNI, Barcelona sigue a oscuras, un enfermo que pedía la eutanasia, que quería que le desconectaran el respirador, muere en huelga de hambre, tantas cosas ocurriendo en el mundo, la mayoría pasan tan lejos que parece que no pasan, pero pasan, la diaria ración de muertos –seres como usted, como yo- de Irak, el sufrimiento, la doble soledad de la incomprensión, el absurdo dolor que nadie detiene, palabras, juntamos palabras, mi admirada Inmarcesible, estas ventanas de internet nos permiten decir (¿nos?) cosas que antes nos callábamos, comentábamos a los íntimos ¿aún quedan íntimos?, la vida sigue, esta mañana he estado en el hospital, como cada día, visitando a L que está muy malita, muriéndose sin que ella (aún) lo sepa, no queremos morirnos, es igual nuestra edad, nos aferramos a la vida a pesar del dolor, de momento les pasa a otros, una vez estuve allí, yo era el visitado, me miraban los familiares con gesto incrédulo –pues no parecía...- me miraba a mí mismo con resignación, con miedo, esa es otra historia ¿aprendí? ¿he aprendido algo? ¿qué hacemos aquí usted y yo? intercambiando fragmentados discursos llenos de buenas intenciones y vacío, palabras, metonimia, hablar, sin conocernos, sin saber, aquí está mi mano, beso la suya, cada uno de sus dedos.
Lo dije aquí, escribir no es vivir.
Vivir es salir ahora a la calle y estar con los otros.
O no, yo qué sé.

Anónimo dijo...

Vivir son ambas, inalienables para algunos; vivir escribiendo y escribir viviendo, para estas frases bien que sirven los gerundios, también ahora salgo a la calle, de este lado del mundo está nublado y vale la pena salir a andar sin prisa, sintiendo el aire tierno en la punta de las orejas, ver a algún conocido o hacerse de un desconocido, otro día charlaremos usted y yo del mundo.

Pedro M. Martínez dijo...

Vale, Inmarcesible.

Coblenza dijo...

(...) ésto que,

me parece que yo soy una (más) de esas mujeres de blusas perfumadas.
Por lo demás,

aquí digo mú.

Muchos besos eso sí. Y gracias por tus palabras que me han sonado a gloria bendita, como los panecillos del monasterio de las monjitas de Burgos -por lo menos-.

Já!

;)

Tempus fugit dijo...

Tu fauna, como siempre, desvela los instintos incontrolados...
¡jodio, qué bien escribes!

un abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

Coblenza, en un tiempo (lejano, eso sí) me alimenté de esos panecillos que robaba por las mañanas (los repartían gratis, claro, pero nunca he sabido vivir de la caridad). Después busqué maneras y distancias, así pude vivir. Un día entré en este rincón, me miraste y aquí sigo, esperando cada día tu mirada, la limosna de tu comentario (o sea, como lo de las monjitas pero en literario).
No sabes como te beso (me duelen los labios)

Pedro M. Martínez dijo...

Amable De cenizas, ya ves, es de las cosas que peor hago.
No sabes que pastel de manzana preparo. Y que bordados de punto inglés. Por no hablar de las cabriolas. Aunque mi especialidad son los saltos mortales de espaldas con doble tirabuzón y caída en vertical. Tienes que venir.
Aquí.
Abrazos.

fgiucich dijo...

Uno siente, al leer estos versos, una sensación de flotar en un viaje ida y vuelta, sin esperanzas. Un lenguaje metafórico espectacular. Abrazos.

M dijo...

Bonito tren, preciosa estación, enigmáticos viajeros....

Sin duda, me seduce el maquinista.

B x C

Pedro M. Martínez dijo...

fgiucich, abrazado por tu comentario me dispongo a desayunar.
Seguro que las tostadas me saben mejor. Muchas gracias.

Pedro M. Martínez dijo...

Viuda de Tantamount, ha salido una vacante de fogonera ¿te apuntas?.
Verás qué viajes.

Aaanda, vente, veremos paisajes nuevos (si los hubiera)
Besos (con agradecimiento)

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