lunes, 30 de abril de 2007

El almuerzo.

No sin trabajo un cronopio llegó a establecer un termómetro de vidas. Algo entre termómetro y topómetro, entre fichero y curriculum vitae.

Por ejemplo, el cronopio en su casa recibía a un fama, una esperanza y un profesor de lenguas. Aplicando sus descubrimientos estableció que el fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de lenguas inter-vida. En cuanto al cronopio mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero m s por poesía que por verdad. A la hora del almuerzo este cronopio gozaba en oír hablar a sus contertulios, porque todos creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era así. La inter-vida manejaba abstracciones tales como espíritu y conciencia que la para-vida escuchaba como quien oye llover, tarea delicada. Por supuesto la infra-vida pedía a cada instante el queso rallado, y la super-vida trinchaba el pollo en cuarenta y dos movimientos, método Stanley-Fitzsmmons. A los postres las vidas se saludaban y se iban a sus ocupaciones, y en la mesa quedaban solamente pedacitos sueltos de la muerte. (Julio Cortázar)


Le desbarata, le arma, le desarma. Si ya estaba en un estado insoportable, desde el miércoles ha traspasado el límite, ha llegado al otro lado de las cosas y ya no entiende nada. Además sabe que no se puede entender. Siempre tiene la certeza de que es pasajero, pero no, persiste sin que pueda hacer nada para remediarlo. La vida es como la recordamos y la sonrisa de esa mujer vuelve, alegrándole. Piensa en ella sabiendo que no debe hacerlo. Se obstina en esa sonrisa y hace lo que no debe. Y aún así, su cara, pensarla, imaginarla. Ella está feliz, o lo parece, o mejor, o haber estado en ese bar es tan mágico que puede equivocarse y pintar de nostalgia lo que no es sino presente. Aunque sabe que no, que la niña pertenece al pasado, que queda la mujer que le mira, a la que no puede tocar sin temor a que algo ocurra, a la que hasta su olor le atrae, le evoca recuerdos de los que no tiene constancia, pero que están. Su mirada, su halo, algo detrás de ellos dos, invisible, pero ahí, amenazador. Y el cristal, también ahí, separándolos irremediablemente.

Dime que temes darme la mano, dime que temes que nos besemos al encontrarnos, dime que no, que nunca, que estoy mejor lejos, que cada cosa tiene su tiempo y nosotros nunca lo hemos tenido. Dime lo que quieras, es igual, no podré sujetar esta ternura que me deja embobado cuando estoy contigo, estas inmensas ganas de abrazarte y sentir tu piel, de dejarme llevar por tanto sentimiento prisionero, soltarlo, llorártelo sin pudor sobre los hombros, decirte que no se puede querer tanto como te he querido, que no se puede sufrir tanto como he sufrido por ti. Y saber que ya no importa, que ni siquiera somos los mismos, que nunca hemos sido nada excepto una broma en la cenas, cuando se escarba en los pasados imposibles. Sin embargo, arriesgando tanto, me acerco a ti sin remedio, de forma inconsciente, sin pudor, sin pensarlo casi, con una repetida sinceridad al contarte, al abrirte mi corazón, al quedar expuesto a tu comprensión, a tu compasión, a quién sabe qué sentimiento, seguro que contrario al que quiero buscar.

Pero no sabe qué quiere buscar, no sabe qué fuerza le impide olvidarla, no sabe porqué se empeña en verla, en escribirla, en equivocarse así, en no pensar en ella cuando lo hace -en lo que es bueno para ella-, ni siquiera sabe porqué le tolera. Y se para, piensa que ya tiene edad para saber lo que debe y lo que no debe hacer. Ya, inútil intento. Piensa en ella y las normas no existen, los límites siempre están más lejos. Aquellas dos cartas que recibió las ha leído tantas veces que su letra está borrosa, lo que dicen le redime, lo que no dicen le llena de sueños y saber cuándo las escribió le devuelve a la realidad. Y la realidad es aplastante, demoledora, está el aquí y el ahora y vivir no es escribir y todo eso no son más que palabras que no llevan a ninguna parte excepto a disturbarle, a perturbar su tranquilidad reciente, a que le mire como al bicho raro que siempre he sido para ella.

Cuando lo percibo me paro, me leo, muevo la cabeza, me compadezco de mi mismo y decido si le mandaré estas elucubraciones. Pero sé que sí porque quiero que ella sepa hasta donde puede llegar el amor, eso que llaman amor, que ni siquiera sé si es esto o si solo es una locura que dura demasiado tiempo, media vida. Cada día estoy peor de lo mío.



domingo, 29 de abril de 2007

De un viaje y un regreso.


Esa casa
colma mi memoria
de ángulos, de quicios,
una luz al fondo,
su cuerpo desnudo,
desorden prendido
en la ventana del jardín,
brisa gris que mueve los sauces,
alboroto de estorninos,
sedienta mirada en los intersticios,
carretera de regreso
sin atajos,
distancia,
zozobra,
yo, aquí,
aún en el sueño.






sábado, 28 de abril de 2007

Puzzle de agosto breve para un largo otoño.

O poeta é un cazador alucinado.
Atrapa a verha, atrapa a bolboreta
que se queima en faíscas decontado;
atrapa mesmo un soño de poeta.

É o cazador poeta nese instante
en que son ollo e ráfega un latexo
que calla o sangue en río fulgurante
como se for un lóstrego ao asexo.

E sae o cazador e a sua sombra
¿sae o poeta e a sua encarnadura?
(que é como quen do seixo a luz escombra
por ver da selva toda a fermosura)

Avilés de Taramancos (1935-1992)


El día uno, justo antes de partir, ella me dijo – Espérame, llegaré pronto, me ha surgido un contratiempo, iré en tren, espérame.-

Despertaba el mes en lujuriosos gritos de pájaros madrugadores, perros llamándose, zureaba la tórtola y el resto era quietud. Quizá se trataba del mismo agosto pero una oscura maquinaria se obstinaba en afirmar que el tiempo – y no solo el tiempo- se había ido.

Sobre el jardín volaban demonios con alas de murciélago, algunos tañían laúdes rojos y ceñían sus sienes con hiedra luminosa, otros, torturándose a sí mismos con divinidades impacientes, estaban ebrios de nubes.

En el duermevela de ese primer día de vacaciones soñaba con riberas de mar, con acariciar con los dedos húmedos de frutas el femenino cuerpo del verano. Aún no lograba calmar los arañazos del pecho pero todo estaba por hacer, por no hacer, mientras mi piel mojada de rocío se desperezaba y temblaba tratando de tocar el cielo en treinta días.

Treinta días, los mismos que esperé, en vano, no vino, no llamó, no sé nada de ella.
Y además el bosque está arrasado.




viernes, 27 de abril de 2007

Perspectiva.

Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,
de fatigados duendes que ya no ocurren,
puede inmolarse la perdida infancia
junto a recuerdos que se están haciendo.

(Mario Benedetti)


Es curioso, en esos momentos de sensación de final de tanto di tres pasos hacia atrás y todo cambió. Saqué la nariz del ombligo -de ella- y lo vi todo diferente –se refiere a lo cotidiano-. Lo del bosque y los árboles. Encontré nuevos colores, matices, formas, lo que era un perro resultó ser un caballo y lo que una musaraña una telaraña. Quizás el desnudo -del alma- no era el preferido –de ella- y el otro desnudo -del cuerpo- era mejor. Durante un tiempo cada una de sus críticas a mis escritos era –además- un intento de castración y aunque salto con agilidad no está uno para exponer así sus atributos -sean atribuibles a virtudes o carencias- a las tijeras del censor -intenta poner censora, verás como te lo corrige Gates, Bill-. Resulta que ahora me leo y veo lo que no veía. Leo y parece Braille, puedo tocar cada palabra, palparla, entenderla, sentirla. Ciertamente escribía – escribe- desnudo y estaba -¿estás?-.muy expuesto a la herida.

Perspectiva.
Sí, es curioso que lo advierta ahora que no puedo hacer responsable de todo aquel dolor más que a mi mismo, siempre uno es responsable de lo que hace o no hace -aunque me consta que en alguna parte has oído otra versión-. No hago caso, escucho tantas historias que a veces me resulta difícil distinguir A de B, si eso verde de la cloaca es un cocodrilo, si los invitados se fueron a un cuartel o a un burdel o si la orquesta del miedo a la muerte dejará de tocar alguna vez –sí, cuando te mueres-.

Y termino, lo cuento aquí ya que este mundo virtual tiene un alto porcentaje de gente interesante, está lleno de música y también de soledad, de pirámides, de sí pero no, de muchachas chinas con máscaras de arroz, de anaqueles polvorientos donde no entra la luz, de lenguas muertas, de deseos insatisfechos, de rostros vueltos hacia un ayer que ay, de estudiantes del arameo, de incapacidad de dar una patada al trasto este y salir a recorrer las alamedas con sol, con viento, llenas de paseantes con medusas en la cabeza, de príncipes orientales con túnicas moradas y a lo lejos una falúa atravesando el estrecho entre el país de siempre y el de nunca hasta llegar a puerto -o nadar, aunque llueva-.

- Oye, ya está bien, ¿me vas a dejar en paz?.
- Sí, sí, vale, total para lo que escribes.
- Pareces mi sombra, ahí, apostillando lo que digo.
- Lo soy, pasmado, lo soy.
- Vale, sombra, mañana más.




jueves, 26 de abril de 2007

Ayer estuve hablando de literatura con un tigre

Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,
así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.
Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.
Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.

(William Shakespeare)



Para José Miguel, que gana mucho en vivo y en directo.

Ayer estuve hablando de literatura con un tigre. No nos pusimos de acuerdo en casi nada. El prefería un soneto bajo un emparrado y yo me perdí en cientos de frases rompiéndose sin sentido entre acantilados insensibles, entre olas de farsa y espuma de porcelana. Aún así tuvimos puntos de acuerdo, ambos amamos a Claudia, ambos seríamos capaces de luchar frente a una mirada de desafío, ambos llevamos el corazón descubierto bajo la lluvia indiferente que no cesa. Por que llueve y llueve, a cántaros.
Nos salva que bajo lo cotidiano fluye un río de sentimiento y poesía. Tendría que inventar a alguien como el tigre si él no estuviera ahí. Sería imposible, no tengo tanta imaginación. No quiero que se vaya y por eso cada día le dedico entusiasmo y dedicación, le invento palabras. Gracias. A veces escribo raro para que también me entienda y sé que me entiende aunque no me entienda. Pero lo que aportamos entre todos, entre los dos, suple que no sepamos por qué calles camina el otro, por qué vericuetos circulan nuestros pensamientos. Suple que no imaginemos del todo cómo somos, cómo nos movemos, cómo nos reímos. Él en la jungla, yo...no sé donde.

Le dije al tigre que empuje el picaporte y entre, que no tema, que escuche estos cuentos alrededor de la hoguera. Espantapájaros sentados a la sombra de una iglesia. Hoy es un día de regalo, quizás un desconocido en una esquina, en un semáforo, me regale un susurro al oído - Dame la mano, necesito tu magia blanca, tus misterios -. Y escape con horror. - No le conozco, déjeme. - Hablo de tantas cosas que a veces me repito. Describo peripecias en las inundaciones de la vida y los sueños. No me gusta presumir pero he naufragado, goloso, en muchos cuerpos de almíbar. Me he perdido en espaldas como desiertos. Me he encontrado en medio de mi soledad. Me gustaban las mariposas de la risa de aquella pelirroja, pero no su padre. Un 29 de un febrero cualquiera me olvidé de María en un parque y luego tuve que buscarla en todas las oficinas de objetos perdidos; no estaba, por fortuna alguien se la llevó. Un día quise comprar medio kilo de futuro y no vendían. Otro día, en un extremo de una isla, bajo un árbol, encontré una utopía. Una noche, tuve unas manos amadas entre mis manos y poco a poco se fueron quedando frías, la puta muerte hizo su trabajo. Amé a una cordobesa en noches de te quiero y azahar como un licor azulado. En Madrid busqué la vuelta al amor eterno pero fue imposible y me marché de madrugada envuelto en humo de marihuana. En el Soho, Rose se abrazaba a mí, asustada, en cines llenos de hombres vestidos con gabardina y soledad. Pájaros tristes. Gente sin hogar. Nubes veloces. El viento gris me seca el corazón, el egoísmo, la injusticia, la intolerancia, el frío me deja encogido pero poco porque me voy a correr por las calles de mi Bilbao amado después de cerrar la hoja de hoy. Salgo y se me acaba de romper una vena en alguna parte de alma. Otro día contaré otro cuento. Suenan sirenas, me voy al refugio. ¿Me lo imaginé o lo he soñado? Me ha parecido ver sonreír al tigre.



Aquí :Gil Scott Heron : The Revolution Will Not Be Televised

miércoles, 25 de abril de 2007

Naufragios.

Entonces, -ioh!- pobre alma querida, ¡la eternidad no estaría perdida para nosotros! (Rimbaud)

Me dedico a provocar naufragios. Es una rentable profesión. En las noches de invierno enciendo hogueras en los acantilados del norte y espero agazapado en la escollera con el bichero entre los brazos. Siempre algún capitán incauto encalla su nave entre las rocas. Con aguas tan frías no hay supervivientes. El botín es jugoso: madera, campanas de bronce, negros chaquetones de contramaestre, arcones con botellas de brandy. El viejo Paul no está de acuerdo pero mis golpes le persuaden.

Me dedico a provocar naufragios. Es un modo de vida como otro cualquiera, más cansado quizás. Durante el día duermo y al atardecer como pan y tocino, bebo vino. Cuando no hay luna apilo ramas y troncos secos en la punta del Perro Negro. Al subir la marea el fuego parece arder en mitad del mar, los vigías creen haber llegado a tierra y vocean la cercanía de un puerto. Los afilados bajíos hacen el resto, desgarrando los desprevenidos cascos de madera. Luego hay que ignorar los gritos, remar rápido, sortear las agujas y atrapar todo aquello que sea útil, que pueda venderse, cargar la barca cuantas veces haga falta. El viejo Paul me ayuda, no tiene otra forma de alimentarse.

Me dedico a provocar naufragios. Incluso hoy que llueven pájaros helados, las ballenas mueren en la playa y la mar hierve de espíritus. Una densa niebla me ha dejado perdido entre las olas. Sé de dónde he zarpado, no sé dónde arribaré. El viejo Paul ríe a popa.




Aquí: J.S.Bach.

martes, 24 de abril de 2007

Soirées privées (y 2)

...y Dulcinea será cada día más hermosa. (Gamoneda)

Madrugada de calles desiertas. Recuerdo cuando antes yo volvía a estas horas. Carmen dormía pero siempre se despertaba para preguntarme si lo había pasado bien. Nunca dudó de que mi tardanza se debía a compromisos con mis clientes, que era una parte de mi trabajo. Y si no lo creía jamás me expresó otra cosa. No le he contado mis aventuras ocasionales. Las tuve, no hace tanto, pero me parece que fue en otra vida, hace mucho. Aún veo a Ana, a veces nos acostamos pero ya no existe entre nosotros aquella pasión. Ana no es un juego, tampoco es amor, entre Ana y yo existe el compañerismo de la cama, la costumbre de amarnos a media tarde, a veces, cada vez con más tiempo de distancia. Tengo que llamar a Ana.

Me duele el pecho, no será nada pero siento ahogos, me preocupa, quizás deba a ir al médico. Carmen me acompañará, dice que soy mal enfermo Me molesta que siempre venga conmigo, me trata como a su hijo.

Sé que si la llamo al móvil se enfadará, pero estoy me poniendo nervioso. Espero que no haya tenido un accidente. Quizás esté con Arturo, el hombre de las corbatas bonitas, así le llama ella. No me cae bien Arturo. Me disgusta la familiaridad con que trata a Carmen. La próxima vez que le vea se lo diré. No me importa su energía. A un tipo así, si esto me ocurre hace dos años, le parto la cara así, sin hablar más. Carmen me dice que soy violento y celoso. No lo soy pero me molestan estos ejecutivos espabilados, tan irrespetuosos.

Ya, la llamo. No contesta. Tiene el móvil apagado ¿Y si no vuelve? No debí despedirme con la cara enfadada. No me gustaba la falda roja, tan corta. Le sienta bien pero...nada, le sienta bien pero no me agrada que le miren las piernas. Son las cuatro, me asomo a la ventana y si no veo su coche llamo a la policía. No ¿cómo voy a llamar a la policía? Carmen, ven, ven, ven. Seguro que no vuelve, se ha aburrido de mi, de que siempre quiera controlarla, saber donde está, qué hace.

Vale, me estoy obsesionando, debo tranquilizarme, relajarme, pensar en otra cosa. Ángeles, fue mala idea acostarme con ella. “Quiero que me folles- dijo- déjate de amor. Cállate ya ¿no lo entiendes? Amor es amor, sexo es sexo”. Y me escandalizó con su cuerpo de espuma, con su dedicación insolente, con sus peticiones sin recato. No me acostumbro a ser un instrumento. ¿quién me mandaba buscarme esos líos? Además ni siquiera me gustaba Ángeles.

Desde mañana seré más atento con Carmen, debo escucharla con atención, creo que me estoy perdiendo algo, en alguna parte no entiendo lo que me está pidiendo. Espero que no sea demasiado tarde. Sigue con el móvil desconectado. Intentaré dormir.


Sonriente, me toca levemente el hombro, susurra dulzuras en mi oído, me llama con diminutivos cariñosos, dice que vaya a la cama, que mañana me dolerá todo el cuerpo, me pregunta por mi cena, qué tal lo he pasado, si me he divertido, me ayuda a levantarme, me acompaña por el pasillo, me quita la bata, me arropa con las mantas, sigo medio dormido pero aún la veo mientras se desmaquilla, sigue contenta, está tan feliz que se lanza besos al espejo. Mañana le preguntaré donde ha estado. Qué sueño.




Aquí:Hilary Hahn

lunes, 23 de abril de 2007

Soirées privées (1)

Esta hora no es tiempo; sólo existe el pasado
y algunos rostros invisibles.

(Gamoneda)

Cuando después de una cena de trabajo Julia elogió mis ojos, comprendí que me había hecho viejo, demasiado mayor para aventuras románticas. Tienes una mirada muy limpia -me dijo-. Y supe que debía cambiar de conversación, evitar el tono confidencial o acabaría haciendo el ridículo. Me acerqué a un grupo que hablaba de fútbol y procuré olvidarme de idilios absurdos, imposibles además como acababa de comprobar.


Regresé a casa caminando para despejar mi cabeza alterada por el licor de manzana. Estaba contento, hablaba solo, sonreía. Miré mi reflejo en los escaparates de la Gran Vía, me estaba cargando de hombros, encorvando, realmente ya no soy un hombre joven. Siempre he presumido de estar fuerte. Tantos años practicando deporte me han permitido conservarme en una buena forma física. Pero desde el verano no he vuelto a correr y ya no voy a la piscina, lo noté mientras subía las escaleras.

Al cerrar la puerta recordé que Carmen también había ido de cena. Con sus amigas, me dijo. Me puse el pijama y me senté a leer cerca de la ventana. Estaba desvelado, no llegué a dos páginas, no podía concentrarme ¿dónde estaría esta mujer?.

Carmen es catorce años más joven que yo. Esto no ha sido nunca un problema entre nosotros pero, últimamente, nuestras relaciones se han enfriado. Me refiero al sexo. Es curioso, ahora que nuestro hijo ya no vive con nosotros podríamos tener más intimidad, pero no. Además creo que soy yo el que pongo excusas, ella jamás lo ha rehusado, al contrario.

Desde que cambió de empresa Carmen viaja, no demasiados días al mes, pero si los suficientes como para que me sienta abandonado. Antes me dedicaba otra atención y temo que esté más entretenida trabajando que en mi compañía.

Es cierto que cada día me apetece menos salir de casa, me aburren nuestras amistades. En general nos reunimos con las amigas de ella y sus parejas, no logro conectar, demasiado jóvenes para mi, los encuentro con poca experiencia, han vivido poco. Prefiero quedarme en mi despacho escribiendo, leyendo o escuchando música. Los domingos por la mañana me gusta ir a pasear por el monte; Carmen nunca me acompaña, antes lo hacía.

Y no acaba de llegar. No me dijo en que restaurante iban a cenar. Son ya las tres ¿dónde estará? Espero que no le haya pasado nada.

Debo reconocer que el miedo ha entrado a mi vida. Me preocupan situaciones que antes asumía de forma más natural, más llevadera. Quisiera comentar esto con algún amigo pero temo que no me comprendan. Además debo mantener mi imagen autosuficiente, mi fama de...¿cuál es mi fama?. Me siento frustrado pensando que he mantenido una fachada, que he perdido disfrutarme tal como soy por disfrazarme de otro, banal, gracioso, hueco, trivial.


¿Estará con otro hombre? No, no lo creo. Carmen es una mujer decidida, si estuviera enamorada de otro se iría con él, sin dudarlo. Y no creo que ceda al capricho de una noche. Entonces ¿con quién está ahora?

(Termina mañana)




Aquí: Fred Astaire.

domingo, 22 de abril de 2007

La invención del romance.

Aburrimiento. Por eso. La inventé. Día a día. Dejándolo en escritos. Sencillos al principio. Rebuscados después, intensos, retorcidos. El amor. Ella. Mi dolor. La ausencia. Me lo creí. Veía su rostro. Tocaba su piel. Llenaba mis noches. La mujer inalcanzable. Me acostumbré a sufrir. No fue algo previsto, no. La llené de virtudes. Me perseguía su mirada cuando caminaba entre las calles de mi Bilbao oscuro. Su voz también inventada. Una presunta ternura. Mi necesidad de creer en alguien. La soledad, quizás. Hambre de verdades. Por eso creé una mentira. Le contaba mis cuitas, los problemas, hacía planes, le enviaba mensajes. No existe y lo sé, pero existe. Escribo y escribo, sobre nadie. Absurdo, cruel, doloroso, patético. No sé cómo he llegado tan lejos. No sé regresar. Quiero ser como antes. Tanteo en la oscuridad. Perdido. Necesito volver.


El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se apartan de él.( Discurso del Método René Descartes)



Aquí, Juan Gabriel.

sábado, 21 de abril de 2007

On/Off.


Un año ha, que nos vimos.
Un año ya, que no vivo.
Y no pasa nada.

Mi niño en la cuna.
Mi marido en la cama.
Yo en las nubes.

Tu ausencia se me clava
Entre el esternón
Y el alma.

Un año estéril.
Un año vacío.
Porque no pasa nada.

Y te odio.
Y te amo.
Y tú, tú, tú.



viernes, 20 de abril de 2007

Mujer de día


Mujer de día, de noche tu ronca voz me surca, divide el mar de mi mente.
Moisés femenino ¿frente a qué Egipto crece el aroma de tu piel.?

Ritual del abandono, abrazado a tus caderas lamo el concéntrico ombligo,
en tu cuerpo me ahogo, nadándote los labios boqueo en la húmeda verdad.

En barcos de ausencia moriré enterrado en tu playa del pubis, dulce arenal,
se asfixia mi nariz, sumergida, revuelta en la resaca de tus pechos breves

Mujer de día, de noche sálvame de este naufragio, rodeado de albatros
zozobro en distancias. Santa Señora del amor submarino, sálvame. Amén.



Aquí, James Brown & Pavarotti

jueves, 19 de abril de 2007

Caos.


“La diferencia entre un sistema caótico y un sistema aleatorio reside en que la aleatoriedad no tiene estructura – es el equivalente matemático del ruido blanco – mientras que el caos tiene estructura, si bien muy complicada y sutil.” (Richard Mankiewicz.)

Mientras le escribe desde la cárcel sin rejas del sábado, mira por la ventana a su ciudad inclinada por el viento - ¿son femeninas las ciudades? – y trata de orillar la nostalgia que se le represa justo en la garganta. Un ejercito de nombres pretéritos se atropella y lanza ecos en el tejado silencioso de esperar su carta - ¿me escribirá hoy?-. La soledad se refleja en el estanque de la tarde donde un caimán de ausencia le persigue, le muerde, le devora y entre las fauces, su mano aún hace señales – llámame, amor-.

Está desasosegado, lo sabe y canta baladas para concentrarse, inventa pasos de baile, deja los brazos como un mimo impertérrito, inútil, el teléfono sigue mudo, el buzón está vacío y la gente no deja de llenar las calles, los bosques y él ahí, ignorando que una Virgen se ha aparecido a una pastora en Évora, Portugal, -¿te lo cuento, mi bien? - . La arena de este desierto, tanta, le llega hasta los hombros y el eco de su carcajada ha caducado ya, como un almanaque del año pasado, como el amor de ella cuando aún le quería, o le soportaba, o compartía aquella cama con sábanas amarillas y suspiros, cuando las tardes de los sábados como este eran un confín de luz - ¡eh, estoy aquí!-.

Y recita para sí con voz apagada.

Brisa de colibríes, el amor como un óxido
cubriendo la cansada osamenta de la espera,
la inocente guardia en las esquinas
para verte pasar y nunca pasas.

Silencio metálico de campanas mudas,
nadie escucha caer las hojas de los días,
vida vacía, atroz espera sin alas.
Me duele todo, menos tú, menos pensarte.

Esta soledad que arrasa el rescoldo de la risa,
lloro en mi sima ensimismada, guitarra muerta,
hambre de no dormir ya entre tus labios,
inventando amaneceres a tu lado.

El espejo me devuelve un torpe viejo de ojos húmedos.


Un cansancio bruto, límite estúpido, una vena rota, tal vez nada, de su cabeza o ¿de dónde?, surge el relámpago de la locura, la violencia atropellando el último resquicio del sentimiento – si no es mía, no será de nadie- esconde el cuchillo entre las ropas y sale con la venganza hasta en las muelas, con el rencor en los ojos, con la furia insensata incrustada en las uñas y aquí no hay quien impida el desatino sin anuncio y la crónica dice que durante el año 2006, en España, 70 mujeres perdieron la vida a manos de sus cónyuges, compañeros o ex parejas.


(Aunque la estadística no lo refleja, la dignidad de miles de mujeres muere cada día cuando sufren malos tratos).


miércoles, 18 de abril de 2007

Aquí.


Según la prensa (¿?), a día de hoy existen en el mundo más de 70 millones de blogs.
Se crean alrededor de 120.000 bitácoras al día, exactamente1,4 por segundo.
Se publican 1,5 millones de entradas al día, unas 17 por segundo.
En idiomas, el japonés ocupa el 37% de la actividad, el inglés el 36%, ignoro cuanto ocupa el español (la noticia dice que España contribuye con un 3% del total de páginas).
En la última lista de los 100 medios más influyentes, 22 eran blogs.

Por si no fuera poco –o mucho- estoy preparando otra página – Aquí- con joyas que encuentro en You Tube. Fragmentos de películas, música, actuaciones curiosas, o raras, entrañables, de hoy, antiguas, instantes que tienen algo que ver con la educación emocional, incremento (o disminución) de la sensibilidad, magia de la imagen, de la voz, de la nostalgia, de lo que no se ha conocido, de lo repetido, de lo perdido, de lo que hay, de lo que viene.
Pretendo que no tenga (mis) palabras, que hable por sí sólo.
De momento la he dividido en varias etiquetas o clasificaciones, pero puedo cambiarlas, ampliarlas, suprimirlas, darlas la vuelta o inventarme otras nuevas.
Al igual que este blog glup tiene un fin absolutamente terapéutico, dosificado, está concebido bajo prescripción médica. Me ayuda a liberar tensiones, emociones, a compartirlas, aprendo, me divierto, me siento mejor (y me ha bajado la fiebre).

Lo anuncio -Aquí- y pido vuestra colaboración.
Si conocéis alguna dirección de You Tube que según vuestro criterio tenga cabida, os agradecería que me la enviéis. (Prometo incluir el nombre del donante).
Por supuesto nuestros criterios pueden no coincidir y entonces discutiremos y nos echaremos los trastos a la cabeza y tú que te crees y tú más y esto no lo cuelgo que es muy malo y si lo sé no te mando nada y reconciliaciones y al final somos todos muy parecidos. Nos morimos.
Un abrazo.
Os espero.
Ahí.
(o sea Aquí)






martes, 17 de abril de 2007

Cuento del joven poeta.

En aquellos tiempos en los que el mundo se volvió pequeño, cuando de Nueva York a Buenos Aires solo había un clic, el joven poeta recibía en el salón de su casa a personas de todos los países. Este salón estaba lleno de puertas y conversaciones sobre literatura, pájaros multicolores, microscopios mirando al corazón, sobre la vida en un espacio plano. Tan pronto entraba T y casi sin haber salido entraba I, en un sofá descansaba J, L se cepillaba los zapatos en el felpudo de la entrada, M y C discutían al fondo. Por aquella habitación siempre pasaban interesantes visitas.


El joven poeta se había construido un techo con plumas, hilos, caracolas, sonidos, luces, dientes de dromedario y hojas de palmera. Las paredes estaban llenas de música y espejos, de cuadros imposibles y de agujeros. También había biombos, cortinas, entradas simuladas, columnas que sostenían otro cielo, mentiras y verdades enrolladas sobre la alfombra, jarras con flores carnívoras, armarios que ocultaban secretos numerados, alacenas atiborradas de citas imposibles, una colección de máscaras venecianas, candelabros de siete brazos, velas siempre encendidas, imágenes de santos que no fueron, animales disecados, seres inexistentes, miedo en frascos transparentes, amor a granel, en baldes, un muestrario de disfraces, dos clavos sosteniendo una frazada de prepotencia, un sombrero de copa y botellas amistosas.
En aquella casa había otras habitaciones, pero en ellas el joven poeta ya no lo era y cambiaba su cara, sus costumbres, su forma de mirar, hasta la voz, los ecos, los recuerdos, el mundo era allí más aburrido, más gris, sin saltamontes verdes ni estampidas de elefantes.

Y el tiempo pasaba.

Un día, el poeta salió del salón y en el pasillo se tropezó con un anciano que le miraba desde el fondo de unos cansados ojos. Asustado, se metió en la cama y bajo las sábanas pensó en sus amigos desconocidos, en sus amantes figuradas, en los países que nunca había visitado, en los planetas de su cabeza. Al fin se durmió. Al despertar, sintió un dolor sordo en los brazos, en las piernas, en el cuello. También advirtió que una mujer yacía a su lado.

“¿Qué tal has descansado?”, le pregunta esa mujer con amorosa paciencia. Y sigue hablándole mientras se afeita, se ducha, desayuna, se coloca el nudo de la corbata, sale de su casa. Ella camina a su lado mientras entra en bancos, visita a señores serios, estrecha manos, consulta cifras, sube y baja en ascensores con espejos –no se reconoce en ellos- , va y viene por calles con jardineros que riegan los parterres. Esa mujer no le deja ni cuando sube al coche, le avisa de los semáforos, guardias municipales, señales de tráfico, baches y niños jugando a la pelota. También le acompaña cuando toma café, cuando come, canta, compra lotería, piensa, está dentro de su cabeza, sentada en un sillón de terciopelo rojo.

Pero esa tarde, no una cualquiera, no, aquella tarde, se sube el telón, traspasa una puerta y entra en otra mujer, la recorre, visita, se admira, se prenda, se queda ahí y va de la tierra a la luna, se vuelve escarabajo, sube a un flaco caballo, se pone sombreros, salta dentro de un círculo de faroles, queda crucificado, se pasma, ríe, llora, da volatines en el escenario, la ama, profundamente la ama, es fuerte y gana medallas de oro en Grecia, es débil y se reboza en sábanas, vuela, sufre, nada en piscinas de lava, se clava cuchillos en los muslos, imita a los ciervos de Doñana en septiembre, se vuelve azul, chino, verde, sube en globo, trabaja en minas llenas de grisú, muere, renace, muere, es su propio padre, es su hijo, es toda su familia en el cuadro de la pared, sale por otra puerta, como en un sainete, y todo vuelve a empezar sin haberse terminado.

Ha caído la noche, el joven poeta le mira desde el ojo de la cerradura, él está dentro y fuera, ensimismado en su silencio, solo habla en aquel salón odiado, en aquel cubículo en el que se transfigura y comprende que después de los años de incomunicación a ella, a ella, a ella -¿está claro?- le picó un murciélago de hartazgo, que su sonrisa constante es apenas un reflejo muscular, que por las tardes ella, ella, ella pasea por el parque con un hombre que rodea sus hombros con el brazo, que le hace reír, que le dice cosas al oído, que le besa por las esquinas y desde el cristal de la pecera comprende que después de los tiburones ella también sea otra y otra y otra, mientras el perro aquel que te dije duerme bajo el tejadillo del jardín y ya no muerde las pantorrillas de los que me visitan. A algunos, sí.

A cosas así me refería: escribiré sobre lo que aún no veo.

Pero está aquí, lo sé, o ahí.
Estoy buscándolo.



lunes, 16 de abril de 2007

Lacan

Escucho a Lacan y entiendo y no entiendo.

Todo era mas sencillo cuando la vida seguía paso a paso y las mañanas estaban llenas de temblores.
También era mas aburrido.
Y lo que es, es.
A veces parecemos autistas.
Nos decimos cosas que el otro no responde.
El otro, no confundir con el Otro.


“Lo que interviene en la relación de amor, lo que se pide como signo de amor, es siempre algo que sólo vale como signo y como ninguna otra cosa. O, por ir todavía más lejos, no hay mayor don posible, mayor signo de amor, que el don de lo que no se tiene.”(Lacan)


domingo, 15 de abril de 2007

Viaje.

Días de oscuridad
y de mentira
en el viento
que azota las alas
de la memoria.

(Ana María Navales)


Entre sesión y sesión paseas frente al número cinco de la calle de Lille, pensando, tirando del ovillo interior. A veces se enreda, se llena de nudos. A veces corre por el pasillo, libre. Le das vueltas y vueltas sobre la mano izquierda y con orgullo enseñas a E. esa esfera de lana apretada. Vuelves, te sientas frente a la urdimbre y continúas tejiendo. Mi recuerdo se ha ido diluyendo en tu cabeza. Apenas puedes concretar mi rostro, se pierde, se evapora sobre las largas alamedas parisinas, después asciende trazo a trazo sobre los parques. Y sin embargo, estoy ahí, en un hueco de tu cabeza, encogido, en cuclillas, mirándote. Como en el cuadro de Magritte, un pañuelo gris cubre nuestras cabezas que apenas se rozan. Parece que estuviéramos entre la niebla, irreales. Queremos tocarnos pero esa leve tejido que nos roza el rostro nos desorienta, abrazamos el aire. Buscamos un cuarto de hotel donde estar tranquilos. Hace frío. La habitación es sombría, húmeda. El pañuelo gris sigue cubriéndonos. Juntamos las mejillas detrás de la tela. Con los dedos tanteamos nuestras frentes. Apenas comprendemos que nos ocurre. Nos tendemos sobre la cama, sin hablar, sin mirarnos, vestidos, tímidos, apocados. Si alguien nos viera desde el techo pensaría que somos dos náufragos en el centro de la ciudad. Juntamos las manos aún sin mirarnos. Tú dices -hola, ¿quién eres?-. Y no reconozco tu voz. Contesto -no lo sé, pero quiero amarte-. Nos miramos, incorporándonos, esbozamos un abrazo, temerosos. No sé si estamos viviendo este momento o es un capítulo del libro que leí anoche, tú y yo somos tan literarios, vivimos dentro de una historia cinematográfica. Nos quitamos la ropa y nos metemos bajo las sábanas. Delicadamente nos despojamos del pañuelo sobre nuestras cabezas. No tenemos rostro. No nos conocemos. Estamos desnudos, abrazados. Nos decimos palabras sencillas, dulces frases de enamorados. Nos besamos. Sin prisas nos recorremos, brazos y piernas, nos acoplamos, tu espalda en mi pecho. Ya no tenemos frío. Hemos apagado la luz. Bajas la voz y al oído me susurras que te espere. Escucho detrás de la puerta, un hilo líquido sobre la porcelana. Vuelves y continuamos besándonos, intercambiando confidencias. Meto la cabeza entre tus pechos breves y te siento el corazón, rápido, agitado. Fuera ha caído la tarde. Poco a poco nos quedamos dormidos, enlazados, abandonados. Me despierto, muevo el brazo sobre la almohada, buscándote. No estás. Y vestirme, recorrer los pasillos solitarios y oscuros del hotel, salir a las calles silenciosas, desiertas. No sé dónde estoy, no conozco esta ciudad, no sé con quién he estado. Me confundo en la noche.



sábado, 14 de abril de 2007

Las mujeres que amo.


Es tiempo de suspiros.
Las mujeres que amo están llenando las consultas médicas. Les afecta la primavera, o el otoño, o el pulso de la vida.
No logro entenderlas, pero sufro con su sufrimiento.
Y sale el sol. Para todos.

Es tiempo de vivir.
Las mujeres que amo están mirándose dentro y fuera, están mirando su mundo con preocupación.
Y no sé como saltar detrás de esa pared de sensibilidad, nervios, emociones, fluidos químicos y temblores que sacuden sus horas.
Y sale la luna. Para ellas.

Es tiempo de misterios o de respuestas.
Las mujeres que amo ven otros paisajes detrás de los que yo veo.
Y las envidio. Ellas llegan a otra dimensión que no percibo. Suerte y desgracia la mía, ser tan simple.
Tantas nubes no me dejan ver si es de día o de noche. Puede que sea un eclipse.

Es tiempo de esperanza.
Las mujeres que amo esperan esas palabras que todavía se están formando, esa caricia que apenas está esbozada, esa ternura que inventaremos. Hablan animadamente con los viejos fantasmas, como si en realidad estuviesen aquí, entre nosotros.
Quizás están, quizás sea esa la causa de todos los dolores de las mujeres que amo.

Las mujeres que amo requieren consulta médica porque les duele el alma o el corazón, porque tosen o tienen una vaga punzada en los riñones, porque una angustia les retuerce el pecho y no pueden dormir, o vivir, o soñar.

A las mujeres que amo les doy amor, tiempo, palabras, dedicación. Tienen diferentes edades o no tienen. Están unidas a mí por variados parentescos, o afinidades, o caminos paralelos, o simpatía, o viven al lado, o lejos, o soledad. Están llenas de patios soleados, de faroles permanentemente encendidos en la noche, de mesas con manteles de flores, de desayunos con café y galletas, de aromas, de miradas que hablan, de silencios que gritan, de distancias y cercanías, de tanta emoción sin etiquetas, de plantas que crecen y estallan en frutos de colores, de vida circulando por debajo de la vida.

En cambio, los hombres que amo sólo tienen esa mano y la mirada, el manual que explica todo y caminar al lado y en silencio. Los hombres que amo sufren y nadie lo advierte; gozan y alborotan el barrio con gritos y risas; mueren y cambian mi mirada para siempre.

Las mujeres y los hombres que amo son mi vida y yo con ellos, transitando los días y las noches hasta que se quede aquí la primavera.
Para siempre.


viernes, 13 de abril de 2007

Alcancía.


1€.- Escribir hoy en curva, no curvado, dibujar cada letra para decir bajo la parra que ayer llovió tanto, aquí, sin embargo ahí luce el sol. Detrás de una máscara de arroz una niña china juega entre el bambú. Mundo diverso. Jasón Bitner encontró sobre un montón de basura en una calle de Nueva York el diario desechado de una joven, algo así como un pornográfico relato de amor y sexo, ilustrado además por la anónima autora. El bueno de Jasón lo mete en un cajón junto a fotos polaroid lascivas, cartas explícitas y dibujos obscenos. Cuando tiene 125 hojas, ni una más ni una menos, publica Dirty Found Number one y se hincha a ganar dólares. Podéis comprarlo aquí. O allí.

Tal vez por eso, para no sentirnos culpables,
escribimos más versos, como quién marca
teléfonos móviles que siguen sonando en vuestras tumbas.

2€.- Las calles están llenas de ojos, ojos que miran, ojos que no miran, caminamos entre ojos. Sobre los canales de Venecia vuelan pájaros de cristal y plumas metálicas, golondrinas mecánicas, gorriones que desafían a los turistas nórdicos, gaviotas de madera que ríen sobre los cadáveres de las góndolas.
Fue doloroso descubrir que él era una terapia, no un amante.
También cuando llegó a la conclusión de que lo que ella buscaba era un orgasmo, no un hombre a quién amar.
Hay siglos que no está uno para nada.

He interrogado a la memoria y al camino
y al cielo turbio que coagulaba dudas

3€.- En otro orden de cosas, no quiero ser cómitre de blogs, no, no me lo plantearé mas veces, me quedo en una ebriedad de voces. Comento, leo, voy y si no comento a los que me comentan es por no convertirme en hierofante de misterios que están ahí, entre nosotros, recónditos, en lo oscuro, escondidos y sagrados, donde deben estar. La verdad es que, sobre todo, no comento por falta de tiempo. Pero tú encuéntralo para leer “Desgracia” de Coetzee y luego hablamos o seguimos callados, esto es libre, es de lo poco que hay libre, todavía. Esta muralla de aire nos separa pero lee, leo, quizás algún día se caiga.

Una breve respuesta bastaría
para narcotizar la angustia
o el sopor de ser
gota a gota un espectro.

4€.- Una última confesión: soy una adicta a una voz -la de él- en el contestador del teléfono -aunque ahora habla su enfermera-. No sé que pensaría mi marido si lo supiera. De mi marido no sé casi nada excepto que no es poeta. No, no lo es, tiene otras muchas virtudes, claro, pero no es poeta. Por eso no me entiende lo que escribo, ni las películas que veo, ni los libros que leo, ni la música que escucho, ni sabe mirar los paisajes detrás y dentro de los paisajes. Pero me quiere, lo sé -bueno...creo-. Sometimes I Feel Like A Woman.

5€.- En Argelia, Al Qaeda siembra el terror en varios atentados con coches bomba.



6€.- El tiempo pasa (Booker T and the MG´s). No se bien que relación hay entre estos puntos. Lo buscaré. La solución, mañana.


Alcancía: Vasija, comúnmente de barro, cerrada, con solo una hendidura estrecha hacia la parte superior, por donde se echan monedas que no se pueden sacar sino rompiendo la vasija.


fragmentos de poemas de Amalia Iglesias.



(Recién terminado este post leo a Jass Jass y no puedo resistirme a incluirlo aquí)


jueves, 12 de abril de 2007

Primer verano sin Marta.

Detrás de los objetos
que yo nombro
están los otros nombres.

Ángeles Lasanta




Dejémonos de rodeos, siempre he escrito para acostarme con las mujeres que deseaba. Debo añadir que he escrito mucho, mal, pero mucho.
Así me relacioné con Laura. Comencé a cortejarla con cuentos cortos, con besos largos. Cada mañana le enviaba un poema azul, una rosa roja, un suspiro.
De esto hace diez años, de nuestro matrimonio, nueve; de nuestra hija Marta, dos.

Ya no escribo pero hoy, en este tiempo de siesta insomne, los recuerdos se enroscan como una enorme serpiente dormida bajo la parra y siento el peso de mis cuarenta años creciendo entre ortigas.
No sé que demonios hago aquí, sólo, a setecientos kilómetros de Laura, en este hotel lleno de ruidosas familias de manteca y vinagre, con gritos sin censura de niños asilvestrados corriendo por los pasillos. Todavía no comprendo esa inesperada guardia nocturna en el hospital. ¿No había otra enfermera para los dichosos turnos?.

.- Vete tu, cielo. Tenemos el hotel pagado. El día ocho estoy ahí con la niña, sin falta.-

Así llevo siete días solitarios, paseando por la playa con un viento de levante que me muerde la piel enrojecida. Miro y remiro a mujeres dentro de minúsculos y tentadores bikinis, de inmensos trajes de baño, como catedrales, rebosando carne y gritos entre las olas. Cuando el mar se retira me embriago con los olores de la bajamar, con la espuma que peina la arena con diademas de algas de colores. Vuelvo a mi cuarto entre aromas de retama y malvavisco y a cada paso tropiezo con el escollo de los celos. Me tumbo sobre la cama sin nadie que me extienda el after sun por los muslos.

En el duermevela pienso en la blanca espalda de Laura recorrida por la lengua del estúpido Juan Gómez, ese blando pediatra que no sabe dar la mano como un hombre. Es posible que esta Madame Bovary que estoy leyendo tenga la culpa de estas dudas, aunque quizás Felipe Echevarría esté perdido entre las piernas de Laura. Celos idiotas. La llamo por teléfono, no está, qué raro, cincuenta teorías me llueven y cincuenta médicos internos tocan y retocan a mi esposa, desgarran su uniforme de enfermera, besan sus labios temblorosos de deseo - le gusta-, acarician su piel que es solo para mi- le vuelve loca-, puede ser que en mi propia cama. Esto es nuevo, jamás sospeché hasta ahora, aunque siempre me ha molestado ese compañerismo, esa familiaridad en el trato. Vuelvo a telefonear, no está. Bajo a mi coche y me pierdo en carreteras atestadas de veraneantes sonrosados. Cada kilómetro me imagino un posible amante. Llego al amanecer. Subo las escaleras, jadeante, abro la puerta con cuidado, ella duerme, sola, ay, bella, beso su frente con ternura, con delicadeza. Salgo con sigilo. Regreso al hotel de la costa. Setecientas dudas, a cada kilómetro un pálido amante sale por la ventanilla y se difumina sobre el asfalto. Que tontería esto de los celos, estoy agotado pero feliz. Llego, me duermo sobre la cama, sin desvestirme.

.- Dormilón, despierta. Día ocho. Aquí estoy, como te dije. Besa a tu hija. Venga, vamos a la playa.

Y el verano navega.
Mientras paseo por la orilla del mar con mi mujer y mi hija de la mano, el mar canta melodías de felicidad.
Cuando vuelva llamaré a Carmen.







miércoles, 11 de abril de 2007

Praga.


Vio muchas ciudades, /aprendió de la mente de muchos hombres,/ y muchas fueron las tribulaciones que padeció en el mar.


Llegamos, suena Don Giovanni -Mozart compuso esta “ópera de las óperas” especialmente para Praga; la estrenó en 1787 dirigiéndola personalmente en el Teatro del Estado - en esta habitación de hotel bañada por una luz de luna que la llena de una serena alegría que nos corre entre los músculos, la sangre y el cansancio del viaje.
La ciudad, desconocida aún, está agazapada, esperándonos hasta mañana.

Un punto rojo- you are here-.
Here es la Torre de la Pólvora y miramos admirados a derecha e izquierda, arriba y abajo. -. Caminamos hasta la plaza de la Ciudad Vieja. En la calle Celetná hay una exposición de Jan Saudek. Nos besamos bajo los arcos. El monumento a Jan Hus está cubierto por lonas azules. Decenas de curiosos esperan cada hora que la Muerte agite la campana en el Reloj Astronómico. Otros suben trabajosamente hasta la torre del Ayuntamiento –una boda, triste, ellos dos y un fotógrafo que da cumplida cuenta de inmortalizar el ritual de bajar a la novia en brazos por las escaleras de madera- desde donde se divisa toda la ciudad.

Seguimos, el Moldava se desliza perezoso entre los ojos del puente Karlo cubierto por la bruma. Caminamos entre la multitud. Nos besamos entre San Antonio de Padua y Santa Ludmila. Queríamos encontrar en Mala Straná la calle dedicada a Neruda (Jan), que nos confundió después de leer el poema de Neruda (Pablo) a los puentes. Y Kampa...



Aquí se interrumpe, deja de escribir, esta es toda su contribución a la literatura moderna. A pesar de los estudios de la Univerzita Karlova sobre estas breves – y sin embargo tan llenas- líneas, no se ha podido determinar con exactitud si el autor se manifestaba en un cuaderno de viaje, eran reflexiones a partir de una contrariedad o – y esta es la tesis más extendida- se trata del principio de una novela en las que intentaba mezclar ficción con su realidad, por otra parte tan irreal. Una lástima.


martes, 10 de abril de 2007

Primer balance.

Se miraban, sombríos,
pues la lluvia
anunciaba el retorno
de un tiempo cotidiano sembrado de relojes.
(
Manuel Rico).

Aunque lo tenía dormido hace tiempo, ahora, casi sin querer, llevo desde febrero en este rincón de Blogspot.
Para un escéptico como un servidor de ustedes es un paso importante.
No crean que creo en demasiadas cosas, pero me hace ilusión comunicarme desde esa esquina.
Compruebo que hay por ahí desconocidos que escriben muy bien.
Otros que escriben, a su aire, y que son buena gente.
Me sirve también para saber que hay Otros.
El siguiente paso será entender que hay ciertas normas.
Y dejar la mirada abierta y no demasiado crítica.
Aprender a morderme la lengua.
No, si al final esto será una terapia. (Quizás deje de tomar las pastillas de la mañana).
O un aprendizaje intensivo.
Espero no tener que matar a Glup.
Sean ustedes pacientes.
Gracias.


lunes, 9 de abril de 2007

Europa.

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.(

Franz Kafka)



Europa es un inmenso parque temático transitado por viajeros que bostezan en el mismo aeropuerto; pasan un miedo atroz en aviones que traquetean por espacios de nubes blancas, negras, nubes; guardan ordenadas colas frente a museos, iglesias, palacios, restaurantes, puentes, barcos, castillos, grandes almacenes, puntos de moda, todos aquellos iconos que han visto en las misma televisión; son timados por taxistas sin parche en el ojo; comen lo que nunca comen; van y vienen arrobados por las calles que pisaron Kafka, Lennon, Cortázar; comprenden que sin hablar inglés no comprenden nada; discuten precios abusivos por una botella de agua; compran recuerdos inútiles, Niños Jesús de Praga con casullas de varios colores, marionetas absurdas; odian o aman a sus compañeros de viaje; abominan del pesado dos filas más atrás en el autobús; maldicen la lluvia, el frío, el sol, el calor, el sueño, el cansancio, el retraso del guía, otra noche que no, lo diferente; un día vuelven y saben que nunca se han ido del todo.




miércoles, 4 de abril de 2007

Juicio Final.



Apenas faltaba una semana para el Juicio Final y los siete ángeles, insistentes y metódicos, trompeteaban sin cesar entre las nubes, avisándonos, alertándonos.
Las calles se llenaron de místicos barbados hablando sobre una espada aguda de dos filos, de alucinados con mantos raídos presumiendo entre candelabros de oro, de espontáneos predicadores de negras sotanas que exhortaban a los paseantes al arrepentimiento.
En las cimas de los montes cercanos, como siempre, los exaltados profetas rurales voceaban contra el trono de Satanás.
Noche y día, las puertas de las iglesias estaban abiertas de par en par. Los sorprendidos y nostálgicos párrocos apenas podían encauzar a tantos nuevos fieles atropellándose frente a los confesionarios, golpeándose el pecho con entusiasmo, con los ojos en blanco, tratando de aclarar sus conciencias oscuras.
También los alienistas hacían turnos para escuchar, meneando la cabeza, a pacientes sin paciencia, a pacíficos alterados, a niños viejos, a perversos polimorfos, a hombres y mujeres sin futuro, con pesados pasados.

Ante lo inminente de esta postrer circunstancia, decidí ordenar mis asuntos pendientes, una búsqueda estética, armonizar mis instintos, lo aún no satisfecho en amor y odio, a saber: acostarme con M y matar a FJ.
Y comencé a pensar en esa mujer que siempre me había rechazado, en imaginarla a mi merced, sumisa, dispuesta a satisfacerme, entregada y obediente, plegada a mi voz y a mis caricias, despeinada, un gesto lúbrico en su cara, sonidos incontrolados en su garganta, su cuerpo inclinado restregándose contra el mío, cobijándose en mí, llamándome, suplicándome que entrase en ella.
Después, sin transición, me veía frente al hombre aborrecible. Abría la puerta de su despacho y me acercaba musitando con rabia y ahora que, y ahora qué, mientras apartaba sillas y rodeaba la gran mesa. El pérfido se apoyaba contra la pared cubriéndose la cabeza con las manos, sin entender demasiado, sin poder llamar a nadie, secretarias ni ujieres. Y ahora qué, y ahora qué, mis brazos separados del cuerpo, amenazándole. Su miedo creciendo, su no entender todo aquello. Una bofetada en la cara, un revés, humillándole, mi puño con fuerza en su cabeza, en el pecho, en el cuello, y ahora qué, y ahora qué, y patadas, sus gritos cobardes, sobre la alfombra, golpes y golpes, sangre, los labios rotos, los dientes, sus lágrimas de pusilánime, y ahora qué, y ahora qué, golpearle sin cesar hasta matarle. Poco importaba, en poco tiempo resucitaría para rendir sus cuentas.

Así salí a las avenidas, incendios aquí y allá, humo negro, parejas abrazadas sobre el asfalto, ancianos mirando al cielo, junto a las farolas niños llorando, hombres con los brazos en cruz, mujeres arrodilladas, suicidas lanzándose desde lo alto de los rascacielos, cuervos posados en las rejas de los callejones, automóviles empotrados en los escaparates de tiendas desvalijadas, las alarmas de los bancos sonando. Y ahí arriba, delante de los tronos con los cuatro Vivientes llenos de ojos, los siete ángeles, impasibles, recostados en los nimbos, con sus trompetas, tocando y tocando a todas horas, aturdiéndonos.


Esquivando a mujeres con perfumes y cintas en el pelo, los brazos al viento de las últimas oportunidades, grité el nombre de M, inútil grito entre los gritos, absurdo sonido de nombre entre nombres. En el primer espejo me pregunté si valdría la pena invertir el escaso tiempo que restaba en esa búsqueda, en querer saciar mi cuerpo hambriento de hambre. Me perdí por las esquinas hasta que una música flotando en círculos, un aroma, me llevó, oh azar entre azares, frente a la casa donde antaño vivía M. Toqué el timbre, ¿estaría? Silencio, golpeé la puerta con los puños, ecos del pasado chirriaron con los goznes, frente a mí, M sonreía -has venido-. Deseo deshabitado. Un abrazo pero no. Retratos en la pared. Al reclinar sobre la cama su cuerpo tembloroso se me aparecieron, una al lado de otra, imaginarias camas, y en cada una de ellas las mujeres que amé, sus cuerpos quietos, desnudos, etéreos, casi transparentes. Equilibrio imposible, cerré los ojos y desaparecieron. Caricias huecas, sus manos sobre mi nuca ¿quién era ahora esta M? vi nuestro reflejo en el espejo del armario y apenas reconocí a aquel hombre impotente sobre ella ¿Yo también era tan mayor?¿qué habían sido de mis deseos? Besé su frente y me marché abrochándome los botones de la camisa, incapaz de amarla ya.

Entonces llegaron las plagas. Si ya era difícil transitar entre la confusión ciudadana, aquella lluvia de fuego, granizo y azufre lo hizo más complicado. El Apocalipsis lo anunciaba, sí, pero con aquel tremendo barullo no lo había recordado. Me arrimé a las paredes, caminé bajo las cornisas como un animal ciego y torpe, pesado. Naufragio colectivo. Desde un portal una mujer pelirroja me mostró sus generosos pechos. Copulé con ella de pie, sin delicadeza, susurrándole al oído obscenidades que no escuchó, perdida en sus gemidos, femenina como una golondrina, ansiosa, sus manos apoyadas en la pared, centrada en el vaivén de sus caderas. Me dijo adiós con la mano, esperando al siguiente amante. Satisfecha de momento mi necesidad de hembra, sentí que había llegado el momento: ahora debía matar a FJ con mis manos. Le buscaría en su oficina, estaba seguro que ni la caída de una estrella le hubiera apartado de su trabajo, los teléfonos sonando, sus asalariados temblando. Atravesé rápido el parque entre vagabundos como teas, palomas chamuscadas y árboles caídos. Nadie me impidió traspasar aquella recepción donde tantas veces rogué una entrevista, los despachos vacíos, los ordenadores apagados, silencio. Delante del brillante rótulo de director general vacilé un poco, es cierto, pero abrí la puerta con brusquedad, para animarme, para evitar la última duda. Y allí estaba, FJ, sobre la mesa, una máquina de escribir aplastándole la cabeza, el traje gris roto, un hilo rojo deslizándose entre los papeles, los brazos abiertos, le habían cortado el dedo índice de cada mano. Alguien había tenido el mismo impulso de venganza y se me había adelantado. Hice una bola con el último contrato rechazado, el que no me firmó, y con repugnancia se lo metí en su boca destrozada. Después abrí todos los grifos de los cuartos de baño, defequé sobre la alfombra y salí dando un portazo, contrariado. En el primer piso me crucé con un asustado Juan, el conserje; mi empujón le lanzó escaleras abajo, asqueroso chivato.

De lo alto caían escorpiones y langostas como ejércitos, aparecían señales en el cielo: una Mujer vestida del sol, el Dragón, la Bestia. Los ángeles soplaban cada vez más fuerte, enérgicos, desafinados. Apenas quedaba nadie para prestarles atención. Según los oráculos aún restaban dos días, quizás debía matar a M y enterrar a FJ, quizás sería conveniente buscar a aquel sacerdote benigno que en sus penitencias solo me obligaba a tres padrenuestros y dos avemarías, quizás mejor beber hasta olvidar el fracaso de mi último ajuste de cuentas.

De pronto se abrieron las nubes, callaron los trompeteros y un arcángel vestido con gran esplendor avisó con voz tronante que, de momento, se suspendía el Juicio Final, que lo sentían, que se había tratado de un error de Dios, que había alguna traducción falseada en el libro de Daniel, que no nos preocupásemos, que estaba todo asegurado, lo del milagro universal, que en pocos días todo sería como antes, que los ateos nos podíamos ir preparando, excusas, nadie nos podría quitar aquel tremendo susto.

Así que me fui a casa de M y todavía estamos en la cama enroscados como serpientes lujuriosas, amándonos sin cesar, buscando no solo el temblor sino otras puertas, abriéndolas, trémulos, sin saber a donde llevan, bajando donde el aire se estanca, donde huele a humedad y se apagan las velas, donde no habíamos estado y tengo en la nuca esa sensación de mis labios húmedos sobre su espalda y sus piernas, las manos oprimiendo sus caderas, mi ansiedad por besarle, por decirle, por bañarle los oídos con luces sucias que me arranco de muy dentro, que aún me sangran cuando las restriego por sus orejas de mujer que no conozco, que me bebe, que me oprime y me obliga, que me incita a llevarnos a lo oscuro, que me sube la cuerda, que me la enrosca por la garganta, que tira de ella sonriendo, su mirada turbia, justo antes de encender la luz y regresar al reloj, a las citas, a lo que es.

Cada día me cuesta más encontrar fantasías que exciten a S.







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