miércoles, 28 de febrero de 2007

Diáfano.


Hablo, tanto,
de la palabra nace
una luz imprevista
que descubre
lo que no digo,
quién soy.

No eludo culpas
-da igual de qué-,
cobijado en la voz,
esquivo mi yo.

Hablo, sin cesar,
temo encontrar
en el silencio,
un recuerdo,
sumergido, aún,
ahí, dónde duele.


martes, 27 de febrero de 2007

¿Edad?


El puro presente no es sino el fugitivo progreso del pasado royendo el futuro. A decir verdad, toda percepción ya es memoria. (Henri Bergson)

Solo la emoción vencía al miedo, una tan mujer, otro tan joven.
Me impacientaba por las calles cercanas mientras ella llegaba con la compra. Cuando sonaba el móvil –una sola llamada- sabía que podía subir. Nunca me crucé con ningún vecino, nadie me preguntó.

Temblaban los cristales, cantaban pájaros en el patio, se escuchaban pisadas en el rellano.-¿Nos quitamos la ropa?- y era el abrazo hambriento. Tendido sobre el rocío de su cuerpo el mundo era otro, fértil y húmedo, acogedor, inabarcable. Susurraba en mi oído palabras que no entendía, la cabeza se llenaba de deseo y calor, de tentaciones, de una marea de ternura que me dejaba sin fuerzas, aprisionado en su piel que era mía, convertido en esclavo de mis labios, de mis dedos, del ardor desmedido de amarla sin límites. Besaba mis párpados con una dulzura tal que aún con los ojos cerrados podía ver más allá del cuarto en penumbra dónde nos juntábamos, en silencio, en un milagro en el que todo era posible, bello, nuevo. La puerta era un límite entre la vida y aquello otro que eran los días inexpertos, mi novia, los libros, un trabajo provisional, mis amigos cegados por el humo, ginebra los viernes, quizás María.

Nunca tuve en cuenta la diferencia de edad, sólo podía pensar en su cuerpo, cada minuto, enajenado. No entendía nada en lo que no estuviera ella, ni el saludo amistoso de su marido, ni su relación con mis padres, ni que su hijo pequeño fuera mi alumno ocasional.

Fue ese hijo el que nos descubrió, una mañana de mayo, final de la historia, intenso drama familiar incluido.

Han pasado cinco años. Hoy la he vuelto a ver, nos hemos cruzado en el Arenal, caminaba con lentitud, no se ha fijado en mi. Me he acobardado, he pasado de largo, me ha parecido una mujer mayor, casi una anciana. Tampoco yo soy tan joven, me caso en septiembre.
Pero algo se ha movido en mi alma. Me he girado y desde Bidebarrieta la he buscado por las estrechas calles, entre los cantones, en la plaza de Santiago, por todo el Casco Viejo. Nada.
He vuelto a casa con un sabor amargo.
No puedo mirarme en el espejo.



lunes, 26 de febrero de 2007

Pascal Quignard.

“Sainte-Colombe, en verano, se encerraba en su jardín en una pequeña caseta de tablones que había levantado en las ramas de una morera, con el fin de tocar allí la viola con mayor tranquilidad y placer. Marais se deslizaba por debajo de esa caseta; allí escuchaba a su maestro y podía disfrutar de algunos pasajes y toques particulares con el arco que a los maestros del arte les gusta reservarse para sí; pero esto no duró mucho, al darse cuenta Sainte-Colombe y cuidar de que su alumno no le escuchara más.» (De “La lección de música”.-. Pascal Quignard)


“Este lunes es aparentemente igual a otros pero no.
Pensando y repensando sobre las actividades cibernéticas, se llega a conclusiones pasmosas, inquietantes a veces.
Se crean unas relaciones virtuales auténticamente adictivas, con sentimientos reales, con dependencias casuales, con duraciones leales, con implicaciones finales.
Y así estamos, perdidos en nuestros hemisferios, pendientes de mensajes aéreos, con momentos etéreos, en círculos risueños.
Alejados de tanto, alelados, la vida va en una dirección y nosotros, ensimismados, en otra, o en la misma, o girando, o qué demonios hacemos con la nariz pegada a este cristal que brilla y parpadea -incluida tú, que te veo-, que nos atrae, caverna mágica, sima, pasadizo al mundo que no, que no, que fuera está el huracán, o la lluvia, o este pálido sol de casi primavera aunque el invierno nos hace añorar otros veranos.
Pasan los días, pasan los días.
Os lo advertí, leed a Cortazar, viajad a París, besarle los párpados a ese que se acerca, mirarle a los ojos al que os mira en el espejo, reíros, tomar mucho agua, hacer el amor a media mañana, a media tarde, a media noche incluso si no tenéis con quién, hacer lo que os venga en gana incluso si tenéis con quién, hacer, hablar, no os quedéis callados, total para lo que escuchan. Mañana volveremos a leernos.
¿Servirá esto de algo?



domingo, 25 de febrero de 2007

Final del viaje


Ese país tranquilo
cuyos contornos son los de tu cuerpo
da ganas de morir recordando la vida

(Jaime Gil de Biedma)

Final del viaje, momento de recopilar recuerdos, olores, brisas, el frío de aquel martes, la espera en aeropuertos, el silencio sentado en la butaca de al lado, la maleta azul con una etiqueta rota, las flores sembradas entre nubes.

Las montañas ahí abajo, las cimas rasgaban vientos y todos miraban hacia la puerta, algunos reían, los más lloraban con lágrimas dulces, resignadas, un llanto infantil, purísimo, sus manos buscando el manjar del miedo.

Luego llegó la noche y el aire sonaba en las alas como un arpa de melancolía, apenas recordábamos de dónde veníamos, ni la mirada de los ahogados bajo el mar intuido en un negro infinito, solo flotaba el destino.

Entonces vi al ángel, volaba hacia mi y sonreía, en sus manos llevaba un cetro dorado y la luz me cegó.
Es cierto, pude verlo.

Después el demonio, celoso, nos dio la mano, ignoramos el invierno y seguimos caminando, el cielo era amarillo y todos decían que faltaba poco para llegar.

Final del viaje, la casa dormida, la mesa con frutas, tu cama y esa que está tumbada eres tú, te miras desde el techo mientras los gigantes se esconden, los perros merodean por la alameda y cae una fina lluvia.



sábado, 24 de febrero de 2007

Las cartas boca arriba.


«¿Recuerdas el inventario de cosas misteriosas que los liliputienses encontraron en los bolsillos de Gulliver? Entre ellas había un peine que podía usarse de valla, un enorme reloj de bolsillo que emitía un molesto sonido a intervalos regulares, y muchos otros objetos de uso oscuro. Una vez yo también fui liliputiense.» (de “El castillo alto”-.- Stanislaw Lem)

Febrero se agota, nadie se explica como el tiempo corre a esta velocidad.

El viento cambiante agita el bosque de blog. Entro en él y me identifico con muchas historias ajenas que también son la mía. No somos tan diferentes, tan originales, tan otro. Leo las páginas de mis vecinos, los de antes, los nuevos, voy conociéndolos día a día, sus sentimientos, habilidades, certezas, manías, dudas, gustos, me alegro cuando descubro sus aciertos y aprendo, mucho, me enriquezco.

Escribo e ignoro a quién me dirijo, quién me lee aquí, qué pretendo demostrar (me). No sé bien cual es mi íntimo motivo para esta tarea diaria. Me sorprenden los comentarios que recibo, algunos me abruman, no sé muy bien cómo responderlos. Pero sobre las dudas, el corazón se agita, pide orquídeas en su parcela, anhela vibrar, sentir, intenta ser feliz, quiere encontrar aquí ilusión, sonrisas, el impulso para encontrar el color entre lo gris, lo negro también es bello, la luz está detrás de las nubes. ¿Dónde?

Que esto es así, un mundo virtual en el que cada uno hace lo que sabe, puede y quiere, voluntario, libre, interesante, pero no casual. Es decir, aunque nacen mil páginas cada minuto no lo hacen debajo de una col. Por mucho nombre ingenioso que lo encabece, por mucho color, palabras, fotografías, intención que contenga, no son gratuitos. Lleva demasiado esfuerzo, ilusión, tiempo y trabajo. Sí, es así, este es el blog llamado glup, nada que ver conmigo.

Febrero se agota, necesito fuerza y tiempo para darles más sentido, camino, diferencia, luminosidad a los post de cada día. Amén.



viernes, 23 de febrero de 2007

Inerme.


El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

(Alejandra Pizarnik)


Las ranas lo dicen, falta poco para volver a verte, unas horas quizás, unos días, semanas, la eternidad. Necesito morfina para soportarlo, ginebra, humo que me obligue a olvidarte, pero ni todas las selvas del Brasil ardiendo pueden hacer que te olvide. Los informativos no hablan de nosotros, nadie sabe quienes somos, no somos, no saben quién eres tú, no intuyen quién soy yo, no nos relacionan, pero algunas mañanas, como la de hoy, están llenas de terremotos y aún me duran los temblores. Quisiera que te peinaras como Ava, quisiera que me cantaras al oído el love me, please, love me como una Polnareff travestida, pero tu solo quieres estar inerme y yo no puedo hacer más que lo que hago. ¿O sí? Sí, puedo disfrazarme de Sean C., vestirme de buzo con escafandra, ponerme alas, desnudarme a pesar de las adversas condiciones climáticas, pintarte cuadros con los dedos mojados en tu saliva después de morderme. Me miro al espejo y veo a otro, suena el teléfono y no eres tú, te recuerdo y vuelve tu sonrisa abrigada con una gabardina sobre tu camisa nueva, tu cuerpo de siempre, el que amo, el que ansío mientras tu me guardas en el cajón de los llaveros encontrados, de los tenedores de plástico, de los cuchillos retorcidos, de las lenguas de gato. Coloco una piedra sobre otra piedra, sobre otra piedra, para poder atisbar detrás de la tapia. Quita el biombo, que quiero verte con tus medias de rayas, con tu falda con una abertura en el costado, con tu tanga rojo, con tu culo alto. Y jazz, mucha música de jazz; mira, ese del trombón es negro, y blanco, la batería suena así, el del piano es manco. Pero lo sé, sé que si me llamara Hawking no me querrías, no me pasearías con mi carrito eléctrico aunque te hablase sin cesar del rayo sobre la Gran Pirámide, de la deriva de los continentes, de la influencia de la soledad en las mujeres de mediana edad. Qué te importa a ti, tan atareada, con niñas haciendo de madres, con madres haciendo de supervivientes. Ah, y las melancólicas. No es broma, da idea de los compartimentos de tu mente aunque me obstine en saber donde estoy yo, en que caja me has metido, entre las hojas de qué libro me has abandonado, flor cansada de un verano lluvioso. Si yo fuese Dylan sabría que no hay respuestas en el viento, pero como no lo soy me obstino en bañarme en el cierzo, en revolcarme en la tramontana, en sumergirme en el levante gaditano, en nadar por tus alisios, braceando hasta alcanzarte, hasta llegar a ti, mujer inerme por decisión propia. ¿He entendido bien?¿te entiendo? puede ser que quererte me haya dejado en este estado en el que solo sé correr por mis propias indecisiones, arriba y abajo, firmando este contrato en blanco, esta impenetrable sensación de provisionalidad. Ser hombre cada día es más difícil. Y más descubrir mi parte femenina cuando tu actúas con la frialdad de un cirujano. Un día pasearemos por una playa, tú la eliges, y allí me lanzaré a nadar en la galerna; amor, nado muy bien, pero estoy cansado para llegar hasta el horizonte. Maga Morgana, diosa de mi mente, pirata que ha asaltado mi bergantín, madrugadora sin imaginación, amante que quiere que le amen como ella quiere querer, como ella quiere que le quieran, yo sí que estoy inerme ante ti, por ti, desarmado y cautivo como un ejército derrotado, lleno de cicatrices, las de recordarte pedaleando en tu bicicleta por una carretera bordeada de árboles de la desesperación. Mis ranas, una verde, la otra azul, son sabias, saben, y Miles Davis mientras toca la trompeta me obliga a recordarte, y Steely Dan, y Pániker, y la tortilla francesa que me ceno, y el vino que bebo, y mientras me cepillo los dientes todo me recuerda a ti y creía que mi día estaba lleno de lluvia pero tu lo has llenado de sol aunque te sienta tan mudable, tan desmemoriada, tan práctica, tan diferente. Mientras dejo salir mi tristeza a pasear recuerdo que te quiero, recuerdo que me querías. Fea.


jueves, 22 de febrero de 2007

Poema 5#3


Desde adentro miré,
sin verla,
aún no sabía.
Lego, ciego, inocente.

Aupado en mis hombros
vi su belleza, tan pura,
los bordes de la herida,
la curva insolente.

Entré en ella,
curioso, ávido, hambriento,
aún ignorante
Me colmé.

Tutela del sueño mentido,
sé de esta prisión de niebla,
del hábito de la tristeza.
Busco la llave enterrada.


miércoles, 21 de febrero de 2007

Alejandro Dolina.

El juego de los Amantes Desconocidos era sin duda apasionante. Pero aunque admitía procesos más o menos prolongados, al cabo terminaban por extinguirse. Nadie puede resistir mucho tiempo la tentación de conocer. Todos, tarde o temprano, exigen la consumación del amor epistolar. Y así terminaban todas las historias. La mayoría de las veces con el silencio y el olvido. (El ángel gris. Alejandro Dolina.)


El saurio rojo del estupor me muerde sin cesar. No es una metáfora, estoy metido en el vientre del glotón cocodrilo de un miércoles en el que tantas cosas no tienen sentido.

El peludo bicho del stress también me muerde las orejas.
Y esta húmeda camisa de no entender qué pasa.
Aunque debo decir que todavía estoy surcado por barcos y barcos, regatas interminables, navegantes solitarios, travesías de veleros, algún náufrago aferrado a su tabla y peces despistados. Durante el tiempo que llevo esperando, sentado en el muelle de la bahía, para colmo se ha apagado mi faro y no encuentro bombillas de repuesto de ese tamaño.
Mientras escribo y pienso suena Jan Dimas Zelenka con su Prague 1723, una maravilla que me acompaña en un allegro majestuoso. Paolo Conte me mira esperando su turno. Hoy no hay jazz.

Uno es afortunado, o lo parece, pero en la rifa le tocó una mente que no para, que no está conforme, que busca hasta debajo de las piedras las respuestas que no tenemos, el final del misterio interminable, la ruta por donde salir de este laberinto. Mientras tanto camino los más erguido posible, trato de crecer, de no rendirme en las noches de equilibrista tendido sobre el alambre, cuando los dioses se ríen de nosotros, cuando nos afanamos en amar lo imposible, cuando en la oscuridad escucho la respiración de alguien, sin rostro. Renuncio a aceptar qué es lo correcto sólo porque muchos me lo dijeron -así me ha ido algunas veces-.

Todo tiene una clave y si lo intento descubriré un rastro entre tantos textos que leo en los blogs, floridos, exuberantes, bulliciosos, profundos, lacónicos, misteriosos a veces, deslizándose por mi mente, por mi corazón, por mis piernas, como serpientes dolorosas, como agujeros de cerradura, como pañuelos de seda, como un hipervínculo que me lleva a otra dirección y de allí a otra y en el fondo, mi curiosidad encantada de estar colgada de la punta de los dedos, en el capricho de escritores o de quién sabe. También yo soy quién sabe, también yo sé que saben.

Con el silencio blogiano de demasiados días, con el tránsito, no he perdido reflejos, quizás sí me sobre lengua para momentos en los quisiera estar callado, o dormido, o lejos. Quizás me estorbe ese recuerdo del enfermo de la cama de al lado en la UVI, conectado a tantos tubos, frascos, botellas con líquidos de colores, su respiración todavía resuena en mis pesadillas. Y sus gemidos de muerte.
Ahora se me acumula el trabajo, del corazón, escucho voces púrpuras como la toga de un César, cantos de cigarras y tengo la cena, humeante, sobre la mesa.
No se como voy a librarme de este saurio rabioso.



martes, 20 de febrero de 2007

Comenzar de nuevo.


«Recordé entonces el mensaje de mi profesor de matemáticas, que reducía las relaciones humanas a ecuaciones que podían modificarse a voluntad, en función del resultado perseguido. Una vida: una raya a lápiz: Juan Borrego Borrego debía desaparecer. No podía permitirme el lujo de dejar que el pájaro fuera por ahí graznando que yo traducía sus libros antes de que él los hubiera escrito...» (de “Los negros del traductor” -.-Claude Bleton)

No desde la casilla cero, no, pero vestido de blanco se sube al trapecio y comienza a mecerse, adelante, atrás, preparando las posturas, los tirabuzones, la figura del ángel, la doble pirueta, el triple salto mortal, maquinando cuando soltar la barra, cuando abandonarse en los brazos del portor -que es él mismo, con lo que soltar la barra, saltar y recogerse con sus propios brazos tiene un simbolismo extraño, de momento-, cuando dejarse caer, sin saber si alguien mira, si en esa profunda oscuridad hay alguien sentado. No hay red y es un arriesgado ejercicio subir ahí arriba con una venda en los ojos.

Elabora sus equilibrios, funámbulo ocasional, arriesga los recuerdos ahí, en el aire, inventa cabriolas, giros, historias que no ocurrieron, inventa sus añoranzas, melancolía, risas, anhelos, camina por un cable entre un gancho anclado al suelo rojo y otro...otro, no sabe dónde está el otro, en algún lugar estará ya que la tensión le permite avanzar, paso a paso, sin aspavientos.-el miedo no se ve, está engarzado entre los músculos, bajo las uñas- Este es un circo con millones de pistas.

Aunque algo falta en el cuadro, lo intuye, algo que no, un agujero, está casi seguro. El transito después de treinta meses tiene un fin menos cándido del que puede aparentar. La mudanza busca más que aires nuevos, más que oxígeno, más que otras nieves, frío, calor, paisajes, labios fruncidos o sonrientes. Sabe que a nadie puede engañar, tampoco lo intenta. Marcharse con todo a cuestas no es una huida, al contrario, es la necesidad de movimiento, de intentar, de seguir por todos los caminos que se presenten. En las bifurcaciones optará por el azar o el viento, por aquellos en los que se escuche el canto del gallo o por donde duelan los silencios, por los que tengan barro o por los que se pueda saltar de piedra en piedra. Es igual, por ninguno llegará a ninguna parte, son caminos circulares, siempre estará en el punto de partida.
Y en algún momento, ahí adelante, comenzar de nuevo.



lunes, 19 de febrero de 2007

Desamor.



Si inclinado busco tu íntimo deseo,
exprimes un tomate en mi cabeza.
Te acaricias los pechos con limones
y ríes de mis gestos cuando chupo
el ácido sabor de tus pezones.

No me respetas, mujer.

Te desnudas en lo oscuro,
bajo la bombilla te encamisas,
paseas con J junto al río,
un gato duerme en tu almohada,
desamor de pubis, culo frío.

Juegas conmigo ¿a que sí?.

Con los ojos en blanco me cabalgas,
mientras gimes amores infinitos,
pero después maldices mi mirada,
tus perros mean en mi puerta,
y dejas tu basura en la ventana.

Niña, tú ya no me quieres.



domingo, 18 de febrero de 2007

Carlota Corday.


Tiempos de cambio en Francia, Marat vive sumergido en una bañera con agua sulfurosa para calmar la enfermedad de piel que le roe y atormenta. En su mente se enmadejan los siete idiomas que domina, un saber enciclopédico, sus amplios conocimientos científicos. Ahora está enfrascado en teorías revolucionarias y escribe incesantes mensajes para la Convención.
Desde Caen ha llegado Carlota Corday tan culta, tan digna, tan moderada. Con engaños y su gracioso porte se acerca con un puñal escondido entre las ropas al desprevenido Marat en la bañera. Con gran determinación y fuerza le golpea con el puñal en el pecho traspasándole el pulmón, la aorta y el corazón.
Marat muere y poco después Carlota Corday es guillotinada en la plaza pública.
El Marque de Sade, internado en el hospicio de Charenton, enmarca este suceso y lo representa para la sociedad parisina ayudado por sus compañeros internos: locos, enfermos, e individuos socialmente no permisibles.
En 1964, Peter Weiss recoge esta historia y la adapta al teatro en su "Persecución y asesinato de Jean Paul Marat”.
Después Peter Brook adapta la obra al cine como “Marat-Sade”.
Elisa a mi lado, sentados en la fila veinte de un cine de arte y ensayo, leyendo los subtítulos, mirando la película con ojos muy diferentes. A ella no le gusta, se aburre, me lo reprocha, frunce los labios, se distrae, quiere irse. Yo me sumerjo en esa historia que desconocía, en la interpretación de una joven Glenda Jackson, en el uso de los planos cortos, en la tensión dramática, en la novedosa puesta en escena.
Salimos, ella enfadada, yo tan impresionado por esta película que no tengo tiempo de pensar dónde ir para aliviar mi intención de acariciar sus caderas de olas, besar sus gruesos labios, perderme entre sus largas piernas.
Elisa me invita a su apartamento, su compañera ha salido y no regresará hasta la madrugada. Nos sentamos sobre la cama y hablamos. Elisa quiere escuchar a un guapo cantante de moda, me opongo, horrorizado. Cuando rozo sus pechos breves ella me habla de matrimonio. Elisa quiere merendar, yo beber café. Cuando quiero soltar el cierre de su falda ella me retiene las manos y me pide que le hable de amor. Me chupa, bromista, una oreja mientras le abrazo. De pronto se levanta, se atusa la melena y dice que quiere salir a pasear; le digo que hace frío fuera y acaricio su espalda. Calor y frío, izquierda y derecha. Ella sube y yo bajo, ella va al norte y yo estoy en el sur. No puedo hacer otra cosa qué cortarme el cuello emocional con esa guillotina figurada antes de marcharme a la noche negra de los remordimientos, otra vez.
Fundido en sepia, the end, la gente aplaude, pero para mí es la número veinte y me llevo cinco.

No sé si fue exactamente así pero me duele todavía. Esta lluviosa mañana de febrero me ha entrado por la garganta un deseo intenso de recordarla. Pero no puedo quedarme en la añoranza, tengo que mantener el tipo de ciudadano en la colmena. Manuel el del bar mientras me pone el café de la mañana, viéndome tan serio, se atreve – Qué ¿otra vez le entro la angustia? mire que ya no está usted para males de amor -. Y yo, sí, claro, y continuar recordándola sin apuro, cada vez menos recordada, cada vez mas difusa. Después salir a los juzgados, donde toque hoy, buscar las emociones por las esquinas y ganarme la vida hasta que otra mirada me redima, me lleve a seguir una ilusión o una quimera, pero siempre una mujer que, como mínimo, conozca a Carlota Corday y su cabeza en las manos del verdugo. O la mía.


sábado, 17 de febrero de 2007

Jimi Hendrix.

Will the wind ever remember
The names it has blown in the past?
And with this crutch, its old age, and its wisdom
It whispers no, this will be the last
And the wind cries Mary

Que no recuerdo si en ese año había nacido pero tenía el LP “Are you Experienced” y a Gloria y a Sol les horrorizaba y eso me hacía diferente por una parte y por otra me preocupaba ya que no veía la forma de encontrar gustos comunes y no tenía experiencia - creo que ahora tampoco- para sorprenderles con otras músicas ya que estaba enganchado a Gerry and the Pacemakers y a Electric Prunes, entre otros grupos y ellas eran más de Mina y “Ciudad solitaria” –todas las calles llenas de gente están- y estaba Carmen que ni siquiera sé si le gustaba la música y que ahora se ha vuelto amnésica según para qué cosas o soy yo el que ha cambiado los recuerdos grises por azules y así no hay quién lleve un riguroso estudio de lo que no era, aunque sigo intentando cenas nostálgicas, reuniones en las que hablamos de todo y todo es esto y esto es nada.



El sábado, hoy, es un día para, siendo el mismo, ser otro y salir a ver, a escuchar, a decir, a estar a la sombra de un árbol y sentir la vida, así, toc, toc, con el corazón en una canción de Jimi Hendrix, que no les gustaba a Gloria ni a Sol y que a mi, entonces, sin haber nacido todavía, me hacía intuir un mundo diferente mientras el viento gritaba María.

viernes, 16 de febrero de 2007

Zass, lo efímero.



París sin el estereoscopio.

recuerdas el que vivía antes en el piso de arriba y echó a su hija de casa y se oían los gritos y luego él tiró sus
muñecas al patio porque ella todavía conservaba sus muñecas y allí estuvieron entre toda aquella basura y
las miramos que no se movían y ya no se oían los gritos hasta que se hizo de noche
y luego el portero debió de recogerlas a la mañana siguiente
algunas sin brazos

las estuvimos mirando toda la tarde mientras iban perdiendo
forma hasta que oscureció y no pudimos verlas y luego cuando
me desperté a medianoche pensé «ya no queda nadie para
vigilarlas»

(Leopoldo María Panero)

Aquí o allí, es igual, siempre habrá otro allí, lo que no queda es el aquí, el ahora, siempre es luego, después, nada permanece, todo cambia, fluye, se mueve, o se muere, fin.

Leer las líneas movedizas de tantas páginas perdidas en un espacio que nadie sabe bien como funciona, qué extraños mecanismos las mantienen, cual es la causa por la que unas nos atraen como cantos de sirenas suecas y otras nos dan tanta pereza, de dónde rayos sale esa afinidad, cariño a veces, sin saber si quién está detrás es un señor de bigote, una monja de clausura o un gato de rayas rojas, no importa (he estado durante años carteándome con una alienígena de un solo ojo en la frente).

Este es un territorio por descubrir, mi gran frustración es no saber dejar aquí palabras con sabor, que quién las lea se lleve las palabras a la boca, que las chupe, lama, pase la lengua por ellas, que las mastique, deje sílabas entre sus dientes, las trague. Lo intento una y otra vez, que conste. Un martes alguien me dijo,” tu post de hoy era de fresa”, ¿ves? voy por buen camino.

Otra contrariedad es que no me lean los chinos, bueno, mejor dicho, me leen pero me no entienden; me refiero a que me lean y me entiendan. Y quién dice chinos dice un señor de Cuenca o una señora de Veracruz. Es decir que mi “lotófago” se lea en Berlín y me conteste un Hans en un alemán comprensible por mí que apenas sé hablar en este idioma de ahora que se me llena de normas y reglas y que empezaré a saltar además de los “porqués” , algunos tiempos verbales y demasiados excesos de palabras, palabras, palabras, ya. Por ejemplo que un día deje aquí “estoy muy triste” y que quién lo lea llore, me consuele, me ofrezca su hombro y su pechera, me preste dinero para pañuelos de papel, J me haga un hueco en su cama, G me mande sardinas gallegas, I recupere la voz y me susurre mil veces al oído con esa voz asturiana reciclada a madrileña –eszque- pues eso, que ahí andamos.
Qu`esto es efímero ya lo sabíamos, pero no tanto; que pasan anónimos amables y ciclistas circunvalando el perímetro craneal de las ideas ajenas que a veces se convierten en propias y eso ya lo he pensado yo antes qué, no nos vamos a engañar, aquí íbamos a estar si los estantes del cortinglés estuvieran rebosantes de nuestros libros, el editor llevándonos en volandas entre los fans de uno y otro sexo, incluso de otro, famosos y asquerosamente ricos, que escriban los demás, hoy es sábado, esto pasa así, como si nada, que un día se cae el servidor y se va al garete el esfuerzo de años.
La calle es nuestra y ahí me voy, es carnaval, me voy a disfrazar de otro que se disfraza de otro. Como ahora. Besos (sin pasarse).



jueves, 15 de febrero de 2007

Aniversario en Bilbao.



Una añoranza crece, mala hierba en aquella mirada del 65, planta maligna que ahoga la tristeza del maíz. Tendido bajo los cristales del calidoscopio siento voces nuevas, insectos de titanio circulando por mi cuerpo, la pasión de besos cosidos en fervientes labios. Y el augur.

Se llena la noche de gemidos,
un sirimiri de orejas atrofiadas
cae sobre este Bilbao
ardiendo en su aniversario
de fuegos artificiales.

Que nadie duerma hoy.
Que nadie duerma.

Mira mi pecho henchido,
la piedra roja que guardo
con agónicas despedidas,
tesoro herido de funerales,
cementerios, muerte.

Desde el atrio del miedo
cantó a un dios repentino.
No entender es empezar
a entender la impotencia,
ojos sin música y... no sé. ¡Bah!

Que nadie sufra hoy.
Que nadie sufra.

Porque nadie sabe que a este lado con maderas astilladas por la pérdida bulle el ardor, hierve, explota en rojos torrentes que se tejen sobre fría piel, nunca indiferente, impar, tiernos muslos dos veces rotos. Quiero viajar hasta el final de mi huida, deshojar calendarios hasta saberme, ahí, desatar las mentiras, morder el ombligo, la razón, besar el centro de la vida, terminar desde el principio. Habla el temblor, habla la furia, se inquieta el gesto contenido, no se calma esta sed mía. Quiero beberme los días, copa a copa, estar ebrio de deseo, buscar en lo oscuro, encontrar ¿qué?

Que nadie llore hoy.
Que nadie llore.

Si alguien llora que me envíe una carta transparente con palabras descalzas, tatuajes inocentes, lágrimas de abril, dolores retorcidos, penas, la lengua aturdida por un océano.
Recibirá un reloj descifrable, una lumbre redonda reluciendo en mapas con cordilleras amarillas, un ángulo ciego desde donde se ve la vida como un niño que juega con la arena, una luna de Septiembre, un hombre enajenado que empuja por los caminos un carro, un error, una osadía.

No te preocupes -tampoco entiendo nada- pero ponme la mano aquí y sentirás un ardiente jardín, coronas desmemoriadas, latidos esgrimiendo espejos de lluvia, dudas, aún así, dudas, y un limpio puñal de alegría en este fuego a oscuras, repentina avidez de seguir vivos.

Que nadie duerma sólo esta noche.
Que alguien nos ame.

Y que se vaya el mundo al carajo fuera de este sagrario de luz.


miércoles, 14 de febrero de 2007

Lotófago.

“Y después que hubimos gustado los alimentos y la bebida, envié algunos compañeros -dos varones a quienes escogí e hice acompañar por un tercero que fue un heraldo- para que averiguaran cuáles hombres comían el pan en aquella tierra. Fuéronse pronto y juntáronse con los lotófagos, que no tramaron ciertamente la perdición de nuestros amigos; pero les dieron a comer loto, y cuantos probaron este fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria. Mas yo los llevé por fuerza a las cóncavas naves y, aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos. Y mandé que los restantes fieles compañeros entrasen luego en las veloces embarcaciones: no fuera que alguno comiese loto y no pensara en la vuelta. Hiciéronlo en seguida y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar.”

(Odisea, Canto IX, Homero)



Que hubo un instante en el que pensé que alguien, por fin, (me) entendía, pero no. Cuando pasé de la pura intuición a la fría realidad de los números comprobé que cien menos noventa es igual a cero y sólo la rutina, el entusiasmo y una vaga ilusión de milagro hacían que siguiera allí, en la esquina, esperando, como entonces, como siempre.

-¿Puedes leer esto y decirme qué te parece?-pregunté.
-No me gusta, es blando, está lleno de tópicos, de técnica y oficio que enmascara lo esencial, el alma. No está escrito con las tripas.-respondió.

Intenté escribir a partir de entonces con el alma, con las tripas, con lo que me brotaba de un rincón de los pulmones, del hígado, del intestino, de los testículos, de los huesos más largos, del tiroides, de la traquea, del fondo del corazón, tal vez de dónde no adivinaba. Seguí sin desmayar, buscando sensaciones, emociones, palabras - evanescencia, panóptico, silfo, añublo, hemistiquio, mandorla, cesura, cenotafio, calambur- Vinieron a mi cabeza historias que he conocido al cabo de los años y traté de contarlas como supe, como pude.

Anda, ven a la cama, te desvelarás y mañana no vas a poder con tu cuerpo.-me llamó-.
Ahora voy, cielo, no apagues la luz.-respondí-

Una larga travesía -treinta meses-.
El grato esfuerzo cotidiano.
Mi encorsetamiento informático para cambiar el sabor, los olores, los colores, para insertar líneas, diferencia, música, vídeo.
Mi falta de capacidad para innovar, sorprender, mejorar el espacio.
Mi escasez de novedades, de conocimiento, de ideas para escribir mejor.
Mis limitaciones culturales, de vivencias, las emocionales.
El cansancio a pesar del inmenso agradecimiento por tantas bellas palabras recibidas.
Mi libre voluntad.
Ya está, es una etapa cumplida
Agur, Blogia.

Y así arribar a la isla del descanso, bajar a tierra y juntarme con sus habitantes, comer las flores de loto que saben a miel y olvidarme, de todos, de todo.
Convertirme en lotófago, apátrida, sin obligaciones, estar tumbado, mirando el cielo, ver correr las estrellas, el tiempo no existe, el mundo está en esta isla.
Es el momento de sumergirme en este nuevo espumoso mar.


”No importa la edad que tengas, lo que te hace crecer es la abstracción. Más allá de la realidad sensible, la comprensión fría, indiferente, de lo que sucede. Incluso sin lenguaje esa comprensión existe.” (Luisa Etxenique. Los peces negros, Pag 112)





martes, 13 de febrero de 2007

Arponeros fascinantes y otras ballenas.


Descreimiento, último verosímil
linaje de la historia
líbrame
de desoír al infractor
con quién pacto de grado cada noche.

( Manuel Caballero Bonald).

Aún los lapiceros trazaban sus líneas de colores, retorcidas, sugerentes –una cadera aquí, un pubis ausente allá-, cuando amanecieron las espinas, en bandadas, enfurruñadas, malévolas, inquietando la delicada piel donde nos sentamos, alterando el hilo con rocío colgado hasta la oreja, orejas, intentando (buenas) vibraciones a transmitir por los kilómetros de nervios atrofiados y el blanco pelo cortado un verano, siega de ausencia, cosecha del error en una caja azul con agujeros, un perro que fue fiero y ahora yace sobre una alfombra gris, o quizás no sea gris y esto trata de un pasado utilizable, con calles en blanco y negro y sopas de pan en el café con leche, en cualquier caso, nostalgia, no futuro, como si este blog funcionara como un armario de recuerdos con sus baldas repletas de ropa de cama y toallas mojadas, con humedad continua, goteras desde el piso de arriba, a veces del de abajo, a veces como vivir en un submarino que cruza sobre los fondos marinos con peces ciegos, tiburones sin dientes y Neptunos musculosos y amanerados con cabellos como algas mientras Anne Sofie von Otter canta con Costello y el sol está en una cesta de la compra olvidada en un parque londinense donde Roxana teje este jersey rojo que me protege ahora que creo en la santísima reencarnación de las bicicletas palentinas, en el contraste del trastear de guitarras Hendrix y mientras subíamos al Gorbea el viento gritaba María y ahora la felicidad vestida de blanco se ha sentado en mi cocina y mastica risas y zapatos sobre las baldosas de la luna.

Estoy contento, soy, el espejo me ha dicho qué he sido, justo antes de romperlo y verme cien, mil veces yo que abren la boca y me amenazan: “conócete a ti mismo”. En ello sigo. Mientras, busco. Aquí, también aquí. Sí, me fascina los arponeros, las ballenas intermitentes y este mar incomprendido.


lunes, 12 de febrero de 2007

Un día escribiré esto.

Hambre

El kayac sueña con un mar abierto, sin hielos.
El cuchillo sueña rojo. En las frías estrías de rifle
del hambre no se abre ala alguna.
El arpón apunta a mi escuálida mujer
y ve una foca detrás de su arrugada piel.

Halfdan Rasmussen (1915-2002)-


Isabel, amanece poco a poco, que es bastante; te pienso mientras el todo terreno de J atraviesa el límite de la noche y nos trae de Santander.

Negra la mañana, sí, negra y peligrosa la autopista, con jirones de niebla. Miro y tú no estás a mi lado, pero detrás están V y ¿¡? (no sé cómo se llama) con los que he compartido el dichoso (y largo) curso de gestión documental. Hemos madrugado para llegar a Bilbao, al aeropuerto.

Conversamos de esto y aquello, discrepo de algunos planteamientos, para no llegar a una discusión intento dar un giro amable a la charla (aunque me fastidia renunciar a mis principios de trabajador, resabios de conciencia de clase, de mis ancestros, de otras luchas, puño en alto, barricadas, huelgas, carreras, coches cruzados, fuego, despidos masivos).

Cambio el tema y hablamos de los vascos (ellos son valencianos), de la vida aquí, de gastronomía, de trivialidades y me entra un sopor producto del movimiento del coche, de lo que he madrugado, de que prefiero pensar en ti y abro los ojos y estás a mi lado y Janis Joplin nos está chillando Try, jus a little bit harder y cambio a música italiana, acaricias mi nuca, te cuento que en el curso solo había una chica, Julia, que estaba a mi lado y era dulce y lista, pero que la miraba y solo veía tu cara, y que bien que hayas venido, acompañándome y dejas tu mano en mi entrepierna y me inquieto, me excito, acaricio tu mejilla, reímos, cambias el CD y Handel nos invade con su majestuosidad, tú comienzas a llorar dulcemente, sin ruido, se deslizan lágrimas por tu cara, caen a tu pecho, las busco, quiero beberlas, quiero sorber tu llanto y nos miramos, doy un giro de volante y salgo de la autopista, conduzco a toda velocidad por una sinuosa carretera vecinal ¿dónde vamos? –dices-, al cielo –contesto, y ahí, al fondo, brilla el cartel de neón, Hotel, el recepcionista nos mira, no, no tenemos equipaje, nos da la llave, primer piso, subimos, riendo, dejamos las gabardinas sobre una silla y nos abrazamos, tu saltas y me abrazas pasando las piernas por mi cintura, así, acrobáticos, nos besamos y besamos, riendo, no puedo contigo y caemos sobre la cama y cuatro manos se vuelven locas y se afanan en soltar botones, aflojar nudos de corbata, bajar cremalleras, quitar botas, zapatos, apaga la luz –digo, me miras, sueltas una carcajada y sigues tu tarea de quitarme la camisa mientras te bajo la falda y chocan nuestras cabezas, me muerdes, ay- grito- te hago cosquillas, te suelto el cierre del sujetador y lamo tus pezones oscuros, con delicadeza extrema, tan lento que mi lengua quedaría la última en cualquier carrera, estamos tumbados sobre la cama y aún nos queda alguna prenda encima, nos miramos y decimos a la vez, uno, dos y tres, estamos desnudos y nos miramos, nos arrodillamos sobre las sábanas y sin dejar de mirarnos a los ojos nos acariciamos justo con el último milímetro de los dedos, casi parece el roce de un suspiro, hace calor, o lo tenemos, paso la palma de mi mano por tus glúteos, busco el interior de tus muslos, te encoges levemente, se nos nubla la vista, espera –digo –salto de la cama y apago la luz, ¿dónde estás? –susurras- y me acerco, te busco , mis labios se pierden en tu húmeda intimidad, en tus labios que se mueven y mi lengua, de pronto, quedaría la primera en cualquier carrera y se mojan las sábanas de mi saliva, de ti, de nuestros sudores y me dices –ven- y obedezco y los dos estamos gimiendo como almas en el purgatorio e insistes, ven, ven y ya no puedo sino entrar en ti y perder el sentido, movernos como dos amantes que se conocen de siempre y darnos, ser uno, gozarnos, bañarnos de palabras dulces, gritas y digo –nos van a oír- y tú dices, -calla, tonto, no nos conoce nadie, sigue- y sigo y sigues, y estás sobre mi y aprisiono tu cuerpo entre mis brazos con dulzura y te sujeto las caderas, tus pechos, mi sexo en el tuyo, sobre ti, ven, colócate así, no te muevas, muévete, ay, espera, sigue, más rápido, más rápido y el coche ha patinado en una curva, despierto, los árboles pasan raudos por las ventanillas, ruidos en la carrocería, damos vuelta de campana, nos golpeamos contra el techo, las paredes, gritos, sonidos extraños, metálicos, luego silencio y al tiempo, mucho tiempo, demasiado tiempo, una cara asustada se asoma y solo puedo decirle ¿Isabel?, pero me duele, me duele tanto. No sé dónde están J, ni V, ni el otro, ese del que no sé el nombre. Todo está oscuro y tengo miedo. Ha comenzado a llover. Cortázar y yo ya lo hemos vivido antes. Duele.


Eh, ya hemos llegado. Cómo duermes, has roncado. ¿Quién es Isabel? Repetías su nombre. A las once tenemos reunión.



Esto lo escribiré en enero del 2009.


domingo, 11 de febrero de 2007

Cerezas.


Todos los días antes del almuerzo, el hombre barbudo camina hasta el viejo olmo del parque y se queda allí escuchando como respira su corteza añosa. En un banco cercano, la reina de los gatos habla a los felinos de pasados misteriosos, de su ayer brioso. Los gatos no entienden nada, los gatos son unos animales egoístas y ensimismados que no prestan atención a la delicada mano que los alimenta, mano de falanges y venas azuladas, de uñas y un sorprendente anillo dorado.

Uno de esos días el barbado lo advierte: al llegar al tercer tramo hindú la superficie del océano se eterniza, hay un punto anterior a la revelación, un instante misterioso y fértil cuando el inexplicable don aparece. Y lo entiende, sabe, puede tocarlo con la punta de los dedos que agitan la untosa sopa de la casualidad, del azar.

Quizás entonces es el momento de abandonarlo todo, de huir hasta quedarse sentado al viento de levante, ignorando los gritos de los que llegan en pateras, viendo crecer la duna de Bolonia hasta sacarse uno a uno los puñales del escepticismo. Insensible al recuerdo de sus bragas escondidas bajo la ropa amontonada en una silla, los calcetines dentro de un zapato, ella ahí enfrente con su mirada miope, con los brazos cruzados sobre los pechos breves, el pliegue del cuello expuesto al choque de labios y dientes, él ansioso como Jeff Buckley, sereno como un sinuoso animal oscuro que no tiene prisa en comenzar el almuerzo junto al olmo, sólo, pan, aceite y el farfullar de la vagabunda.

Un día, otro día.


sábado, 10 de febrero de 2007

El mapa de la escritura (take 2)


No ocurre nada. Quizás sea eso. Ocurre que estamos vivos y algo se ha dormido, o algo se ha despertado, o algo. Ahora tumbarme en el diván y hablar ¿puedo grabarme? Por ejemplo, una vez (dos, tres, cien...) me tumbé y hablé miel en su oído, entré en ella como en un espejo y nos vimos abrazados en el mar de nuestros cuerpos, lloramos de placer y de ser uno y nunca, nunca, nunca he sido tan feliz, jamás he estado tan desnudo, tan limpio, tan confundida mi materia con mi espíritu, angélico, sin el matiz religioso, o con otro, etéreo, volaba más allá de la alfombra y su esclavitud gozosa. Os hemos visto y no sabía qué escondía ese plural mayestático, ni quienes nos habían visto, ni a quién, ni cuando, ni porqué esa llamada de teléfono en mitad de la noche. Pero no tuve miedo. Tampoco tuve miedo cuando me cité con I, aún sabiendo que es peligroso estar a solas con una mujer desconocida, llena de puntiagudas frases de doble sentido, de sí pero no, de ojos abiertos y curiosos, de pestañas y lengua larguísimas. Nos amamos y a otra cosa. Cuando durante varias noches me repitieron que “nos habían visto” comencé a preocuparme, no por mí, claro, pero mis hijos se despertaban y lloraban, Maria no terminaba de creerse que era de la oficina y me preguntaba ¿te llaman a las dos de la madrugada?.Y lo vi. Al pulsar el botón del ascensor, al lado, estaba escrito con bolígrafo os hemos visto. Desencuentros, el juego de amar. Varias veces emprendí el estudio de la metafísica, pero me interrumpió siempre la felicidaddecía Macedonio Fernández. Un día cualquiera, ayer, el año pasado, el próximo viernes, un día cualquiera digo, el mundo comienza a girar al revés, las estrellas están bajo tierra, la cabeza se te llena de ortigas, un humo negro te muerde los pulmones y te invade la rabia, mataría, sería capaz de asesinar por una mirada de ella, también me sacaría los ojos por no verla, entraría en una cueva, me encadenaría a una argolla en la pared por no salir a buscarla por los campos. Hablo de una mujer, de esa mujer por la que peno y grito, por la que lucho con el trasgo de mi interior, por la que camino cabeza abajo, perdida la orientación, el sentido, las ganas de vivir. Y sin embargo vivo, como un airado hombre desmedido, atribulado, insensato, odiándome, abrazando el aire ausente, prisionero del deseo pero no, su cuerpo se ha borrado y miro alrededor y dentro y gimo, derrotado, otro, deshabitado, triste, esclavo del rencor, de lo perdido, guerrero sin ejercito, paria por los caminos de los días, este de hoy, mañana, antes, desde que se fue, no, la última vez, entonces. El infinito es demasiado corto para vivirlo contigoque leí en una pared de Roma. Adiós, dolor, todos, tiempo.Tengo miedo y escondía la cara entre las sábanas y lágrimas, sin pudor, no contenidas. No quiero morir y me miraba con los ojos abiertos y anegados y la muerte, sí, ahí, en el fondo, enredada en las pupilas. Luego dejó de hablar y durante quince días se aferró a una vida que no era sino inercia de un cuerpo cansado, habitado, hinchado, febril, inerme, ya no. Murió una madrugada, era enero y el frío empañaba los cristales, nos dejaba sin fuerzas para otra cosa que no fuera llorar y añorar su risa, su voz, su amor meciéndonos, su ejemplo. Y luego el tiempo pasó y la recordamos, cada día. Le cuento esto para que sepa, por que sabe, por que mi silencio no es olvido sino búsqueda, verdad, deshojar los días hasta sacarles su mentira, sucesión de rutinas, obligaciones, efímeros momentos de felicidad, juegos que ocultan la soledad, la confortable realidad de poder estar hablando niñerías mientras tantas mujeres y hombres buscan lo elemental para sobrevivir, para comer, para que sus hijos no se mueran a puñados, para evitar la muerte de frío o balas perdidas. Triste demagogia de estómago caliente, de melindres caprichosos, el coche tiene el tanque lleno, televisores encendidos en cada habitación, el banco envía números azules, estas galletas están blandas, puaf, esta chaqueta está pasada de moda, sube el termostato que fuera hace frío. Blanditos, niños rollizos, balbucean, quiero esto, quiero esto otro, quiero, quiero, que tengan lo que yo no tuve, que me quieran, si tienen me querrán más. Sumisos, nos cachean en los aeropuertos, nos fichan como a delincuentes, a todos, todos presuntos delincuentes, el otro es el enemigo, todos controlados, controlándonos, los unos a los otros, aquel lleva turbante, aquel es bajo, negro, blanco, verde, aquel es diferente, diferente a mí, aquel es de aquí, de los míos, viva mi pueblo, viva yo, viva la madre que me parió. Esfuerzo en los últimos cien metros de la carrera. Le digo, convencido, que de un viaje de cuarenta meses no se vuelve. Te quedas allí, sin regreso, habitante anclado en el puerto, oteando horizontes, varado entre las rocas del rompeolas, náufrago de ti mismo. Aunque ella diga que se vuelve, qué remedio, se vuelve herida, rota, con el corazón hecho jirones, hundida, vacía, deshabitada, con los ojos ciegos de llorar hacia dentro. Pero insisto, no, no se vuelve, no puede quedarse ciego quién ya lo estaba, no puede romperse el corazón quién lo tenía partido, desgajado, acostumbrado al riesgo de asomarse a dos o tres ventanas, de mirar el mundo desde una altura fatal, ebrio de cimas no holladas, loco, enajenado, con la pasión arrastrándote detrás de una cuadriga imparable. Entonces ella me miró con sus ojos tristes, se dio la vuelta y su silueta se perdió entre la niebla del amanecer. El sol salía tras las montañas y el cielo se tiñó de un irreal rojo, premonitorio. Luego sonó la sirena de la fábrica y carros, pasos sobre la escarcha, sonidos cotidianos, la espera de cada día, seguro que hoy sí la veía pasar camino de su trabajo, lejana pero cierta, ajena, otra, distante. De un viaje de cuarenta meses no se vuelve, Lo sabía Rilke Y del confín del sexo llegan viejas demandas. Contra lo oscuro fracasa el yo. Sentimientos, el corazón, la cabeza, el deseo, el cuerpo que se rebela. Eso, que quiero (hacer el) amor, es lo que quiero, el cuerpo se me encabrita como un caballo furioso, quiero (hacer el) amor, con amor, sin amor, con una mujer, con esa o con otra, con aquella, (hacer el) amor ¿está claro? y me importa poco lo que pienses, tú, o tú, incluso tú (tu no, mi niña, ya sabes como soy). Que se vaya el mundo entero al carajo, por un agujero, rápido, antes que la mierda nos cubra, la mentira de tantos, la podredumbre, gobiernos, mandatarios, mausoleos del Vaticano incluidos, ¿qué pasa? ¿no estás de acuerdo? tú mismo, si no eres muy alto no te pongas delante que te arrollo, fuerza bruta, bestialidad, el más fuerte gana, primitivismo, la caverna, la historia en fascículos en el cuarto de baño, colgada de un clavo. ¿Sabe qué? estoy aburrido de tantos remilgados, educados, silenciosos, tanta etiqueta, tanto frío

-La hora.

Hoy pago en metálico. Hasta la próxima semana.

"Deseo del Otro y falta de ser:" No sólo hay que buscar (en el síntoma) el significante inconsciente sino también la expresión del deseo que ese significante elucida. La duración del deseo inconsciente es inextinguible; pero el deseo está sometido a las figuras del significante. Material finito. El inconsciente no está en lo recóndito, sino ahí en la intemperie del lenguaje. "Et je me révéle dans le langage a travers l'Autre. " El Otro. El lugar de Ya-Nadie. Inscrito en la demanda de amor: la falta de ser, cuyo lazo es el Otro. El deseo inconsciente, el deseo del Otro. ¿Quién habla? El Otro. Wo es war soll Ich werden dijo Maestro Freud. Una frase célebre de difícil traducción. "El yo debe desalojar al Ello", propone Marie Bonaparte. "Yo debo advenir allí donde estaba el Ello", prefiere Lacan. Yo debo advenir allí donde estaba el Inconsciente. El origen. Se escabulle un sujeto al que nada puede satisfacer. Se vocifera que el Universo es un defecto en la pureza del no-ser. Metáfora: ser, Metonímia: falta.”


viernes, 9 de febrero de 2007

Glup 2.o




Glup

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2.0


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Este espacio busca y busca. A veces encuentra. Detrás siempre hay alguien. Si el encuentro es algo no sirve de nada. Si el encuentro eres tú, esto tiene un sentido. Gracias por venir.





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